Las amargas lágrimas de Lola Lolita | Televisión

Las amargas lágrimas de Lola Lolita | Televisión

La semana pasada vimos llorar a Lola Lolita en su evento personal (llamado Lola Lolita Land, celebrado en un parque acuático). Usted no sabrá quién es Lola Lolita; yo tampoco lo sabía hasta hace unas semanas. Lola Lolita se hizo famosa en Tiktok, cuando Tiktok se llamaba musical.ly. Ella tenía unos 13 años y subía videos bailando. Era mona, delgada. A los 18 y ya era una celebridad entre los críos. Una editorial grande sacó un libro sobre su vida. Fue bien, así que sacaron otros tres. Lola Lolita ya era una marca.

Ahora mismo, la muchacha tiene 23 años, 4 millones de seguidores en Instagram, y 23 millones en Tiktok, y un festival con su nombre. El motivo por el que lloraba Lola Lolita es, suponemos, la polémica que le ha hecho perder cien mil seguidores en apenas una semana. Aceptó salir en unos vídeos del youtuber Nil Ojeda (famoso por promover una oleada de falsos ahogamientos en la playa de Alicante) en los que fingían vivir como millonarios. 21 días entre millonarios (así se llama la serie) es la suma de todo lo que está mal en la sociedad: consumismo, materialismo, mala educación, y desprecio al semejante. Estos vídeos (como tantos y tantos otros) son adoctrinamiento en el consumismo como único dios.

El comportamiento que exhibía Lola Lolita en ese vídeo (junto a unos compañeros que no se han llevado los mismos palos) no era más que la representación de lo que hacen los niñatos cuando van de compras. Llegan allí con sus gorras (siempre llevan gorra) y sus riñoneras cruzadas y tratan a los dependientes peor que a los huérfanos de Oliver Twist (novela que ni han leído ni conocen). La adoración del dinero se hace de forma infantil, a través del capricho puntual: la zapatilla (de marca), el reloj (de marca), el bolso (de marca), la camiseta (de marca). Lo que sea, pero que se vea la marca. El consumo como acto crematístico, perdón por la redundancia. Los vídeos de este tipo (dirigidos siempre a menores de edad, y muchas veces preadolescentes) jamás muestran el disfrute de una adquisición, sino el estatus que da la propia adquisición.

Realmente los padres dejan a sus hijos con una tableta para consumir horas y horas de publicidad (productos) y propaganda (ideología). Los insultos se los ha llevado Lola Lolita, pero ella no es el problema, solo una víctima colateral más de la ola que viene.