Desde que las fotos de las montañas de ropa depositada en el desierto de Atacama en Chile se volvieron virales en 2021, la basura textil pasó a ser un tema central para la agenda de la moda. Así surgieron cuestionamientos al sistema que insiste en producir indumentaria a destajo, para impulsar a los consumidores a adquirir prendas, con más frecuencia, incluso a diario, para luego ser descartadas inmediatamente en la búsqueda de otras nuevas.
El foco se puso en Zara y Primark, entre otras empresas que lideran el denominado fast fashion, con el podio encabezado por el gigante asiático Shein. Se exacerbó todavía más con la proliferación de influencers que en las redes sociales ostentan las cosas que compran, usan poco y tiran velozmente. Tik Tok reina en ese sentido.
También comenzaron las preguntas a propósito de los materiales con los que están confeccionados los atuendos; si éstos son contaminantes y cuánto tiempo van a perdurar en el planeta.
Eso sumado a que se empezó a hablar de las condiciones laborales en que se hace la ropa, cuya respuesta en la mayoría de los casos se resume en salarios muy bajos, que luego se traducen en precios baratos, algo que, además, alimenta la rotación más agitada de los artículos que se consumen.
Al mismo tiempo, cada vez más usuarios conscientes y organizaciones no gubernamentales empezaron a buscar soluciones para que la vestimenta en desuso no termine en un basurero, lo mismo al exigir medidas gubernamentales para evitar los desperdicios.
Una de las salidas más habituales es la “moda circular”, asociada tanto a la reparación, como a la venta de ropa de segunda mano y al reciclaje industrial para generar nuevas fibras, por lo tanto, nuevos textiles. También se recurre a la técnica del upcycling para confeccionar una nueva prenda a partir de otra ya existente.
Deriva fashion
“¿A dónde va el pantalón que tiramos a un contenedor de ropa usada?” Esa fue la cuestión disparadora para que un grupo de periodistas del diario El País de España investigara durante once meses cuál fue el destino de la vestimenta que descartaron. ¿Cómo lo hicieron? Asociados a la ONG Planeta Futuro, juntaron 15 prendas de compañeros de la redacción, y a cada una le pusieron un geolocalizador cosido en el dobladillo para poder seguir el trayecto.
Luego depositaron la ropa en recolectores en distintos puntos del territorio español. ¿El resultado? Comprobaron que la mayoría todavía estaba dando vueltas en naves industriales o descampados, y por lo menos la mitad, terminó en el sur del globo causando más contaminación o alimentando redes comerciales turbias.
Pero eso no es todo, sino que además concluyeron que esa indumentaria que viajó miles de kilómetros incrementó la huella de carbono, algo nocivo para el medio ambiente, siendo Ghana uno de los lugares a donde llegó la vestimenta para ser revendida en el mercado de Kantamanto (Accra, Ghana), o en su defecto terminar tirada en la playa o quemada en un basurero.
Lo cierto es que este no es un tema excluyente para los españoles, ni siquiera para los europeos, sino que el flagelo de las pilas de ropa acumulada es un problema para el planeta. De hecho, la mayoría de los descartes que provienen de las naciones desarrolladas terminan depositados en el sur global.
Así lo confirmó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en un documento difundido el 30 de marzo pasado en coincidencia con el Día Internacional de Cero Desechos, donde además se sostiene que la gestión inadecuada de residuos provoca incineraciones y graves consecuencias ambientales y sociales. Esto se traduce en que las comunidades pobres son las más afectadas: sufren la contaminación y el deterioro de su calidad de vida.
A su vez, la ONU dio a conocer que cada año el mundo genera 92 millones de toneladas de descartes textiles y que, entre el 2000 y el 2015, se duplicó la producción de prendas de vestir, mientras que la vida útil de esos artículos disminuyó un 36 por ciento.

“Un ejemplo brutal de lo que hoy se denomina ‘colonialismo de los residuos’”, sentencia Marcela Godoy, experta chilena en sustentabilidad, a propósito del basurero del desierto de Atacama.
