no derramar la sangre de sus compatriotas

no derramar la sangre de sus compatriotas

Al regresar de Europa, Manuel Belgrano, tras elevar su informe al Directorio -en ese momento, ejercido por su sobrino político, Ignacio Álvarez Thomas- sobre su misión diplomática, fue nuevamente destinado al ejército. Primero se le encomendó el llamado “Ejército de Observación”, que operaba sobre Santa Fe, donde la situación era complicada.

Pero Belgrano, aunque no compartía las ideas federales, no estaba dispuesto tampoco al baño de sangre de compatriotas que parecía el único “remedio” para los poderosos de Buenos Aires.

En sus cartas de esos días a su “sobrino querido”, le informaba: “Hablo con claridad, y lo mismo diré de oficio, si se ofrece, no expondré jamás las armas que están a mi mando; porque les falta mucho para llamarse tropa, a los hombres que las tienen en las manos; agregue V. a esto la oposición que existe entre soldados y paisanos acerca de esta guerra;

reflexiona V. los resultados de un contraste con el espíritu que hay a mi retaguardia y va hasta la Plaza de Buenos Aires, y hallará V. que habré alcanzado cuánto hay de posible, si logro dar cierto tono a esta tropa y la que se reuniere, con que algún día sea dable hacer más con ella que ahora, aun cuando la época sea la misma. […]”

En ese estado de cosas, Belgrano le informaba a Álvarez Thomas que había enviado a Estoquio Díaz Vélez para negociar con los jefes federales santafesinos, para impedir un nuevo enfrentamiento.

En un tono que no oculta ni su preocupación ni el odio que percibía en la provincia hacia el gobierno, apuraba al Director:

“¿Por qué no contesta V. a Artigas? ¿Por qué no, al Gobernador de Córdoba? No se deje V. llevar de los consejos ni furores de la injusticia; es preciso sufrir mucho para contener la anarquía y prepararse para estar en muy diferente pie del que se está: ya he dicho bastante de oficio; pero no me cansaré de repetirlo: atúrdase V., apenas tengo caballo por hombre, y se niegan todos, y los ricos más, a dar auxilios para el Ejército, ni aun con ofertas de pagar;

y si se toma el arbitrio de quitárselos, peor, y más malo. Todo es País enemigo para nosotros, mientras no se logre infundir el espíritu de Provincia, y sacar a los hombres del estado de ignorancia en que están, de las miras de los que se dicen sus libertadores, y de los que se mueve para satisfacer sus pasiones.”

Al día siguiente de escribirlas, Díaz Vélez y el “comandante de las fuerzas de mar de Santa Fe”, Cosme Maciel, se reunieron en el paso de Santo Tomé, muy cerca de la capital provincial, y acordaron un pacto, cuyo primer artículo establecía:

“Se separa del mando del ejército de Buenos Aires, que se halla en el Rosario, al Brigadier General D. Manuel Belgrano, y lo tomará en Jefe el Coronel Mayor Díaz Vélez, en cuyo caso todas las tropas orientales y de Santa Fe quedan en verdadera unión y paz con aquel ejército.”

Al saber lo pactado, Belgrano entregó el mando a Díaz Vélez y Álvarez Thomas presentó su renuncia. Manuel sintió un sano alivio, detestaba profundamente aquella guerra injusta.

Pero las tratativas de paz con Artigas se estrellarían contra la negativa del Directorio a auxiliarlo contra la invasión portuguesa de la Banda Oriental y las Misiones, hasta tanto no se sometiesen al centralismo porteño.

Más aún, pronto el Pacto de Santo Tomé sería quebrado por el gobierno de Buenos Aires: Díaz Vélez ocupó la ciudad de Santa Fe a comienzos de agosto de 1816, pero quedó cercado por las fuerzas federales. A fin de ese mes, merced a un nuevo armisticio, las tropas directoriales evacuaron suelo santafesino.

Pero, a pesar de los buenos deseos de Belgrano, la sangrienta guerra civil continuaría.