El pasado sábado, horas antes de que dos bombarderos B-2 estadounidenses atacaran esa noche la planta de enriquecimiento de uranio de Fordow, a unos 96 kilómetros al sur de Teherán, un satélite fotografió la entrada de ese lugar sepultado a entre 80 y 100 metros de profundidad. La imagen mostraba un convoy de 16 camiones de gran tonelaje. También maquinaria pesada. Washington bombardeó luego esas y otras instalaciones clave -Natanz e Isfahán— . Con esa arremetida, Estados Unidos garantizó “la destrucción total” del programa nuclear iraní, clamó Donald Trump. El presidente lo reiteró luego en sus redes sociales, donde habló de daños “monumentales” en “todas las instalaciones nucleares de Irán“. “¡En el blanco”, zanjó con una de esas frases lapidarias que tanto le gustan.
Las imágenes satelitales de esas tres instalaciones bombardeadas muestran daños pero, al menos en Fordow, no tan monumentales, al menos en apariencia. Sobre todo, porque el tipo de bomba que Washington utilizo allí —la potente antibúnker GBU-57— no explota al tocar la tierra, sino en el subsuelo, y solo deja en superficie unos agujeros que Jesús Pérez Triana, experto en seguridad y defensa, compara con el “mordisco de una serpiente”. Eso es lo que se ve en esas imágenes: seis orificios o cráteres de entrada no excesivamente grandes, dos en cada una de las dos entradas principales de la planta y otros dos en el conducto de ventilación.
Ello no quiere decir que los daños en esa planta crucial no sean “muy significativos”, como aseguró este lunes el director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) de la ONU, Rafael Grossi, pero sí que, al contrario de lo afirmado por Trump, esas imágenes no son tan descriptivas. Como aseveró el propio Grossi, aún es pronto para determinar hasta qué punto esa instalación y las otras dos citadas han quedado totalmente destruidas.
Sin una evaluación independiente de los daños, la evaluación del impacto real del ataque de Estados Unidos sigue teniendo cuestiones abiertas. Por ejemplo, la casi certeza, confirmada incluso de forma implícita por el propio vicepresidente J. D. Vance, de que —en preparación de un ataque con el que Trump llevaba días amenazando—, Irán se llevó antes de sus instalaciones nucleares los 400 kilogramos de uranio altamente enriquecido —al 60%, poco menos del 90% que se precisa para fabricar armas nucleares— que el OIEA calculó en mayo que tenía en su poder, en un informe que Israel utilizó para justificar el ataque contra Irán que comenzó el 13 de junio.
Esos camiones que desfilaron ante la entrada de la fortificada planta de Fordow no solo pudieron llevarse ese uranio. También equipamiento como las centrifugadoras que sirven para enriquecerlo y que son otro de los objetivos declarados de los ataques israelíes y estadounidenses. En su camino de ida, algunos de esos vehículos, según han dicho autoridades iraníes citadas por los medios del país, transportaron tierra y otros materiales destinados a sellar las entradas y salidas de los túneles subterráneos de la planta y así contener una posible explosión.
Experiencia autóctona
Sacaran o no las centrifugadoras de Fordow, Irán sigue teniendo el conocimiento necesario para fabricarlas, destaca en un análisis Daria Dolzikova, investigadora principal del programa de Política Nuclear y Proliferación del centro de estudios británico RUSI. El programa nuclear de ese país “tiene décadas de antigüedad y se basa en una amplia experiencia autóctona”, por ello, destaca esta experta, “la eliminación física de la infraestructura del programa, e incluso el asesinato de científicos iraníes, no será suficiente para destruir el conocimiento latente que existe en el país”.
“Irán cuenta con una amplia experiencia que le permitirá en algún momento reconstruir los aspectos del programa que hayan sido dañados o destruidos”, concluye Dolzikova.
El experto en Estudios Estratégicos de Disuasión Nuclear Guillermo Pulido considera, por su parte, que este ataque probablemente no ha sido “decisivo”. Y cita el caso de Fordow, unas instalaciones para las que ”la única opción de destrucción completa sería mediante una bomba atómica antibúnker”, asegura este investigador.
