“Tembló todo como en un terremoto”

“Tembló todo como en un terremoto”


“El impacto del misil fue devastador. Sentimos un bum total y tembló todo como en un terremoto”, le cuenta a Clarín la argentina Mónica Kobal (63), quien estuvo presente en el epicentro del bombardeo al Hospital Soroka durante una nueva ofensiva iraní con misiles balísticos que también alcanzaron otras zonas de Israel.

Allí trabaja desde hace tres décadas como psicóloga especialista en oncología. Su testimonio, que prefiere ofrecer sin exponer una imagen propia, combina experiencia profesional y vivencia personal sobre el conflicto bélico.

El 19 de junio pasado había llegado temprano, como de costumbre (a las 7, hora de Israel), para poder ubicar su auto en el estacionamiento del centro médico, el cual no cuenta con demasiados lugares para vehículos.

Mónica apagó el motor y se dispuso a descender, pero a los cuatro minutos escuchó la primera alarma: es la que avisa que se está acercando una amenaza, aunque se desconoce si afectará tu zona. Y en un suspiro ya no hubo dudas, una segunda advertencia alertó sobre la inminencia del ataque y expuso la necesidad de ingresar a un refugio cercano.

La psicóloga conoce esta dinámica a la perfección porque su experiencia de guerra en el territorio comenzó a sus 27 años, en diciembre de 1989, cuando tomó la decisión de abrazar el suelo israelí para formar una familia junto a su marido.

Un misil balístico iraní impactó en el último piso del Hospital Soroka. Foto: AP/Leo Correa.

“Solo sentí mucho miedo en los años noventa porque no entendía lo que pasaba y tenía a una beba. Hoy es un problema no tener miedo porque me enfrento a cualquier cosa sin medir las consecuencias”, distingue.

A su marido lo conoció durante un baile estudiantil en la ciudad de La Plata, donde ella hizo la carrera de Psicología y él la de Medicina. Luego, un rabino la ayudó a hacer la conversión al judaísmo (ella nació en el seno de una familia católica) y así se mudaron a Israel para comenzar una historia en común: tienen tres hijas de 35, 30 y 26 años; y un nieto de año y medio.

El Hospital Soroka, ubicado en la ciudad de Bersheeba, puerta de entrada al sur árido y montañoso de Israel donde el desierto del Néguev es el paisaje protagonista, es el principal centro médico del país. La estructura está a 10 kilómetros de Gaza y ocupa 28 manzanas, con edificios distribuidos por distintas especialidades.

“El misil impactó en el pabellón de cirugías. Cayó en el último piso donde hay laboratorios, por lo que la explosión generó un incendio que logró ser dominado por los bomberos, pero dejó todo impregnado con olor a humo, pólvora y destrucción. Además, el mismo misil tiene otras bombas adentro que se van esparciendo por sus alrededores”, describe.

Y lamenta: “Más del treinta por ciento de nuestros pacientes son árabes. También hay médicos, enfermeros y personal administrativo árabe. Aun así, atacaron este lugar que representa la convivencia en medio del conflicto.”

Tras el estruendo, esperó entre 15 y 20 minutos para abandonar el refugio. Al salir, se encontró con una densa columna de humo y severos daños: cristales destruidos, escombros esparcidos en varias salas del hospital, cañerías destruidas, agua en el piso, cables eléctricos salidos, mamposterías en pedazos, equipos y aparatos sanitarios inutilizables y vehículos completamente calcinados junto a la entrada principal.

Mónica explica que la onda expansiva llegó hasta edificios contiguos e, incluso, voló el techo de su consultorio que estaba lejos del lugar del impacto. Hasta hizo estallar los parabrisas de muchos autos estacionados.

El proyectil provocó daños severos y un incendió en el centro médico israelí. Foto: AP/Leo Correa.El proyectil provocó daños severos y un incendió en el centro médico israelí. Foto: AP/Leo Correa.

“Los jueves es un día de reuniones y supervisiones, pero quedaron a un lado porque me dediqué a atender a las personas que fueron llegando a emergencias. Como era muy temprano, la gran mayoría eran trabajadores del hospital y muchos necesitaban contención. Cada uno hacía lo que podía para tratar de ayudar”, recuerda.

Un milagro: no hubo víctimas fatales

Como en una premonición, la parte del edificio que recibió el impacto directo del proyectil balístico había sido evacuada un día antes por el temor a que, justamente, un misil cayera sobre los pacientes. Por eso, no se reportaron víctimas fatales, aunque la infraestructura fue severamente afectada y hubo decenas de heridos, muchos con traumas por el infierno vivido. “Nunca antes había visto un ataque de esta magnitud”, sostiene Mónica.

Según la Convención de Ginebra, que contiene los tratados internacionales que definen los derechos básicos de los prisioneros, heridos, enfermos y civiles en zonas de conflicto bélico, un ataque así constituiría un crimen de guerra.

“Cuando impactaron los misiles, ya había pacientes trasladados a zonas subterráneas. Pero hay sectores, como oncología infantil, que no tienen refugios adecuados. El personal debió sacar a los niños internados en camillas hacia espacios más seguros”, comenta.

Masacre del 7 de octubre: un sello indeleble

El ataque al Soroka reveló la magnitud del drama de la guerra y la dimensión emocional de quienes viven bajo amenaza constante, pero Mónica asegura que Israel (remarca la “S” cuando pronuncia el nombre de su país) todavía no logró procesar completamente el trauma del 7 de octubre de 2023.

No hubo muertos en el ataque al hospital porque el sector más afectado había sido evacuado. Foto: Reuters/Amiir Cohen.No hubo muertos en el ataque al hospital porque el sector más afectado había sido evacuado. Foto: Reuters/Amiir Cohen.

“No se puede justificar nada cuando se queman personas vivas, se violan y se incendian chicas dentro de un auto o se mete un bebé extraído del vientre de su madre en un horno. Lo que sucedió el 7 de octubre es de otro nivel, algo peor que una guerra. No me puedo quitar estas imágenes de mi cabeza. Fue un exterminio, un apocalipsis con personas hambrientas de sangre, que todavía estamos llorando. Irán alimenta este terrorismo”, cuestiona.

Y recuerda que cuando la llamaron para atender a los sobrevivientes de la masacre no entendía lo que estaba pasando. “Esto no puede estar pasando. Pensé que escuchaba truenos, pero eran los tiros de Hamás”, describe.

Shjol: la pérdida de un hijo

Mónica suele trabajar con los jóvenes que van a la guerra. “Lo mejor que me pasó en la vida fue acá en Israel. Amo a este país y a nuestros soldados, que son como nuestros hijos. Los criamos para vivir, no para odiar. Se les enseña a ser humanos y no a matar”, asegura.

Es que por su labor conoce de cerca las heridas invisibles. “La guerra no solo deja muertos y destrucción física; hay una destrucción interna. El cuerpo habla en el tiempo lo que el alma calla. Tras situaciones límite como las vividas durante un ataque pueden surgir insomnio, ansiedad, llanto, desconexión emocional o aislamiento”, detalla.

Al respecto indica que estas “son respuestas esperables en el corto plazo, pero cuando persisten, se transforman en postrauma y requieren atención profesional”.

“Cada soldado que muere genera un vacío y un dolor enorme que destruye familias completas. Lo siento como si fuera la pérdida de un hijo. En hebreo tenemos una palabra para nombrar este dolor y es shjol. No miro televisión desde hace tres meses para no escuchar cuántos perdieron la vida”, reconoce.

Hay que seguir hacia adelante, con la frente en alto y con la fortaleza para recuperarse. Así lo pregona Mónica.