Los manuscritos inéditos de Borges que dejan oír su voz: publican los cuadernos donde preparaba sus conferencias

Los manuscritos inéditos de Borges que dejan oír su voz: publican los cuadernos donde preparaba sus conferencias


Cuando Jorge Luis Borges se quedó ciego, hacia 1955, “su capacidad de estilo quedó destruida. Porque no pudo leer. No pudo leer sus propios manuscritos”, observó el crítico y escritor Ricardo Piglia. Al comparar “cualquier texto de Borges de los años 60 para adelante” con sus textos anteriores —agregó—, “hay que ser un marciano para no darse cuenta de lo que es una cosa y la otra”. La sentencia, elaborada por Piglia en sus clases sobre el gran escritor argentino, supone que la lectura era el corazón de la escritura de Borges y, de algún modo, sugiere que el icono del genio ciego que lo haría famoso fue la primera imagen del escritor que ya dejaba de ser. La publicación en Argentina del libro Cuadernos y conferencias permite no solo acceder al tesoro de los últimos manuscritos de Borges, hasta ahora inéditos, sino también ver casi sin mediaciones cómo operaba su máquina creativa y cómo leía su biblioteca, en este caso para preparar, con minuciosidad de artesano, charlas y cursos cuyo contenido parecía perdido.

“Es el grupo de inéditos de Borges más importante que ha aparecido”, afirma Daniel Balderston, reconocido experto en la obra borgiana y director del Borges Center de la Universidad de Pittsburgh (EE UU), la institución que hizo posible la publicación de Cuadernos y conferencias.

El volumen de 410 páginas reproduce imágenes de los manuscritos que Borges bocetó al planificar 24 charlas que dictó entre fines de los años 40 y mediados de los 50. Se trata de notas dedicadas a filósofos como Juan Escoto Erígena, Francis Bacon o David Hume, y a escritores como William Blake, Robert Browning, Herman Melville, Mark Twain, Arthur Conan Doyle, Oscar Wilde, Franz Kafka y otros. El libro incluye, además, fragmentos manuscritos de los cuentos “El sur” y “Funes el memorioso”, entre otros textos. Cada facsímil aparece acompañado por su transcripción, para facilitar la lectura, y por un comentario crítico.

La cuidada edición, que distribuye Arta Ediciones, es el resultado del encuentro de dos líneas de investigación sobre Borges. Por un lado, la enfocada en los manuscritos, que lidera Balderston y que ya produjo otros tres libros de inminente reedición: Poemas y prosas breves (2018), Ensayos (2019) y Cuentos (2020). Y por el otro, la centrada en el área menos estudiada de su obra, su producción oral, a cargo de un equipo dirigido por Mariela Blanco en la Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina).

Solo en su vejez, Borges (1899-1986) pudo vivir de los ingresos que generaba su obra. En sus primeros años adultos, se mantuvo trabajando como periodista y editor. En 1937, consiguió un empleo estable como bibliotecario, pero en 1946, con la llegada al poder de Juan Perón, renunció tras ser “honrado con la noticia de que había sido ‘ascendido’ al cargo de inspector de aves y conejos en los mercados”, según la versión que él mismo publicitó en su Autobiografía. En esa época, su timidez era proverbial: cuando los amigos organizaron una cena de desagravio ante la afrenta peronista, no se animó a leer el discurso que había preparado.

Pero para subsistir tuvo que doblegar su introversión y, gracias a la promoción de Victoria Ocampo y otras amistades, pudo ensayar nuevas profesiones: así emergieron el Borges profesor y el conferencista. “A los 47 años descubrí que se me abría una vida nueva y emocionante”, contó. “Iba de ciudad en ciudad y pasaba la noche en hoteles que nunca más vería. A veces me acompañaba mi madre o una amiga. No sólo terminé ganando más dinero que en la biblioteca, sino que disfrutaba del trabajo y me sentía justificado”.

Los meticulosos apuntes con que preparaba sus clases y exposiciones los anotaba en cuadernos, hoy dispersos en distintas bibliotecas y colecciones. Cuadernos y conferencias reúne una selección de manuscritos fechados entre 1949 y 1954, cuyos originales están en las universidades de Texas y de Michigan (EE UU). Los facsímiles muestran que las notas de Borges, carillas cubiertas de apretados caracteres, siguen con esmero a las que él atribuyó a Pierre Menard, su imaginario autor del Quijote, con “sus cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares símbolos tipográficos y su letra de insecto”.

El libro ofrece múltiples lecturas posibles. Para el lector aficionado, rescata conferencias de Borges que no fueron grabadas, filmadas ni transcritas, de las que solo en algunos casos había menciones o resúmenes en la prensa. “Los temas de los que habla acá irradian en muchos casos hacia el resto de su obra, reaparecen en sus ficciones, sus ensayos y poemas. Pero también hay muchos temas de los que no habla en otros textos. El lector puede entrar en contacto con reflexiones de Borges que no leyó en otro lado o con temas que acá desarrolló con mayor sistematicidad”, destaca la investigadora del Conicet Mariela Blanco, cuyo equipo lleva registradas unas 400 conferencias del autor. Los místicos del Islam, los problemas de la novela, Almafuerte (Pedro B. Palacios) o Bertrand Russell son algunos ejemplos de esos temas inusuales que afloran en estos manuscritos.

Para el investigador o el lector erudito, el libro es una ventana desde donde atisbar el modo en que Borges trabajaba. “Los cuadernos muestran cómo planeaba cada clase o conferencia, cómo juntaba y organizaba su repertorio de citas para hacer un argumento. Arrojan mucha luz sobre sus publicaciones anteriores y posteriores, y son de suma importancia para entender no solo ese período, sino también el que viene después, cuando ya ciego y famoso comienza a hablar en muchas partes del mundo en conferencias que sí fueron grabadas”, explica Daniel Balderston.

El índice del libro que contiene los manuscritos.

De paso, el libro deja en ridículo a la leyenda de Borges como un fabulador que inventaba citas y lecturas. En el margen izquierdo de sus anotaciones, el escritor asentaba las fuentes en que se basaba. “Borges sabía que se estaba quedando ciego”, señala Blanco, “y por eso dejaba un registro tan detallado de sus lecturas”.