Este libro es una crónica novelada, un viaje al Japón de principios del siglo XX. Asakusa, este mítico barrio de Tokio, es un centro de bohemia, marginalidad, sexo, violencia, amor, sordidez, alcohol… Después vinieron el gran terremoto de 1923 y los devastadores bombardeos norteamericanos de la Segunda Guerra que le cambiaron violentamente la cara. Pero sobrevivió hasta mediados de los sesenta cuando ese valle de pasiones y acciones desmedidas 24/7 se mudó al hoy alucinante barrio de Shinjuku.
Asakusa es actualmente una meca turística japonesa, un punto de atracción donde confluyen religiosidad y la vida traspasada por la tecnología. Hombres de Armani, perfumados en Shiseido bajan de sus autos futuristas a rezar en el templo Senso-Ji, el que aparece en las fotos instantáneas a la entrada de Asakusa. Queda muy poco de ese barrio que Yasunari Kawabata disfrutó y describió en La pandilla de Asakusa, con traducción de Mariano Dupont.
La pandilla… es presentada con un prólogo de Ana María Shua. “Como piedras preciosas en una cadena de oro, las historias de la pandilla escarlata se engarzan en el fluir sin descanso de Asakusa, de sus puentes, de sus ríos, de sus calles, de su gente, en esa efervescencia de luces y sombras en las que nos introduce Kawabata, tan distinta de la imagen que solemos tener desde Occidente de un Japón contenido y severo”. Muy útil resulta el glosario japonés castellano de términos clave para entender mejor el contexto en el que se desarrolla la novela.
Esta es una obra diferente que rompe el formato de las novelas del Premio Nobel de Literatura 1968, representa una novedad en su narrativa. Es quizás aquel en el que confluyen tantos estilos como personajes y situaciones que el autor escribió como un encargo del periódico Asahi entre 1929 y 1930. Por este motivo los géneros se funden y confunden. Narración literaria, periodística, crónica, una descripción milimétrica de la ciudad y hasta abordajes típicos del manga japonés generan esta compleja exhibición narrativa. Con esa pluma precisa y delicada que lo ha caracterizado, Kawabata hilvana pequeñas historias que transcurren en teatros de revistas, bares de jazz y burdeles, restaurantes de arquitectura modernista, santuarios y cines desvencijados. Los protagonistas son seres provistos de un encanto que muchas veces transita hacia lo patético, hacia la sordidez de vidas con destinos predecibles.
El brillante escritor Junichiro Tanizaki también recorrió esas callecitas angostas y sobre ellas escribió, en su novela inconclusa La sirena, que sus distracciones eran: “juegos a la vieja usanza, operetas, comedias, películas, acróbatas haciendo equilibrio sobre pelotas, jinetes andando a caballo sin montura, cantantes de ‘Naniwa bushi’, de ‘gidayu’, calesitas, el parque de diversiones Hanayashiki, la Torre de Doce Pisos, tiro al blanco, putas, restaurantes japoneses, chinos y occidentales; el ‘Rairaken’, ‘won ton mein’ (comidas), ostras con arroz, carne de caballo, tortugas marinas, anguilas y el Café Paulista”.
Esta novela, por el momento tan particular del Japón que presenta, fue comparada con momentos cumbre de la literatura universal como Dublineses de James Joyce y Berlin Alexanderplatz de Alfred Döblin. Japón venía de trascender la era Meiji (1868-1912) y entonces comenzaba una época que muchos veían como aquella en la que el país se abría al mundo, miraba a Occidente y empezaba una carrera de modernización que finalizaría en los setenta del siglo XX. Kawabata retrata un clima de época global, un air du temps que encuentra transiciones hacia un destino insospechado en lugares tan disímiles como Tokio, París, Berlín o Nueva York. Algo se estaba gestando; el futuro se estaba escribiendo.
El escritor estadounidense Donald Richie -conocido por sus obras sobre el pueblo y el cine japonés, ha comparado a Asakusa con los climas vividos en otras ciudades: “Al igual que Montmartre en el década de 1890, al igual que Times Square en la década de 1940 en Nueva York, Asakusa era el libertinaje en sí mismo”. Richie conoció Japón durante la II Guerra Mundial y quedó fascinado por su cultura, residiendo en Tokyo varios años. En el texto, Kawabata cita al escritor Soeda Azenbo cuando dice que “en Asakusa, todo está en estado salvaje. Los deseos bailan desnudos. Todas las razas, todas las clases se mezclan formando una corriente sin fondo, interminable, que fluye noche y día, sin comienzo ni fin. Asakusa está lleno de vida”.
Kawabata se mudó a Asakusa en 1929. Ya la conocía muy bien desde su época de estudiante secundario y de los días siguientes al terremoto. Richie cuenta que frecuentaba el Casino Folies y tomaba notas sobre las bailarinas y la vida de los bajos fondos, que culminaron en esta novela. Kawabata caminó sus calles durante tres años: “Todo lo que hice fue caminar. Nunca tomé contacto con alguno de los jóvenes delincuentes. Tampoco nunca dirigí la palabra a los vagabundos… pero tomé mis notas”.
