El “boom de rusos en Argentina” se enfrió. Como una sopa borsch. Después de ese pico histórico de llegadas en plena guerra con Ucrania, el fenómeno inmigratorio ruso ya no es más que es eso en el país: historia.
Un cambio en los requisitos para obtener la ciudadanía, mayores controles y un nuevo contexto político frenaron el desfile de mujeres embarazadas que venían a tener a sus hijos en Buenos Aires para conseguir el pasaporte argentino.
Hoy casi no llegan, y son muchas más las que, con sus bebés argentinos, dejaron el país. Es un verdadero repliegue.
Ahora miran hacia otras fronteras. Brasil y Chile asoman como los nuevos destinos elegidos por los que huyen del servicio militar obligatorio, del régimen de Putin o simplemente buscan un plan B lejos de Moscú.
Un pequeño grupo se quedará a vivir o, al menos, a esperar los papeles. Entre ellos casi se los considera como “la resistencia”.
De la estampida a la calma
La escena rusa local ya no es la misma. Se hablaba de “turismo de nacimientos” y de vuelos repletos de mujeres rusas en las últimas semanas de gestación. Venían solas, o con sus parejas, y muchas veces sin pasaje de vuelta. Empezó en 2022, y estalló en 2023. En un solo día de febrero de ese año llegaron más de 30 mujeres embarazadas al aeropuerto de Ezeiza.
El objetivo era claro: que su hijo naciera en estas tierras, donde rige el ius soli (derecho de suelo): quien nace acá es argentino. Y eso, hasta muy poco, hacía extremadamente fácil que padres y hasta abuelos rusos también obtuvieran la ciudadanía.
Ese pasaporte argentino –válido para ingresar a más de 170 países sin visa– se convertía entonces en una llave de acceso al mundo y un salvavidas ante la incertidumbre bélica. Les permite desde poder entrar a Estados Unidos (no pueden siendo rusos) hasta tener tarjetas de crédito internacionales (están bloqueadas las rusas).
Pero en 2024 la tendencia empezó a cambiar. Ya no hay colas de rusas en los hospitales públicos y sanatorios porteños. No hay operativos especiales en Migraciones. Y la cifra de ingresos bajó al extremo.
En paralelo, los trámites de radicación también empezaron a caer. Según datos a los que accedió Clarín desde Migraciones, en 2023 hubo más de 7.000 pedidos de residencias de ciudadanos rusos (3.809 permanentes, 3.042 temporarias y 272 transitorias), en 2024 fueron entre todas fueron 4.915, y este año, el número es sensiblemente menor. Hasta mayo apenas hubo 1.821.
Qué cambió
Los motivos del descenso son varios. En primer lugar, el Gobierno de Javier Milei endureció las políticas migratorias y el acceso a servicios públicos. En ese marco, por ejemplo, quienes tienen una residencia irregular deben pagar por la atención médica y por estudiar en universidades de gestión estatal.
La “herida de muerte” para los rusos fue el Decreto DNU 366/2025, publicado el 29 de mayo en el Boletín Oficial.
Según la normativa, para ingresar en el territorio nacional, deberán presentar una declaración jurada, indicando motivos y compromisos de permanencia. En la práctica, el Estado ahora puede denegar el ingreso o tramitar una deportación mucho más rápido.
A la par, los trámites judiciales (cartas de ciudadanía) para que padres extranjeros obtengan la ciudadanía tras el nacimiento de un hijo argentino también se volvieron más estrictos. Ya no se resuelven en tiempo récord, tampoco alcanza con presentar un certificado de nacimiento: los jueces exigen pruebas de arraigo y vínculos reales con el país.
Además, se modificó el acceso a la ciudadanía por naturalización. Se establece un requerimiento de dos años de residencia continua y legal sin salidas del país.
“Los rusos no pueden ni cruzar a Colonia de Sacramento (Uruguay) y volver en el día. Ni en Iguazú pueden salir para ver las cataratas del lado brasileño”, dice a Clarín Kirill Makoveev, un abogado ruso que vive acá desde 2014 y fundó Ru Argentina, una de las empresas que fomentaban el “turismo parturiento”, entre otros servicios a medida para sus compatriotas.
“Lo que pasa es profundamente injusto. Miles de rusos vinieron a Argentina por amor. Muchos llevan años esperando su DNI, son tratados como si fueran espías, el proceso se vuelve cada vez más complejo, y no se les permite establecerse en el país de manera digna. Parece más un proceso de expulsión silenciosa”, apunta.
¿Ya no somos el país prometido para los rusos? “Desde 2015 asesoro para que vengan, pero hoy invitar a venir a Argentina a personas educadas, jóvenes, saludables, con valores europeos y capacidad contributiva… es ponerlas en riesgo. Hay otros países que están mucho mejor preparados para recibirlas”.
Se están yendo a Brasil, cuenta Makoveev, “Chile es otra cosa, mucho más estable que acá, pero es muy difícil el tema de la legalización”.
Éxodo desde Buenos Aires
Con menos facilidades y más requisitos, Argentina dejó de ser el preferido para este perfil de migrantes. Brasil, por ejemplo, también otorga ciudadanía por nacimiento y mantiene una política migratoria más previsible. Chile, ofrece opciones de residencia para nómades digitales.
