A pocas horas de llegar a Buenos Aires, después de un largo vuelo desde Londres, Marianela Núñez se dispone a una entrevista tardía sin la más mínima apariencia de cansancio. La agitación de los viajes y de los aeropuertos, de ensayos y de funciones frente a espectadores del planeta entero, o casi, forma una parte ya natural de su vida.
Marianela, seguramente no hace falta explicarlo, es una de las más destacadas bailarinas del panorama internacional del ballet. Arriesguemos: la más grande. Los críticos de danza y ballet del Reino Unido que conforman el prestigioso Critic’s Circle, otorgan premios a la danza en distintas categorías. Marianela Núñez ha obtenido cinco: el primero fue en 2002 como “Joven promesa” y luego en 2005, 2012, 2018 y en 2022, como “Mejor bailarina”. Antes, en 2007, había recibido el también muy prestigioso Premio Oliver a la “excelencia en la danza”.
Nació y creció en el partido de San Martín, provincia de Buenos Aires, y se formó desde pequeña en la danza con maestros privados; fue alumna durante cinco años del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y apenas adolescente ingresó al Royal Ballet de Londres. Allí recorrió todo el espinel que va desde el nivel de cuerpo de baile hasta el rango de primera bailarina, que alcanzó cuando tenía sólo 20 años.
En abril de 2025, el rey Carlos III le concedió el título de Oficial del Imperio Británico por “sus servicios a la danza”.

Marianela está en Buenos Aires para interpretar el personaje de Kitri con el Ballet del Colón en una nueva producción de Don Quijote.
Es una versión creada por Silvia Bazilis y Raúl Candal, dos ex primeros bailarines de esta misma compañía y también una recordada y admirada pareja de intérpretes que se retiró en 1994.
Bien, nos encontramos entonces frente a Marianela en el bar del hotel porteño donde se aloja. Pregunta: “Antes de empezar, ¿encargo una merienda? Estoy famélica”. Pide un café cortado, tostadas, queso crema… “y dulce de leche. Es mi gran debilidad”.
La popularidad de Marianela, con sus centenares de miles y miles de seguidores en las redes sociales, no afectó su naturaleza, totalmente desprovista de divismo.
-Nunca te preocupa decir tu edad.
-Al contrario. Tengo 43 años y me enorgullece estar tan plena profesionalmente como lo estoy ahora. Mientras avanzaba en la carrera veía que muchas primeras bailarinas dejaban de hacer las obras clásicas antes de los 40 años. Pensaba: “¿Cómo será eso?”. Tengo ahora las dos funciones de Don Quijote; estuve a fines de mayo en Hong Kong, con el ballet Giselle. Después de la última función, una matiné, tomé un vuelo a la noche, llegué a Londres el lunes a la mañana y fui directo a trabajar; hice mi clase y empecé a ensayar Oneguin con Roberto Bolle; cuatro días después tenía mi primera función con él. Antes de viajar a Buenos Aires, estuve en Italia bailando Margarita y Armando, pasé por Londres unos días, empaqué mis cosas y volé hacia aquí. Es una energía que no tenía a los 20 años.
Tengo 43 años y me enorgullece estar tan plena profesionalmente como lo estoy ahora.
Marianela NúñezBailarina
– Por si fuera poco, estudiaste a distancia el rol de Kitri de esta versión de Silvia Bazilis y Raúl Candal.
-Sí, a través de videos. Silvia, además de una gran artista, es una persona maravillosa, luminosa; esto era evidente cuando bailaba y llegué a verla. Es de ese tipo de artistas a los que les creés todo. El escenario es un lugar donde no se miente. Y a aquellos que tienen mucho ego, también se les ve. ¡Y Raúl! Él fue mi maestro. Tomaba clases en el estudio que tenía con Katty Gallo. No solo fue para mí un excelente maestro, no solo me dio una formación y una base espectaculares; también era la manera en que nos hablaba, los videos y los libros que nos recomendaba. Silvia y Raúl son gente de otra generación, con una profundidad artística y humana muy grande.
-¿Le das mucha importancia a la tradición, al legado, a la transmisión artística, no es cierto?
-Me parecen esenciales y es algo que aprendí en el Royal Ballet. Sin la historia no somos nada y es preciso afirmarlo todo el tiempo porque pareciera que el pasado no existe; que todo es hoy, o mañana. Reconocer la historia, sin congelarse en ella, es fundamental en la vida cotidiana, y ni hablar en la vida artística.
