Vivir con miedo a ser grabados: cómo el ‘Coldplaygate’ confirmó que todos podemos ser un meme en cualquier momento | Moda | S Moda

Vivir con miedo a ser grabados: cómo el ‘Coldplaygate’ confirmó que todos podemos ser un meme en cualquier momento | Moda | S Moda

El escándalo de la ‘kiss cam’ que ha convertido el romance entre Andy Byron y Kristin Cabo en el chascarrillo estival preferido de los internautas ha alcanzado tal fuerza que el caso ya se conoce, no sin cierta mofa, como ‘Coldplaygate’. Uno de los temas que han puesto sobre la mesa ha sido el creciente miedo a hacer según qué cosas en público. No solo por pudor, sino por el pavor a ser grabados.

Cuando Michael Peacock, un ingeniero ferroviario jubilado asiduo a las discotecas, fue grabado de fiesta bailando sin camiseta en la discoteca londinense Fabric, vio cómo el que consideraba “un lugar seguro en el que poder expresarse” se convirtió en una trampa a causa de los hirientes comentarios que acompañaron la publicación del vídeo. “Cuando vi los tuits y el apoyo que recibía el autor del clip, me entristeció. Me graban todo el tiempo cuando estoy en la discoteca y es algo que nunca me había importado demasiado, pero este incidente lo cambió todo. Me pregunto cuántas veces me habrán grabado pensando: ‘Grabemos a este bicho raro’, aseguró apenado Peacock a Vice, en un artículo titulado Dejad de grabar a gente en los clubs sin su consentimiento.

Rafael Juristo, experto en privacidad y abogado de Contiac, explica que difundir ese tipo de imágenes, en los casos en los que se reconozca a la persona, en el supuesto de que carezcan de un interés informativo (que esos hechos sean noticia y la imagen la ilustre) y no sean meramente accesoria, sería algo ilegal. “Y no solo sería una intromisión en el derecho a la propia imagen sino también en el derecho a la intimidad personal, e incluso podría atentar contra el derecho al honor (en el caso de embriaguez). También sería ilegal desde la perspectiva de protección de datos si no hay una base legal”, matiza.

Precisamente Tyler, The Creator organizó una fiesta en la que sus invitados no podían llevar sus teléfonos móviles. “Le pregunté a algunos amigos por qué no bailan en público, y algunos dijeron que por miedo a ser filmados. Me hizo pensar en cuánto de nuestro espíritu humano se perdió por miedo a ser un meme, solo por pasar un buen rato”, dijo el músico en un comunicado publicado en sus redes.

Aunque las imágenes de alguien de fiesta no vayan a ser difundidas, ¿es legal grabar a la gente en un lugar nocturno de ocio? Responde Leandro Núñez, abogado de Audens especializado en privacidad. “Nuestra imagen está protegida por la Constitución incluso cuando estamos fuera de casa, aunque no toda aparición en una grabación es necesariamente ilegal. A menudo, las personas aparecen de forma “accesoria” en reportajes o documentales: sin protagonismo, sin especial vinculación con el mensaje y sin que su imagen se utilice con una finalidad distinta a la de ilustrar un contexto”, explica a S Moda. Además, matiza que es algo que ocurre, por ejemplo, en muchos barridos de cámara en manifestaciones o espectáculos, donde nadie destaca sobre el resto. “Ahora bien, si se enfoca a una persona concreta, las cosas se complican y el caso puede acabar judicializado. En estos supuestos, los tribunales valoran factores como el encuadre, la duración, el uso de la imagen y su vinculación con el contenido de la grabación. Y hay que recordar algo importante: grabar y difundir no son lo mismo. Incluso en los casos en que la grabación fue consentida o está permitida por la normativa, su difusión puede ser ilegal”, añade.

Recuerda también que el hecho de que una escena ocurra en un lugar público no significa que cualquiera pueda captarla y publicarla. Aunque quien difunde lo haga sin mala intención, la exposición de la persona como contenido central del mensaje suele bastar para que se considere una intromisión ilegítima. “La ley no exige que el daño sea intencionado: basta con que la difusión cause un perjuicio real o pueda afectar negativamente a la persona en cuestión”, asegura. Señala que hay multitud de precedentes de casos similares que terminaron en sanción. “Uno especialmente gráfico fue el de un bar que difundió un vídeo, captado por sus propias cámaras de seguridad, en el que un cliente ebrio se caía. El vídeo circuló por WhatsApp y terminó en redes sociales. El problema no fue la grabación en sí, que era totalmente legal, sino el uso posterior de esas imágenes para fines distintos a los permitidos”, explica.

