La virgen de Guadalupe concentra sobre su imagen cualidades propias de una estrella pop: reúne cada diciembre a más de 10 millones de fieles que peregrinan hasta las afueras de Ciudad de México, a Tepeyac, para venerarla; y, a la vez, tiene el beneplácito de la Iglesia al haber sido canonizada por Roma. Además, su estampa se reproduce casi de manera mecánica desde el siglo XVII no solo en piezas consideradas estrictamente artísticas −en España, por ejemplo, hay más de un millar−, sino también sobre materiales menos nobles como camisetas, llaveros, cuadernos… otra conquista, esta, la del turbocapitalismo.
El Museo del Prado va decapando todos estos relatos que se han configurado en torno a esta virgen en Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España, una exposición en la que Jaime Cuadriello, uno de los comisarios mexicanos de la muestra, sitúa a la virgen como clave en la configuración de “un imaginario atlántico”, haciendo saltar por los aires todas las fronteras, incluidas las que desde hace años señala el debate decolonial que atraviesa los museos de todo el mundo.
“El lenguaje artístico compone una realidad alternativa. El arte permite colonizar el imaginario colectivo, como hizo este culto mariano”, ha añadido el doctor por la Universidad Nacional Autónoma de México en la presentación de la muestra. Paula Mues Orts, doctora en el Instituto Nacional de Antropología del país latinoamericano y comisaria, ha abundado: “El debate de la descolonización es político y aquí estamos en uno artístico e histórico”.
Han pasado cuatro años desde que el Prado dedicara su primera exposición al arte producido en los virreinatos americanos. Esta asignatura pendiente comenzó a enmendarse con Tornaviaje (2021) y continúa ahora con Guadalupe. “No hay nada mejor para la descolonización que mostrar la historia”, ha dicho Miguel Falomir, director del Prado, “en este caso, dar visibilidad al arte hecho al otro lado del Atlántico”. Como ha recordado el gestor, desde 2018, cuando llegó a la dirección, ha intentado, en sus palabras, “acabar con los prejuicios. El arte es el resultado de una serie de decisiones que han excluido a algunas manifestaciones artísticas del canon establecido, como puede ser la geografía, el sexo, los materiales… Tenemos la voluntad de ajustarnos a la historia”.

En esa tarea de despolitizar a la virgen de Guadalupe, la exposición se articula por temáticas para explicar cómo el culto a una figura mariana que se le reveló a un campesino indígena ha alcanzado tantos países, la mayoría antiguas colonias bajo el mando de lo que entonces era el imperio español. “Uno de los éxitos fue la capacidad de reproducirla. Se decía que uno de sus milagros era que no se podía copiar. Los artistas podían mandar muchas imágenes, en distintos tamaños y formatos. Esa reproductibilidad posibilitó el culto y la expansión”, explica Mues Orts.
De Guadalupe, afirma Mues Orts, se dijo también que era “criolla y una princesa azteca”, “la emperatriz de las américas”, se conectó con otros iconos marianos europeos como la Inmaculada o la Tota Pulchra. Al ser una revelación estampada consiguió categoría de “pintura no hecha por mano humana” y así se emparentó con el concepto del Deus pictor, es decir, “la imagen viviente de lo que Dios padre imaginó”, traduce Cuadriello otra narrativa más en torno a la virgen.
“La estampación de su figura a partir de flores sobre la capa del campesino Juan Diego hizo que los teólogos comparasen el fenómeno con una reliquia viva y objeto de veneración”, han explicado los comisarios. En la muestra se sitúa una de las imágenes de la virgen al lado del cuadro La Santa Faz, de Francisco de Zurbarán, para equipar el velo de la Verónica con un pedazo de tela burda sobre el que quedó fijado la primera Guadalupe cuya conservación también se ha considerado milagrosa.

Todas las copias que se hicieron de ella se reúnen en la sección de la exposición llamada vera efigies, donde se muestran las piezas reproducidas con técnicas artísticas especializadas, entre otras, un cuadro de Guadalupe hecho con nácar, pero también los hay de otros materiales exóticos como el marfil y el latón llegados a través del Galeón de Manila. “Todo esto demuestra que fue la primera imagen mariana globalizada”, recalcan los comisarios que han incluido en la exposición piezas de artistas novohispanos y peninsulares como José Juárez, Juan Correa, Manuel de Arellano, Miguel Cabrera, Velázquez, Zurbarán o Francisco Antonio Vallejo. De esta manera, compite en protagonismo con algunos maestros antiguos.
El Prado ha reunido casi 70 obras, la mayoría procedentes del patrimonio español (solo hay ocho de México), porque gran parte del legado guadalupano está en este territorio como recuerda el mapa de la península ibérica que recibe al visitante. Hay guadalupes desde 1654 en la zona del Atlántico, en el centro y en la cornisa cantábrica y ha estado presente en 18 catedrales, 13 basílicas, siete colegiatas y cuatro santuarios marianos con culto propio de una virgen de la que se escribió uno de sus primeros capítulos (Nican Mopohua) en lengua náhuatl, la de uno de los pueblos originarios de México. Se enviaron antes de 1821, año de la independencia mexicana, por indianos, virreyes, obispos, miembros de órdenes religiosas, funcionarios y familias relacionadas con el comercio transoceánico y la minería. Todo legal, según las normas de los virreinatos.