“Me mudé de Argentina a Brasil. Viví dos años en Buenos Aires con una residencia precaria y me estaba preparando para solicitar la ciudadanía. Pero cuando supe que ahora todo ese proceso empezaba de cero —primero esperar el DNI, y luego volver a contar dos años hasta el pasaporte—, entendí que no estaba dispuesta a perder otros dos años”, dice Iuliia Permiakova a Clarin.
El pasaporte, aclara, no lo necesitaba sólo “como documento”, sino como una forma de poder viajar. “Quedarme todo ese tiempo sin salir… va contra mi naturaleza. Me duele especialmente porque invertí mucho dinero en este camino: vivir en un país en crisis es caro, pagaba de más por mi departamento, por la comida, y aguantaba todo solo por tener el pasaporte“, compara Iuliia.
“En cambio, en Brasil hace calor, es barato, hay acceso a productos y se respira más fácil. Por eso me mudé”.
La comunidad se achicó. Hay quienes vendieron sus departamentos recién comprados. Otros cerraron pequeños emprendimientos. Algunos volvieron a Europa del Este.
“Llegué en diciembre de 2022, sin ciudadanía. Estoy en proceso de abrir una segunda cafetería, será en Palermo Hollywood”, dice a Clarín Igor Kotleron.
“En estos momentos tengo la cafetería rusa más antigua. De hecho, abrimos seis meses después de la primera cafetería rusa, pero ellos cerraron hace unas semanas. Se fueron”, comenta el dueño de Birdy Birds, rodeado de delicias “de especialidad” rusa, como raf (shot de espresso, azúcar y un chorrito de crema) o sbiten de café (combinación de miel y especias), y platos como syrniki (panqueques esponjosos), draniki (buñuelos de papa aplastados) y -ya traducidas- pepas rusas.
Igor inició el trámite de ciudadanía en febrero: “Pero quizá, por los cambios recientes, retrasen el proceso meses o años. Para algunos se está volviendo caro vivir acá y se van. Yo sigo emprendiendo“.
Irina vivía en Argentina y ahora habla con este diario desde Yakutia. A 8.470 km de Moscú, se convirtió en la República Autónoma de Saja, dentro de la URSS, en 1922, después de una revuelta.
“Nosotros somos de la comunidad indígena, tenemos fuertes raíces con Yakutia, pero Buenos Aires es nuestra segunda casa”, cuenta. Se fue este año con su familia y sin ciudadanía.
“Con la economía de allá, como cobramos en rublos con mi marido, nos era muy costoso pagar el alquiler en dólares. Si consigo un trabajo remoto que paguen mejor en dólares, volvería con mis hijos a Argentina a esperar el pasaporte dos años”, detalla Irina, y no descarta quedarse a vivir.
Lo que sí se mantuvo en pie es la red informal de contención. En barrios como Palermo, Belgrano y Recoleta todavía se ven familias rusas con bebés. Muchos padres y madres siguen estudiando español, con empleos en el exterior remotos para seguir sosteniéndose en el país cobrando en dólares.
Pero la idea de venir a “buscar un hijo argentino” como estrategia de escape ya no tiene el mismo atractivo.
Lo que dejó el boom
En medio del boom, también se multiplicaron los estudios jurídicos que ofrecían asesoría migratoria, las salas de maternidad con traductoras de ruso y hasta los grupos de Telegram con guías paso a paso para instalarse en Buenos Aires.
En un par de años, la comunidad pasó de ser casi inexistente a tener escuelas con cupos agotados y mercados con carteles en cirílico.
Ahora, ese auge quedó atrás. Lo que queda es una comunidad más pequeña, menos volátil y con planes más firmes. En paralelo, el Gobierno sigue monitoreando la situación, atento a nuevos flujos y a los vacíos legales que el fenómeno dejó al descubierto.
Como muestran los egresos e ingresos por Migraciones, en 2023 y 2024 entraron más rusos de los que salieron del país (37.680 y 37.386, respectivamente, contra los 31.693 y 36.590 que salieron). En 2025 ya se ve la situación inversa: entraron 19.509 y salieron 20.782.
Otro dato clave es la matriculación en las escuelas. Desde el Ministerio de Educación porteño lo ponen en cifras: mientras que en 2024 había 891 estudiantes rusos en escuelas privadas y 611 en públicas, el número hoy cayó a 392 en escuelas privadas y apenas subió a 675 en escuelas públicas.
Y en las solicitudes de radicaciones la cuestión se termina de definir: a mayo de este año apenas se iniciaron 990 trámites de residencia permanente.
Pasaporte en pausa
Uno de los puntos más sensibles sigue siendo el uso del pasaporte argentino. Durante el boom, hubo alertas internacionales por su presunto uso con fines ilegales o de espionaje. Algunas embajadas detectaron intentos de ingresar a Europa con documentos argentinos recién emitidos por ciudadanos rusos sin vínculo cultural ni residencia efectiva en el país.
Por eso, el control se volvió más exhaustivo. Los consulados argentinos en el exterior ahora requieren documentación adicional. Y los pedidos de pasaportes están sujetos a mayores verificaciones.
Con ese nuevo escenario, el camino no es tan directo. Para los rusos que buscan escapar de la guerra o de las restricciones del Kremlin, Argentina sigue siendo un destino posible. Pero ya no es el más fácil.