Si personas anónimas tienen miedo a ser capturadas por las cámaras, ¿cómo se sentirán los personajes conocidos y los influencers ante esta presión añadida? Ignacio Cabra Bellido, Director de Marketing Digital en Piazza Comunicación, no lo duda: el miedo a ser grabados o expuestos públicamente condiciona muchas de sus acciones cotidianas. “Son figuras públicas sometidas a un escrutinio constante, donde cualquier gesto (por trivial que parezca) puede ser sacado de contexto, viralizado y generar una reacción desproporcionada. Este fenómeno ha generado un tipo de autocensura no solo en su actividad profesional, sino también en su vida personal. En reuniones, eventos o incluso en espacios informales, es común ver cómo se contienen, evitan situaciones ambiguas o se muestran excesivamente prudentes, precisamente por ese temor a que una imagen o vídeo descontextualizado pueda derivar en una crisis reputacional”, explica.

Una grabación no consensuada puede ser una invasión de la privacidad, pero como ocurrió en el caso de Peacock o en el de la ‘kiss cam’, pueden entrar en juego discursos de odio o juicios morales. Y como señaló la crítica cultural Rayne Fisher-Quann en su Substack, las redes sociales tienden a “trasladar a personas anónimas a auténticos realities”.

Al hablar del caso de la kiss cam de Coldplay, Rafael Juristo comparte con S Moda su opinión sobre lo ocurrido. “Según mi parecer no sería legal ni desde la perspectiva del derecho a la propia imagen ni desde la perspectiva de protección de datos y, por lo tanto, no se podrían haber captado ni difundido. Esas personas no aparecen en un plano general ni de forma accesoria, son los protagonistas de la imagen. Incluso si en las condiciones al comprar la entrada se indicara que los asistentes aceptan que se grabe y difunda su imagen, en mi opinión ese “consentimiento” en el caso de un concierto no sería válido”, comenta. Leandro Núñez señala que en los conciertos y grandes espectáculos, prácticas como la kiss cam se han normalizado y suelen aceptarse socialmente como parte del show. Si se informa previamente y no se difunde la grabación, lo habitual es que no se planteen problemas legales. “Pero eso no significa que estén exentas de riesgo. Aunque las entradas incluyan advertencias o se informe por megafonía, el consentimiento en esos contextos no es especialmente sólido; y si la cámara enfoca a alguien en una situación ambigua o comprometida (como en el caso que nos ocupa), el uso de su imagen podría considerarse una intromisión”, comenta. Como comenta en el podcast It’s been a minute la periodista Brittany Luse, la viralidad del vídeo del concierto y sus consecuencias hablan de un problema mayor: la erosión de la privacidad en nuestras vidas. “Vemos vídeos virales de personas actuando de forma extraña en público con bastante frecuencia, pero esto va más allá de los espacios públicos”, asegura. “Corremos el riesgo de ser vigilados y volvernos virales cada vez que interactuamos con otra persona, en público o en privado. En definitiva, ¿por qué no nos importa vigilarnos a nosotros mismos y a los demás? ¿Y qué nos hace la cultura de la vigilancia?”, pregunta.

La reacción de Astronomer, la empresa a la que pertenecían los amantes descubiertos en el concierto de Coldplay, fue similar a la que tienen los equipos de los influencers cuando se ven involucrados en un escándalo a causa de una grabación. “Desde agencias o departamentos de comunicación, trabajamos con gabinetes de crisis especializados para anticipar escenarios, preparar comunicados y establecer pautas claras de actuación tanto en redes como en medios. Hoy en día, el capital reputacional de un influencer es un activo tangible que impacta directamente en sus colaboraciones con marcas. Por eso, cada vez es más habitual que cuenten con equipos que gestionen este tipo de contingencias de forma profesional, con rapidez y estrategia, minimizando los riesgos y preservando su imagen a largo plazo”, explica Cabra Bellido.

Como comenta por su parte en New Yorker Kyle Chayka, el mundo se halla ahora en un estado de vulnerabilidad al saber que puede terminar por ser grabado en cualquier momento. “Cuando el motivo de la viralidad tiende a ser un drama interpersonal que conlleva grandes riesgos, no es de extrañar que tengamos menos ganas de publicar nuestras vidas”, asegura.

En el podcast al que aludimos anteriormente, otra de sus participantes, Kate Wagner, crítica de arquitectura de The Nation, comentaba lo necesario que es en la actualidad luchar por nuestro derecho a la privacidad y dejar de participar en los shows 3.0 que se generan cuando algo se viraliza. “Debemos evitar la tentación de publicar sobre desconocidos, especialmente publicar fotografías o capturas de pantalla. Debemos recuperar cierta empatía, es decir, ¿te gustaría que te pasara eso?”. Y bien sabemos cuál es la respuesta…