Reconocer la historia, sin congelarse en ella, es fundamental en la vida artística.
Marianela NúñezBailarina
-¿En qué momento estás hoy, desde el punto de vista emocional?
-Haciendo mucha introspección, cuestionándome. Una de las cosas que más siento es la gratitud por la carrera que hice, por la institución donde aprendí valores artísticos y que me ayudaron también en la vida: el respeto, la honestidad. El oportunismo me mata; dar lo mínimo indispensable para aprovechar alguna ocasión, eso me mata. Sé que en el Royal Ballet tengo un apoyo enorme y en los momentos en los que tambaleo o me siento insegura, sé dónde buscar ayuda.

-¿Qué te provoca inseguridad?
-Muchísimas cosas. Logro con más sabiduría, que no sé de dónde sale, sobrellevar las dificultades de mi vida artística. Esas inseguridades puedo enfrentarlas; voy al estudio, las trabajo durante horas y no les escapo. Las cuestiones personales me cuestan más. Pero cuando uno empieza ya a cuestionarse, es que el asunto va bien. Comencé a hacer terapia hace un año, por primera vez en mi vida, o casi, porque hubo algunos intentos anteriores. Es una terapeuta argentina y la sesión es a través de videollamada. Creo que esto recién empieza y que es un camino largo. Pero es bueno sentirse a veces inestable porque nos vuelve más humanos. Volverse más humano es lo que, sin duda, un artista necesita.
Comencé a hacer terapia hace un año, casi por primera vez en mi vida.
Marianela NúñezBailarina
-No quiero parecer presuntuosa pero sé que tengo una técnica sólida. Y es por eso que a los 43 años puedo estar haciendo todo lo que hago y encaro cada ensayo como si fuese el último día de mi vida. Un lujo, porque después llego al escenario con reserva de sobra. Por ejemplo, Don Quijote es un ballet con muchos saltos, que requiere mucha potencia; mantener el nivel de energía alto durante tres actos es difícil. Pero yo quiero que la gente sienta que estoy disfrutando y llegar a esto requiere una preparación enorme.
-Y en cuanto a tu personaje de Kitri, ¿cómo lo elaborás?
–Don Quijote es un ballet que me acompaña desde hace ya más de 20 años. Y, sin embargo, antes de venir, me decía que quiero hacer ahora algunas cosas diferentes, más rápidas por ejemplo. Pero no solo por el efecto que voy a causar técnicamente, no. Es porque le agrega matices al personaje. Entonces, en vez de hacer algo controlado quiero buscar chispas nuevas para sumarlas a la Kitri que ya existe.
–Y que, como decís, interpretaste innumerables veces…
–Volví a cuestionarme el personaje porque quiero que la obra cobre un sentido nuevo para mí, aunque ya la haya hecho 150 veces. Son ideas nuevas, maneras de pararme, de cómo contar la historia. Por supuesto, cuando empiece los ensayos con Silvia y Raúl veré qué quieren ellos del personaje.

-¿Cuál fue tu primer Don Quijote?
–La versión de Rudolf Nureyev, y con eso me promovieron a primera bailarina. La bailé con Carlos Acosta, que diez años después creó su propio “Quijote” para mí. La estrenamos juntos en 2019, en Japón. Cuando repaso estas versiones, veo que hubo un avance enorme en mí y también la perspectiva de seguir progresando. Por eso no me conformo con lo que ya hice; creo que es mi manera de dar las gracias por todo lo que se me ha dado. No puedo ahora sentarme y decir “quiero esto, y esto, y esto otro”. No, al contrario. El hecho de ser bueno en lo que hacés no te da derecho a llevarte el mundo por delante.
No me conformo con lo que ya hice.
Marianela Núñezbailarina
-En general, el público de todas las latitudes aprecia mucho en el ballet las destrezas técnicas.
-Mi idea es que la gente no se vaya diciendo: “¡Qué lindo, cómo saltó!”. Que entiendan la obra. Que se pregunten: “¿Quién es esta mujer que se está peleando desde que entra a escena?”, “¿se quieren o no se quieren?”. Y es importante cómo te relacionás con los otros personajes que te rodean; cómo te parás, cómo respirás, cómo vas “relatando”. Los pasos no son pasos nomás: son las “palabras” de la danza. En eso me enfoco.
Tiempo libre y demás
-Pasando a otro orden de cosas, cuando tenés tiempo libre en Londres, ¿cómo lo aprovechás?
