Qué tuvo que ver la ciencia en el segundo gol de Maradona contra los ingleses

Qué tuvo que ver la ciencia en el segundo gol de Maradona contra los ingleses


Diego Armando Maradona necesitó apenas 10 segundos para recorrer 52 metros en el Estadio Azteca de México y marcar el gol más icónico de los Mundiales. Fueron 44 pasos y 12 toques con la pierna zurda.

En su camino, dejó un tendal de jugadores ingleses incapaces de entender lo que acababa de suceder. Años de práctica quedaron desarmados ante un hombre de apenas 25 años y 1,65 metros de altura. Fue el domingo 22 de junio de 1986.

Lo que ellos, y gran parte del mundo, desconocían es que ese gol no empezó en el minuto 55 de aquel partido. Su génesis se remontaba a varios meses antes, en Roma, con un aliado inesperado: la ciencia.

“Admiro de Maradona que hizo el mejor gol de la historia en las peores circunstancias posibles”, supo decir Gary Lineker, el delantero inglés aquel 22 de junio de 1986.

Lineker no exageraba: las condiciones de juego en el Estadio Azteca eran difíciles. El césped estaba húmedo, desparejo y en mal estado debido a un mantenimiento deficiente.

Pero la altura era un desafío aún mayor: la Ciudad de México, situada a 2.200 metros sobre el nivel del mar, era un problema extra. La falta de oxígeno, típica de estas altitudes, podía desgastar rápidamente incluso a los mejores atletas.

El doctor Carlos Salvador Bilardo, entrenador de un equipo argentino que luego se consagraría campeón, era consciente de ello.

Previsor como pocos, en enero organizó una concentración en la ciudad jujeña de Tilcara a 2.400 metros sobre el nivel del mar para que sus jugadores se aclimataran. Sin embargo, Diego Armando Maradona no participó en esta preparación.

Mientras sus compañeros entrenaban en las alturas jujeñas, el capitán argentino cumplía con los compromisos de una exigente temporada en el Napoli de Italia.

“Por aquel entonces me enteré de que el ciclista italiano Francesco Moser había batido el récord de la hora, una de las competencias de resistencia más exigentes, en la Ciudad de México”, recuerda Fernando Signorini, el histórico preparador físico de Diego Maradona.

Pase a la red. Maradona está por convertir su segundo gol contra Inglaterra. Lo palpitan Butcher, Shilton y Burruchaga. Foto: AP.

“Le comenté a Diego que Moser se había preparado durante varios meses bajo la supervisión del doctor Antonio Dalmonte”, continúa Signorini.

Dalmonte era Director Científico y Jefe del Departamento de Fisiología y Biomecánica del Instituto de Ciencias del Deporte del Comité Olímpico Nacional Italiano.

A principios de enero, Maradona y Signorini se reunieron con Dalmonte y un colaborador. Los especialistas detallaron el programa desarrollado para el ciclista italiano y cómo podían adaptarlo a la preparación del 10. Maradona decidió iniciar el trabajo ese mismo mes.

El futbolista argentino cumplía con los compromisos del Napoli cada domingo y emprendía al día siguiente un agotador viaje de más de 200 kilómetros desde el sur de Italia hasta Roma para entrenar con Dalmonte.

Ya por entonces quedaba claro que Maradona hacía sacrificios extra deportivos que nunca tuvieron el reconocimiento suficiente.

El 10 bajo la lupa

El primer objetivo del equipo médico fue analizar en detalle el cuerpo de Diego, ya para entonces marcado por el maltrato de sus rivales. Aunque era famoso por su baja estatura y por lo que el Loco Gatti había descripto amistosamente como su “tendencia a ser gordito”, los resultados indicaban algo que todos sabían: Diego era distinto.

Tenía una capacidad excepcional para realizar trabajos de alta intensidad física en periodos cortos de tiempo, pero requería lapsos prolongados para recuperarse.

Este patrón de esfuerzo explosivo y recuperación extendida en la altura, donde la disponibilidad de oxígeno es menor, podía ser su talón de Aquiles. Por eso, mejorar su resistencia y acortar sus tiempos de recuperación fue prioridad.

El objetivo era garantizar que el capitán argentino pudiera mantener su rendimiento incluso en condiciones tan exigentes como las que enfrentaría en el Mundial.

“Cada vez que hacíamos algo era realmente para que Diego pudiera tener esa sensación de fatiga, de ahogo que iba a tener en México”, recordaba años después Signorini en el libro 1986. La verdadera historia, de Gustavo Dejtiar y Oscar Barnade. Se incluyeron ejercicios para ajustar la frecuencia de inhalación y exhalación, aprendiendo a regular la respiración según las necesidades del momento.

“Empezamos a trabajar con movimientos que tenían que ver con el juego y siempre tratando de llegar a estadios de altísima exigencia ¿Para qué? Para que él también se acostumbrara, no solamente a llegar al umbral del dolor si no a permanecer en él, porque si no pasa eso, el límite de rendimiento no aumenta, queda estable o disminuye”, continúa Signorini.

