Miguel Uribe Turbay lleva meses en campaña y ahora lleva horas en cuidados intensivos. El sábado, el senador opositor tenía programado un recorrido por barrios de clase media del occidente de Bogotá, la ciudad en la que nació 39 años atrás y de la que ha sido concejal y secretario de Gobierno. Pero dos balas en la cabeza lo llevaron al borde de la muerte, a un filo en el que se mantiene.
Era un día cualquiera del político. En redes sociales, se pronunció sobre el tema del momento, el anuncio del presidente Gustavo Petro de convocar una consulta popular vía decreto. Reaccionó a la exigencia del mandatario a que todo su Gabinete firmara el documento si querían mantener su cargo. “Ministro que firme será denunciado por prevaricato”, lanzó el congresista en sus redes sociales. Su apuesta es convertirse en el candidato único de su partido, el Centro Democrático. Luego, con esa plataforma y sus posturas fuertemente opositoras a Gustavo Petro, pasar a ser uno de los grandes contendores en las urnas que se abrirán el 31 de mayo de 2026. El camino apenas está empezando.
Hacia las 4 de la tarde, se dirigió al barrio de Modelia. Lo acompañaban el concejal Andrés Barrios y el edil de la localidad a la que pertenece el barrio, Fontibón. Los dos son sus copartidarios y aliados políticos. Ellos habían convocado a los jóvenes del barrio a conversar con el senador a las 4.30 de la tarde. Minutos antes de la ciuta, Uribe saludó a ciudadanos en las calles, a los jóvenes, visitó pequeños negocios.
Entonces empezó el sencillo evento. En el parque de esa urbanización de casas, una alargada zona verde llamada El Golfito, lanzó un discurso. En una esquina del parque, bajo un árbol y con una tienda Oxxo de fondo, dio un pequeño mitin. Con una tarima improvisada con cajas de cerveza y gaseosa, un micrófono inalámbrico y un amplificador de sonido al hombro de un colaborador hablaron primero Mosquera, luego Barrios. Había varias decenas de seguidores y curiosos cuando Uribe tomó el relevo. Presentaba sus propuestas para mejorar la política de discapacidad en Colombia. “La salud mental, el principal problema en Bogotá, en Colombia” dijo, y sonaron tres disparos. Uribe, de más de 1,80 metros de estatura, cayó, y se hizo el caos.
Inmediatamente, Barrios, líderes locales y escoltas que estaban junto al senador lo movieron a pocos metros de donde estaba. Lo apoyaron en un vehículo mientras intentaban parar la sangre que brotaba sin cesar de su cabeza. Luego llegó la camioneta blindada del concejal, y abrieron la puerta para llevarlo a algún centro médico. Entonces ocurrió algo que probablemente salvó la vida de Uribe. “Milagrosamente apareció una ambulancia. Decidimos bajarlo, subirlo a la ambulancia, y en cuestión de minutos estábamos en la clínica”, ha dicho el cabildante. El vehículo de auxilio llegó por casualidad, pues iba a atender un accidente de tránsito, vio el tumulto y se acercó. En ella Uribe recibió los primeros auxilios.
Una de las paramédicas de la ambulancia explicó después que el precandidato tenía dos heridas de bala en el cráneo y otra en la pierna izquierda, que estaba inconsciente pero con signos vitales, y que en los cinco o diez minutos de trayecto se concentraron en parar la hemorragia. En la pequeña clínica Medicentro, a donde lo trasladaron inicialmente, estuvo en reanimación y pudo ser estabilizado. Allí llegaron sus familiares y amigos, acudió incluso el ministro de Defensa. Uribe seguía con vida y enfrentaba una situación crítica, que le exigía una atención más especializada que la que puede brindar el lugar. Por eso, hacia las 7 de la noche, fue trasladado en medio de un dispositivo que aseguraba su movilidad a la Fundación Santa Fe, uno de los hospitales más avanzados y reconocidos del país.
Mientras todo eso ocurría, en los alrededores de El Golfito la historia era otra. Varios escoltas y policías intentaban dar con los responsables del atentado. En medio de la confusión tras el ataque, los gritos y las carreras, sonaron más disparos, hasta sumar más de una docena. Un hombre joven, de suéter verde, intentaba alejarse del parque a pie. Llevaba en la mano una pistola Glock, un arma poderosa y comparativamente costosa que usan las fuerzas especiales colombianas. No había una moto esperando, como suele ocurrir con los sicarios, ni cómplices buscando distraer a las autoridades.
El hombre tomó la carrera 81b, una de las calles que llevan a la avenida ferrocarril de occidente, una vía de tráfico denso y con un separador amplio y verde. Lo perseguía, también a pie, media docena de hombres de seguridad. Cuando los vio, ya casi llegando a la avenida, se giró y disparó. No atinó, y los policías y escoltas lo atraparon poco más adelante. Le pidieron que contara quién lo había enviado a la vez que exigían que nadie lo golpeara. Tirado en el piso, con la mirada asustada, pedía que le dejaran revisar “los números” de esos contactos criminales. Explicó que le habían pagado, con dinero que necesitaba su familia. Rápidamente, lo llevaron a otro centro médico, al igual que a otros dos heridos leves.
Todos los actores políticos se pronunciaron, deseando la recuperación de Uribe, llamando a evitar más violencia, pidiendo temperar el lenguaje en un país con decenas de grupos armados ilegales, poderosas economías criminales y alta tensión entre el Gobierno y la oposición. La fiscal general de Colombia habló un par de horas más tarde. Explicó que ese hombre es un menor de 15 años y que hay otra persona capturada, otro hombre, este mayor de edad. No dio más información sobre los sospechosos o los posibles responsables. Tampoco lo hizo el ministro de Defensa, Pedro Sánchez, quien ofreció una recompensa de hasta 3.000 millones de pesos (unos 750.000 dólares) por información que ayude a dar con ellos.
El presidente lanzó un par de tuits y solo apareció en alocución pasadas las 11 de la noche, tras un consejo de seguridad. Acompañado de varios ministros, del alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán y de la cúpula militar y policial, lamentó lo sucedido y se solidarizó con la familia Uribe Turbay. En un discurso de más de media hora, explicó que la prioridad es la vida del precandidato. Aclaró que no se puede descartar ninguna hipótesis, pero que se debe investigar si hubo complicidad de la escolta del senador; llamó “truhanes” a quienes a su juicio utilizan el atentado para hacer política, pidió unidad nacional; aceptó que el crimen es “un fracaso del Gobierno, del Estado, de la nación toda”; y reiteró su llamado a la paz.
Entre tanto, un equipo médico de la Santa Fe realizaba una cirugía a Uribe. Sobre la 1:00 de la mañana, su esposa, María Claudia Tarazona, informó que había sido exitosa, que el papá de su hijo de cuatro años seguía con vida, pero que seguían horas críticas. El domingo amaneció con un país conmocionado y todos los interrogantes abiertos.