-En primer lugar, tengo un grupo de amigas fantásticas.
-Un poco de todo. Algunas son más grandes que yo, otras más jóvenes.
-Tengo amigas bailarinas; pero las más próximas, en el grupo más íntimo y que está siempre bancándome en todo momento, hay una abogada y una diseñadora de interiores. Sabrina es argentina y pertenece a la embajada. Fanny, que es la madrina de mis gatos, trabaja en el Covent Garden. Otra es brasileña y maestra de ballet. Vamos a todos lados juntas y están pendientes cuando me ven… (hace gesto de persona compungida) dicen: “Bueno, a ver, ¿qué vamos a hacer, Marianela?”. Otra vez, sin decir nada, se vienen a casa a cenar y traen la comida. O vamos al teatro, al cine.
-¿Solés ir a ver danza?
-Sí, a ver a mis colegas. Lo hago con frecuencia.
-¿Recordás algo reciente que te haya gustado o emocionado particularmente?
-¡Sí! Una versión contemporánea de Giselle del coreógrafo anglobengalí Akram Kahn con el English National Ballet. Fenomenal. Lo fui a ver tres veces; una, sola; después llevé a mis amigas. Lloré en cada función y en la última eran sollozos fuertes y no podía controlarme. Alguna gente me pasaba pañuelos de papel. Dios, qué vergüenza. Y en otra función también lloraba tanto que una maestra de danza que estaba a mi lado me agarró la mano y me dijo: “Es por eso que te queremos tanto como artista, vemos cómo te emocionás con algo que ves”.
-Recuerdo que cuando cursabas el Instituto del Colón tenías que cuidarte con la comida. ¿Y después?
-Sí, sí; me costaba mucho. Y aún más cuando llegué al Royal Ballet, tan jovencita. Estoy a las corridas todo el tiempo, pero me cuido. No por cómo se me ve, la cuestión es otra: quiero alargar mi carrera lo más que pueda y entonces no tomo ni fumo y me ocupo de lo que como. Finalmente se vuelve mi estilo de vida. Sí, quiero cuidar de mi “instrumento”, mi cuerpo, lo mejor que pueda para hacer que me dure.

-Volviendo un poco atrás, respecto de la vida profesional y personal, ¿cómo, con tantos viajes y compromisos, podés conjugarlas?
-Es difícil, pero también es la vida que me tocó y no la cambiaría por nada del mundo. Es mi oxígeno. Cuando lo veo en otra gente, me levanto y aplaudo, porque es lo mejor que le puede pasar a un ser humano. Si tenés algo así, que te sostenga, el mundo se puede venir abajo. Mirá, una persona en la que confiaba mucho -aunque obviamente ya no- me dijo que yo buscaba el reconocimiento de la gente. Casi me pego un tiro. ¿Cómo iba a decirme esto? Evidentemente no me entendió nunca; o no me conocía; o me conocía y quiso castigarme. Ni le contesté.
-¿Y en qué lugar entonces colocás el reconocimiento que te llega del público?
-Lo agradezco y está ahí. Este es un tipo de trabajo en el que hay espectadores y aplausos, ¿qué voy a hacer? El paquete viene todo junto. Casi treinta años de carrera no podés llevarlos adelante sólo para mostrarte o para satisfacer a los demás. No, es un sentimiento profundo, una llama. No me apoyo en el nombre “Marianela Núñez”, sino en lo que hice y hago. Voy a trabajar todos los días, muchas veces soy la primera en llegar y también la última en irme: pero no me interesa que me digan: “Ay qué buena chica; mirá cómo trabaja”. No. Es porque voy siempre por más, y quiero extender mi carrera todo lo que me sea posible.
Voy siempre por más, y quiero extender mi carrera todo lo que me sea posible.
Marianela NúñezBailarina
-No pensás hoy en cuánto tiempo te retirarías.
-En absoluto. Todavía no sentí (porque en algún momento sé que lo voy a sentir) que el cuerpo empiece a decirme: “Calma, nena; viajaste 18 horas, dormí una siesta”. No lo sentí todavía. Continúo viendo cómo puedo llegar a transformar un personaje como Kitri durante una semana de ensayos con mi preparadora, que me conoce desde hace 20 años. Porque todavía no llegué con el personaje adonde querría, y no sé si algún día voy a alcanzarlo; pero ya con eso es suficiente porque la búsqueda es infinita. Por ahora el cuerpo me acompaña, la mente me acompaña, y definitivamente, el corazón.