En Roma, Diego trabajó para que su cuerpo respondiera al esfuerzo explosivo y una recuperación extendida en la altura. También, hizo sesiones específicas para fortalecer sus tobillos.

Además, se incluyeron sesiones específicas para fortalecer sus tobillos que acumulaban viejas lesiones. Para esto, utilizó pequeños dispositivos similares a una caja de zapatos donde el astro colocaba el pie y realizaba una serie de movimientos articulares. Fue un trabajo meticuloso que convirtió una posible debilidad en una fortaleza.

Pulgar arriba

La mano que escribió la leyenda no empuñó una pluma, sino un gol. Fue un gesto rápido, casi imperceptible: el puño de Maradona por sobre Peter Shilton antes de que el arquero inglés alcanzara la pelota. Lo demás es historia (y controversia). Pero bajo ese instinto pícaro se encuentra un rasgo evolutivo único: el pulgar oponible, testigo de nuestra historia evolutiva.

“El pulgar es un dedo que se mueve independientemente de los demás dedos de la mano y se opone a ellos, por eso se lo conoce como pulgar oponible”, dice Martina Pernigotti, becaria doctoral de la Universidad de Buenos Aires.

“El pulgar nos permite usar herramientas con una mayor destreza que otros organismos que no lo tienen”, continúa la bióloga especialista en biología evolutiva. La capacidad de cerrar el pulgar permitió concentrar la fuerza en el puño de manera de transmitirla a la pelota para que con un movimiento preciso supere al arquero.

Esta característica está presente en el linaje humano desde hace aproximadamente 2.3 millones de años, siendo el Homo habilis la primera especie donde la encontramos.

Su nombre (“el hombre hábil”) habla de la habilidad conferida por este rasgo, que habría brindado ventaja una ventaja evolutiva frente a otros organismos similares.

“La presencia del pulgar también se asocia con la capacidad de caminar en dos patas, no en cuatro, y liberar las manos”, explica Pernigotti. En el Estadio Azteca esta sinfonía anatómica brilló en su esplendor: allí convergieron la posibilidad de caminar en dos patas, la habilidad instrumental y la capacidad de cerrar el puño en un movimiento preciso.

Cada movimiento de Maradona parecía honrar esos 2.3 millones de años de evolución humana.

Una hipótesis alternativa fue sugerida para explicar su origen: en primates, el pulgar oponible no solo permitió manipular objetos, sino también permitió convertir la mano en un puño aumentando la fuerza de golpe en contextos de defensa o competencia. Quizás no se trata solamente de habilidad y herramientas.

La evolución no es lineal ni mucho menos perfecta. Esta misma imperfección nos permite jugar con una nueva hipótesis: ese pulgar oponible -cumbre de nuestra anatomía- permitió que un hombre de complexión modesta superara a un rival físicamente superior. No mediante fuerza bruta o el uso de herramientas, sino con destreza y astucia, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina.

Carrera a la historia

Si se observa con detenimiento la carrera de Diego durante esos 52 metros, se puede notar que no fue regular ni a velocidad constante. La variabilidad en sus pasos no es casual. “Al principio, da varios pasos cortos para aumentar la velocidad aprovechando el contacto inicial con el suelo”, explica el paleontólogo y especialista en biomecánica, Sergio Vizcaíno, quien también es entrenador de arqueros.

Según Sergio Vizcaíno, especialista en biomecánica, cuando el 10 alcanzó la velocidad necesaria, “comenzó a dar pasos más largos, maximizando la eficiencia del uso del oxígeno y cubriendo más distancia con menos pasos”.

“Una vez que alcanzó la velocidad necesaria, Maradona comenzó a dar pasos más largos, maximizando la eficiencia del uso del oxígeno y cubriendo más distancia con menos pasos”, agrega el paleontólogo. Esta forma de correr, lejos de ser algo aprendido, es un patrón innato en los seres humanos.

Evolutivamente, no somos animales preparados para correr a grandes velocidades, pero sí para resistir carreras largas.

Es lo que se conoce como hipótesis del homo runner: la evolución favoreció la resistencia por sobre la velocidad, quizás producto de una mejora en las estrategias de cacería. La postura erguida, el desarrollo de los músculos y tendones, e incluso la sudoración parecen apoyar esa hipótesis.

Su postura, su visión y su forma de correr son algo más que fútbol. En su corrida histórica hacia el arco defendido por Peter Shilton nunca dobló la columna, nunca perdió de vista el horizonte y supo regular perfectamente su energía.

Sin intención alguna, Maradona puede ser visto como un modelo evolutivo que ofrece una ventana para comprender mejor la historia de los humanos como especie.

Charly García, en una conversación íntima con Diego Maradona, le preguntó cómo había logrado hacerle el gol a los ingleses. La respuesta de Diego fue simple y directa: “Miré al arco y esquivé patadas”.

Con esa frase, el 10 sintetizaba no solo la jugada, sino su vida misma, llena de obstáculos, desafíos y superaciones.

Hoy sabemos que, además de su genio, Diego también contó con la ayuda de la ciencia.