La analista del centro RUSI alude en su documento a otra de esas cuestiones pendientes que el ataque de Washington ha dejado en el aire: las instalaciones nucleares secretas y no tan secretas de las que sigue disponiendo Irán y que aún no han sido bombardeadas. Una es la de Kolang Gaz La, que se encuentra muy cerca de la planta de enriquecimiento de Natanz, al sureste de la capital. A Natanz, al sureste de Teherán, se la considera la principal instalación iraní para enriquecer uranio. Según el OIEA, esa planta quedó muy dañada en los ataques israelíes de la semana pasada.
De Kolang Gaz La, en la que los inspectores del OIEA aún no habían penetrado, se sabe poco. Solo que es enorme, hasta 10.000 metros cuadrados, y que sus salas están sepultadas a entre 80 y 100 metros de profundidad, aún más que Fordow, de acuerdo con un análisis de abril del Instituto de Estudios Internacionales de Seguridad (ISIS en sus siglas en inglés).
Incluso las propias autoridades israelíes han enfriado el ardor triunfalista de Trump. Un análisis inicial del ejército israelí, citado por The New York Times este domingo, concluyó que Fordow ha sufrido graves daños, pero no está completamente destruida. El diario estadounidense menciona también a dos funcionarios israelíes de inteligencia que confirmaron que Irán había sacado equipo y uranio de esa y otras plantas nucleares en los últimos días. En concreto, esos 400 kilogramos de uranio enriquecido al 60%, suficientes en teoría para fabricar unas nueve bombas nucleares.
Sin destrucción completa
Tanto el vicepresidente J. D. Vance como el secretario de Defensa, Pete Hegseth, se han mostrado a su vez después menos entusiastas que Trump al mencionar “graves daños y destrucción”, pero no “destrucción completa”. Vance incluso ha reconocido que el destino de ese uranio es una de las cuestiones que se tendrían que abordar con las autoridades iraníes, en caso de que acepten la exigencia estadounidense de volver a la mesa de negociación sobre su programa nuclear.
Un analista con buenas fuentes en las autoridades iraníes que ha hablado con este diario desde Teherán bajo condición de anonimato confirma que “hace días” que las autoridades iraníes “sacaron de Fordow todos los equipos sensibles”. Luego recalca que “si Irán decidiera dar el paso nuclear”, en alusión a fabricar armas atómicas, “no lo haría en Fordow”. Eso “estaba ya claro antes de los ataques”, zanja.
Pérez Triana ni siquiera cree que la Administración de Trump tuviera como prioridad esos “resultados definitivos” al lanzar una operación que, pese a su espectacularidad, define como “un ataque conservador de bajo riesgo”. En su opinión, Washington pretendía “empujar a Irán a entender que Estados Unidos va en serio”.
“La operación de Trump fue limitada con el propósito de llevar a Irán a una mesa de negociación donde EE UU pueda partir de una base de fuerza”, destaca este experto. En su opinión, el mensaje era que “Washington puede volver a atacar; Israel es un perro loco y los aliados regionales de Irán (Hezbolá y Hamás) están fuera del tablero”. Alude así a la frase que se suele atribuir al militar y político israelí Moshé Dayan: “Los enemigos de Israel tienen que percibirnos como a un perro loco: demasiado peligroso para que nadie lo moleste”.
Pulido duda de la “utilidad” de este ataque, sobre todo porque en 2024 ya se sabía que Irán estaba “dispersando parte de su programa nuclear, sus centrifugadoras y otro equipamiento”. Ese ataque no tan “decisivo” para el futuro del programa nuclear como lo plantea Trump, “puede desencadenar además una dinámica regional bastante peligrosa”.
La acción militar estadounidense en la región, señalaba en su análisis Daria Dolzikova, ha sido, por el contrario, en el pasado “uno de los factores que han impulsado los avances de Irán en su programa nuclear”. El hecho de que Washington haya atacado por primera vez de forma directa territorio iraní, incluso si este lunes Trump anunció una tregua entre Israel e Irán, “podría muy bien llevar a Teherán a decidir que la única opción que les queda para una disuasión nuclear efectiva es desarrollar capacidad de armas nucleares”.