La comunidad artística de la generación del 80 como fue reconocida su impronta productiva, ha quedado en ausencia de uno de sus productores más prolíficos y consagrados, Juan Lecuona ha fallecido en Buenos Aires el sábado a última hora.
Miembro de lo que se definió como ‘la generación intermedia’ que irrumpió a principios de los ochenta renovando los paradigmas tradicionales no sólo de circulación sino de producción, incorporando técnicas, ampliando horizontes y fomentando una auténtica diversidad que creció en los aires renovadores que implicaron el fin de la dictadura y el comienzo de la democracia en Argentina. Este sesgo incide claramente en la necesidad generacional de los emergentes de hablar desde sus propias experiencias, en lo que también se definió como ‘nuevo subjetivismo’.
Su generación
Como ha dicho alguna vez Yuyo Noé, el acta de nacimiento de un pintor es su generación, cuando comienza su recorrido. En 1983 formó parte de la muestra denominada Ex -presiones, en clara alusión al final de las presiones de la dictadura, que reunía a la mayoría de los artistas emergentes, unos cuarenta artistas entre los que se contaban Marcia Schwarz, Armando Rearte, Guillermo Kuitca, Diana Aizenberg, Rafael Bueno, Fernando Fazzolari, Juan José Cambre, entre otros.
Curada por la crítica Laura Buccellato y el crítico Carlos Espartaco, fue la entrada de Lecuona ‘al mundo del legal underground’.
En 1984 tuvo lugar su primera muestra individual y al año siguiente fundo junto a Héctor Médici, Nora Dobarro, Gustavo López Armentía, Eduardo Médici, nacía el Grupo Babel. El peso de la famosa torre es claro: juntos pero cada uno con su propia imagen.
Los grupos se formaban alrededor de algunos críticos, Jorge López Anaya, Nelly Perazzo, Elena Oliveras, Rosa Faccaro, Jorge Glusberg, Fermín Févre, fueron algunos de los que acompañaron.
Esta comunión grupal se mantuvo permanente en esta generación, y sirve de bisagra a lo que en los 90 permitió a los emergentes apoyarse en un concepto nuevo de artista que viajaba por el mundo invitado a muestras, ganaba premios consagratorios y tenían una vitalidad que incluía ser gestores de sus propias trayectorias.
En 1986 aparecerieron las calas, hechas en plomo y también pintadas, donde daba cuenta de ese subjetivismo. Juan se había criado en una casa donde predominaban las mujeres y muchas de ellas costureras. Las calas estaban en ese patio y pasan a ser deconstruidas al tiempo, llegando a ser meras siluetas deformadas para tensionarse en forma geométricas que incluían líneas rectas.
En un reportaje admitió: “Si voy para atrás, a lo más lejos, antes de empezar, veo cosas que había en el fondo de mi casa. Son memorias, formas, y a todas, las uso para pintar”.
A comienzos de la década de 1990 las figuras invadieron el cuadro, aparecían así las series donde incorporaba los moldes de ropa, pegados sobre la superficie e intervenidos por distintas capas que tanto colocaban materia pictórica como la arrasaban de algún modo.
El molde aludía al cuerpo femenino como algo ausente, fragmentado, alegorías de señoritas de barrio que admitieron cambios, se volvieron aladas, “ángeles” o “victorias”, en citas tanto al arte griego como al propio Duchamp.
En 1991 ganó el Premio Fortabat y esto tuvo continuidad en 1995: Premio Artista del Año, Asociación Argentina de Críticos de Arte, 1997: Primer Premio de Pintura, Salón Manuel Belgrano, 1999: Segundo Premio de la Fundación Costantini, 2002: Premio Trabucco, Academia Nacional de Bellas Artes, 2003: Gran Premio de Honor, Salón Nacional.
Últimas producciones
Las últimas producciones que mostró en la Galería La Ruche tenían un sesgo muy pictórico donde el color era el protagonista esencial, trabajado en la superficie por distintas capas que hacían que fueran obras muy difíciles de fotografiar.
De su experiencia en pandemia, queda un registro muy interesante de ver en el sitio de la FUCA de Calamuchita (Córdoba) donde hizo una residencia en 2020.
Una instalación de 80 dibujos realizados en grafito sobre hojas Fabriano, donde describe su percepción de un paisaje anulado por la restricción como ‘Inútil Paisaje’. Ese registro puede verse en este video.
Su vida transcurría entre San Pablo y Buenos Aires, donde pintaba en su taller en el edificio Central Park en Barracas.
“Hago cantidades de dibujos, pasteles, pinturas sobre papel, voy elaborando un conjunto de obras simultáneamente. También persigo mis ideas a través del diseño gráfico y la escultura. Esta manera de trabajar es la que siempre quise tener, no puedo trabajar de otra manera. Esto es lo que me lleva a pintar lo que realmente quiero. Este sentido móvil de mi praxis artística permite que mi obra permanezca abierta y yo pueda producir cambios de acuerdo a mi necesidad, sin ceñirme a nada”, había contado.

Su partida fue muy abrupta, impensada. Deja huella en sus amigos, en las numerosas colecciones que lo tienen presente tanto nacionales como del resto del mundo, y en una muestra que queda pendiente para noviembre en el Centro Cultural Rojas.