En uno de sus relatos, Virgilio Piñeira argumenta en clave poética que él ha aprendido a nadar en seco. Y es con esa imagen con la que el Macba nos convoca a una monografía de la videoartista y performer cubanoestadounidense Coco Fusco, también autora de varios libros sobre arte y performance. Tal y como se nos dice en el texto de sala, en este caso, las vidas e imaginarios de quienes sufrieron y sufren represión entretejen un recorrido audiovisual, performativo y documental de la Cuba posrevolucionaria. La muestra se abre con el vídeo de una plaza desierta. Si antaño fue escenario de diversas movilizaciones, ahora es una explanada de cemento con dos efigies de hierro y una bandera como principal reclamo.
Su dureza y silencio rompe con la imagen exótica y festiva que se ha reproducido tantas veces sobre la isla y anticipa uno de los temas de fondo en esta exposición: cómo lidia Cuba con sus fantasmas. Uno de ellos es el poeta Heberto Padilla, quien se vio obligado a retractarse de sus palabras al confesar sus “actividades contrarrevolucionarias”. Su caso acompaña al de otras figuras que fueron igualmente silenciadas como María Elena Cruz Varela y Reinaldo Arenas. Al invocarlas, Fusco se posiciona políticamente.
Este énfasis en la palabra (y su ausencia) vuelve a aparecer en la parte más destacable de la muestra. Se trata de una película y una instalación que se hicieron según la descripción verbal de un recuerdo y de unos dibujos. En el primer caso, la cárcel es presentada como un lugar de resistencia y socialización, según el testimonio del escritor y preso político Néstor Díaz de Villegas, a quien le cayeron seis años por escribir un poema, experiencia de la que habló él mismo durante la rueda de prensa y que Fusco trasladó en imágenes (La noche eterna).
En el segundo, el punto de partida fueron las llamadas que ésta hizo al también artista Luis Manuel Otero Alcántara —todavía preso— y donde le pidió que le hablara en detalle de los dibujos y pinturas que estaba produciendo. Compartió estas grabaciones con algunos de sus amigos para que hicieran una réplica, según lo escuchado. Lo curioso es que el propio Alcántara se inspiró en la descripción de otros dibujos realizados en el siglo XIX por el líder abolicionista José Antonio Aponte, según venían descritos en un acta sumarial, por la que fue ejecutado por traidor. Por tanto, aquí se rescata y da visibilidad a un legado que ha circulado de boca a oreja, a través de distintos momentos y disidencias.
A lo largo de su carrera, Coco Fusco ha adoptado diversas identidades, pero también ha hecho de emisaria de figuras que ya no están o siguen represaliadas. Con esto ha logrado amplificar sus críticas hacia los mecanismos de control estatal que operan en Cuba y también en Estados Unidos, dos realidades que aquí apenas veo interconectadas, y en mi opinión esta una de sus debilidades. La otra es usar el arte casi exclusivamente como ilustración y altavoz de una idea. Esto hace que la muestra me resulte excesivamente programática. En el generoso repertorio comisariado por Elvira Dyangani Ose me cuesta identificar un vídeo o performance que me diga o signifique algo más de lo que ya estaba destinada a significar, que es lo que espero al visitar una exposición o escuchar un poema, que se despegue de su enunciado y active mi imaginación crítica. En realidad, esto es muy sintomático de lo que le sucede al arte hoy en día: la tendencia a apropiarse o querer encajar en un discurso u otro para llamarnos la atención sobre casi cualquier asunto. Tiende al academicismo.
No lo veo en el legado audiovisual de Sara Gómez que actualmente se exhibe en La Virreina, y que, a diferencia de la citada muestra, recoge el frenesí de los primeros años de la revolución cubana. Si en la primera sala ya se habla de censura, en la segunda se dibuja un panorama no tan uniforme de lo que fue el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, al que Gómez no se cansó de acreditar, pues fue dentro de este organismo donde desarrolló su breve pero intensa filmografía. Su compromiso con lo que debió pensar que era una transformación histórica no le impidió articular un retrato crítico y vibrante de aquellos días, con un gran sentido del ritmo, una ética de rodaje y una gran sensibilidad para detectar lo que la sociedad cubana tenía tan interiorizado, como el machismo o las heridas coloniales en el obrero racializado.
Gómez trató de cerca estas contradicciones e incluso las llevó a debate ante las cámaras, como se ve en Mi aporte… y En la otra isla. En ambos documentales nos presenta a gente anónima entrando sutilmente en conflicto con sus ideales y aprendiendo a lidiar con ello. Valga decir que se podría cuestionar el sentido de esta exposición, cuando ya se le hizo una retrospectiva el año pasado en la Mostra de Films de Dones, en Barcelona, donde muchas de estas películas fueron proyectadas en pantalla grande y mejores condiciones.
Entiendo que la decisión de exponerla en el primer piso de La Virreina fue una apuesta personal de su comisario, Valentín Roma, por elevar a esta figura a la categoría de otros pensadores a los que también dedicó una retrospectiva. Pienso en Alexander Kluge, Nanni Balestrini o Marguerite Duras, con la que Gómez mantuvo una conversación que se incluye en el libreto de la muestra y que nos dice mucho de la vitalidad guerrera del personaje. “Le aclaro que soy feliz, feliz de vivir aquí y ahora. Usted me habló del carácter absurdo —o inútil, no recuerdo— de la vida… No sé qué quiere decir exactamente. Créame que yo no la comprendo. No logro comprenderla”.
‘Coco Fusco. He aprendido a nadar en seco’. Macba. Barcelona. Hasta el 11 de enero de 2026.
‘Sara Gómez. Mi aporte’. La Virreina. Barcelona. Hasta el 29 de septiembre.