Insiste además en que es erróneo pensar que las industrias se autorregulan ya que el sector textil funciona dentro de un modelo que prioriza la rentabilidad por sobre el bienestar socioambiental.
Y que -según considera la especialista en moda circular- mientras no existan políticas públicas que fiscalicen a esas empresas, el discurso sostenible seguirá anclado en el marketing, sin cuestionar los impactos en la cadena de valor.
Peor aún, para Godoy se perdió la cultura material, esto quiere decir que se desconoce de qué está hecha la ropa. Algo fundamental para saber qué tipo de ciclo requiere al ser reincorporada al sistema y ejercer un rol activo en la economía circular.
“Sin ese conocimiento, no sabremos si una prenda puede ir al sistema técnico o al biológico -reflexiona-, si se puede reciclar, compostar o si simplemente terminará en un vertedero”, concluye.
Nuevas oportunidades
En la Argentina, las políticas públicas para paliar la generación de basura textil son escasas para no decir casi nulas, con alguna propuesta ínfima como, por ejemplo, la de la recepción de medias o solo de retazos de denim (popularmente conocido como “jean”) en los puntos verdes móviles gestionados por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Y más allá de que algunas marcas estén trabajando con reciclado y haya emprendedores que producen a partir de la metodología del upcycling, la pregunta es ¿qué hacen los ciudadanos con la ropa que descartan?
Lo más usual es que la vestimenta que ya no se usa sea donada a organizaciones de la sociedad civil, también a los movimientos de origen religioso, como Emaús o El Ejército de Salvación, entre otros.

Asimismo, es cada vez más frecuente que las prendas sean llevadas para ser vendidas en las denominadas “tiendas vintage”, que suelen ser visitadas por vestuaristas, consumidoras fashionistas en búsqueda de hallazgos retro y el público en general. Además, están las legendarias ferias americanas, donde se comercializa ropa usada, aggiornadas a la era de la revolución tecnológica con propuestas online.
“Notamos que se publica más ahora”, explica Cecilia Membrado, dueña de Renová tu vestidor -la plataforma pionera en venta de ropa por internet- cuando se la consulta por el contexto actual de crisis económica. “Estamos en 4 prendas publicadas por minuto mientras que el año pasado eran un poco menos, alrededor de 3”, señala.
Aunque aclara que el crecimiento del negocio, que hoy contabiliza dos millones y medio de usuarios, también se da porque las generaciones jóvenes son más conscientes del cambio climático.
De hecho, cuando algunas piezas quedan fuera del sistema porque no se adecuan a la curaduría propuesta, la empresa provee a los vendedores de contactos para que se vinculen con fundaciones que las puedan recibir. “Incentivamos a que se done a la gente que la necesita”, subraya.
Dice Brenda Andersen, cofundadora -junto con Constanza Darderes- de los locales Cocoliche, que aquello que no entra en el circuito comercial es donado a organizaciones que trabajan en barrios vulnerables. Y en ese sentido, explica que hay dos tipos de donaciones; por un lado, están las prendas que, si bien fueron aceptadas inicialmente, luego son retiradas de la venta por no cumplir con los estándares.
“Y, por otro lado, están las que directamente no fueron seleccionadas, pero sus dueños decidieron donarlas”, reconoce. Así -desde que nació el emprendimiento en La Plata, en 2013, hasta diciembre pasado- Cocoliche alcanzó a donar casi 35 mil prendas. Y en el último año, se entregaron más de 14 mil a través de ONGs con las que trabaja la marca.
Cecilia Malm Green de Alma Zen Vintage también pensó alternativas para la vestimenta que no es elegida en los percheros de su tienda en Almagro (CABA).
A las remeras de algodón las desarma y con la tela que obtiene, hace bolsas que le da a los clientes, mientras que el resto de la indumentaria la dona a recuperadores urbanos. En situaciones de emergencia -una inundación-, las destina a la casa de la provincia que esté atravesando la catástrofe. La cuestión es no tirar si otro lo necesita.