En el origen, la tragedia
Kawabata nació en Osaka en 1899. La bienvenida al mundo fue desgraciada: a los tres años ya era huérfano y la muerte iba a perseguir al resto de su familia. Su suerte era estar solo. Hacia 1917 se trasladó a Tokio donde estudió literatura inglesa y rápidamente se vinculó con las personalidades literarias del Japón que vieron en él el germen de un talento inagotable. Como a todos los japoneses, el terremoto de 1923 lo marcaría profundamente: desaparecía una ciudad y nacía otra con la mirada en la modernización. Tokio y Kawabata renacían de las cenizas, volvían del infierno. Fortalecidos.
El joven autor se vinculó con las vanguardias literarias y se destacó por su ojo crítico para las reseñas y su genio para descubrir nuevos talentos. Uno de ellos sería el excepcional Yukio Mishima. Junto con los escritores Riichi Yokomitsu e Ippei Kataoka fundó la escuela neoimpresionista o Escuela de la Nueva Sensibilidad que, según explica la escritora y traductora de Kawabata, Amalia Sato, buscaba una alternativa centrada en el arte, distinta de la ficción confesional del naturalismo y también de los escritos políticamente orientados de la literatura proletaria. Los movimientos europeos posteriores a la Primera Guerra Mundial –como el futurismo, el cubismo, el expresionismo y el dadaísmo– ejercieron una enorme atracción sobre el grupo. La importancia del ritmo, las imágenes, el simbolismo, la capacidad para describir estados sorprendentes, fueron intereses que proclamaron desde la revista “Bungei Jidai” (edad literaria) entre octubre de 1924 y mayo de 1927.
Después vendría su paso por el cine como guionista; hacia 1928 cofunda la Escuela del Nuevo Arte y en ese momento escribe una serie de cuentos donde la fantasía y las formas oníricas componen la narrativa experimental de ese momento. Sus novelas son extrañas y cuentan una continuidad permanente que podrían hacer de sus relatos, historias interminables. Una virtud única como escritor era la de poder reducir argumentos de sus novelas a Historias en la palma de la mano. Con ese título se conoció aquí un conjunto de relatos breves y armónicos.
Fue en La bailarina de Izu (1926) cuando Kawabata encontró su estilo personal para hacer de la sutileza un modo de expresar emociones. Fineza oriental. En el bellísimo relato La casa de las bellas durmientes, el autor daba su fiel versión de Asakusa. Hombres mayores acudían a una casa de citas a dormir (estrictamente) con mujeres bellas que no despertaban hasta que el cliente se hubiera ido, ése era el eje de una trama particular.
Richie ha reconstruido un emotivo encuentro que tuvo en 1947 con el autor en el que no fue posible hablar (Kawabata no hablaba inglés y Richie desconocía el japonés) pero donde la comunicación fluía sin problemas. El norteamericano tuvo su revancha: aprendió japonés y diez años después se reencontró con el autor. En ese diálogo, Kawabata le confesó que había comenzado su libro con la intención de escribir una “novela larga y extraña, en la que sólo aparecerían modestas mujeres”. Después, la pandilla se amplió y Asakusa también. Shua subraya en el prólogo del libro que “La pandilla de Asakusa me recuerda en cierto modo las aguafuertes de Arlt. Guarda esa misma relación entre un telón de fondo vivo y ardiente (mucho más que una simple tela pintada), y las historias que se juegan en contrapuesto”.
En 1968 ganó el Premio Nobel de Literatura. Cuando subió a recibir el premio, Kawabata pronunció un discurso en el que declamó: “la iluminación no llega a través de la enseñanza, sino a través del ojo despierto internamente. La verdad reside en ‘desechar la palabra’, subyace fuera de la palabra…” Uno de los escritores que había enviado una carta de recomendación a la academia sueca había sido su discípulo Mishima. Se lo había pedido el mismísimo Kawabata.
“A través del arte y a través de técnicas tradicionales y vanguardistas, embellece la muerte y las pérdidas graves en la vida al mismo tiempo que elogia el deseo amoroso y la hermosura. Nos recuerda que dentro de lo efímero está también la felicidad y que el placer del deseo supera el de la satisfacción. Así su obra combina las antiguas formas japonesas con tendencias modernistas en yuxtaposiciones que invitan a la reflexión”, definió la escritora Anna Kazumi Stahl.
El suicidio espectacular de Mishima lo conmovió profundamente y aunque rechazaba esa idea, en 1972 terminó con su vida inhalando gas. Al principio se creyó que había sido un accidente, pero pronto se supo que se había suicidado, aunque el debae al respecto continúa. Estaba solo, tal como había salido a la vida.