La Argentina se desmorona más allá de lo que imagine o crea ver el presidente Javier Milei desde los balcones de la Casa Rosada. Los salarios no compiten ni con las necesidades básicas, los jubilados se aferran a las movilizaciones de los miércoles y aspiran a que el gobierno no logre doblegar a los legisladores necesarios para hacer valer sus vetos; los científicos se esperanzan con unas transmisiones submarinas para lograr conmover y recuperar el respaldo social que impida el desguace que lleva adelante el Gobierno. Trabajadores del INTI, del INTA, de las universidades, vialidad, camioneros, marina mercante, todos por su lado luchan por evitar que la motosierra los saque de ese sistema que Milei describe como un paraíso donde todos comen más que antes. En ese contexto, la actual conducción de la CGT se concentra solo en la cercana renovación de autoridades. Pocos son los que le dan espacio al debate sobre cuáles deben ser los objetivos y las acciones a llevar adelante por la central obrera en estos tiempos libertarios. Los otros parecen más dedicados a cuidar que las piezas que se muevan o cambien no modifiquen el statu quo.
Durante la primera semana de noviembre, los delegados de más de 220 gremios que tiene la CGT deberán definir el nuevo consejo directivo. El ideal es llegar a ese día con acuerdos previos que no necesariamente se cumplen a rajatabla. Nombres de posibles sucesores hay, pero antes se debe definir si se continúa con una conducción tripartita o se retoma la histórica fórmula de un secretario general. En rigor este tema es casi secundario porque, como reconocen algunos dirigentes sindicales, es preciso definir el tipo de CGT que necesita la Argentina.
En la mayoría de la dirigencia sindical hay una especie de consenso sobre la inconveniencia de continuar con el triunvirato. Las experiencias no han sido buenas y no solo por renuncias de alguno de los triunviros sino porque en el fondo lo único que se buscaba era tener una CGT unida aunque no se supiera para qué.
Por ejemplo, en los últimos dos años con Javier Milei en la Casa Rosada, el triunvirato priorizó el diálogo con el gobierno. Es verdad que en un comienzo hubo medidas de acción directa, pero a pesar de que los problemas no solo no desaparecieron sino que se profundizaron, la conducción cegetista guardó en un cajón cualquier plan de lucha. Se limitó, que no es poca cosa, a frenar cualquier tipo de avance de Milei sobre los derechos laborales a través de recursos de amparo. “Para que vean que algo hacemos”, le dijo uno de los triunviros a un periodista que había cuestionado la inacción de la CGT.
Diálogo, ¿qué diálogo?
El punto es que el Gobierno dialoga a través del jefe de Gabinete, Guillermo Francos o el secretario de Trabajo, pero no se detiene un ápice ante su objetivo de implementar una reforma laboral que eche por tierra más 70 años de legislación laboral que protege, mal o bien, a los y las trabajadoras. Sin embargo, Gordos e Independientes –los sectores que se consideran mayoría en la CGT– insisten en el camino del diálogo a pesar de que las empresas, las que venían a generar puestos de trabajo, abandonan el país lo hacen con este gobierno libertario, el que se jacta de haber eliminado impuestos, y no con el anterior.
El primer año y medio de Milei se caracterizó por sacar del mundo formal a más de medio millón de trabajadores que, en su momento, eran parte de la masa de afiliados a los gremios que conforman la central obrera. La nueva conducción de la CGT, como creen varios dirigentes sindicales, debe tener como norte el recuperar aquel universo de 11 millones de trabajadores registrados que hubo hasta 2015. La destrucción del empleo no hace distingos con los gremios. Es verdad que está más concentrada en la industria, pero también en laboratorios, la construcción, el transporte o empresas como AySA o el Correo que el gobierno quiere privatizar y como paso previo expulsa trabajadores para hacer más viable la venta de estas empresas públicas. Lo mismo ocurre con los medios de comunicación públicos y los trabajadores estatales. No hay distingos. Todos prescindibles.
Son demasiadas pruebas como para que el único camino sea el del diálogo.
Los candidatos
Héctor Daer de Sanidad, Abel Furlán (UOM) y Andrés Rodríguez (UPCN), entre otros, son los que consideran que es preciso volver al esquema de un secretario general. Hay otros, como el propio Hugo Moyano y Gerardo Martínez (Uocra), que siguen insistiendo con el triunvirato. Para ambas alternativas hay candidatos.
Uno de los que suena es el propio Furlán. Los que no lo quieren lo limitan como un sindicalista kirchnerista. Sin embargo, en este último tiempo no solo sumó el apoyo de la Confederación de Sindicatos Industriales de la República Argentina (CSIRA), sino también tiene respaldo de buena parte de los gremios de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT), que lidera Juan Carlos Schmid. También confluyen detrás del metalúrgico la Confederación Argentina de Trabajadores y Empleados de los Hidrocarburos, Energía, Combustibles, Derivados y Afines (CATHEDA), que dirige el lucifuercista Guillermo Moser. No solo eso, Furlán, como secretario de Interior de la CGT, normalizó las 77 regionales que tiene la central obrera. Es un dato a tener en cuenta a la hora de pensar el armado político de un secretario general de la CGT.
En tanto, para el próximo 27 de agosto el metalúrgico convocó a las regionales bonaerenses a participar de un encuentro en la sede del PJ nacional. La intención es debatir el estado de situación del movimiento obrero y coordinar acciones para los comicios del 7 de septiembre.
Entre los aspirantes a conducir la central obrera está también Jorge Sola, del gremio de Seguros y actual secretario de Prensa de CGT, quien dejó trascender que cuenta con el respaldo de Daer y Rodríguez para aspirar a ese puesto. Por ahora sus supuestos padrinos no abrieron la boca. El dirigente gremial es uno de los que abreva en la tesis del diálogo con el gobierno libertario.
El otro nombre que suena es el de Cristian Jerónimo que dirige el Sindicato de Empleados de la Industria del Vidrio y ocupa la secretaría de Salud Laboral de la CGT. En la sede de Azopardo lo vinculan con el grupo Rocca y hasta destacan su condición de haber sido el único sindicalista que participó de un encuentro que realizó la entrometida Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina (AmCham). Dos condiciones que generan algo de ruido.
Pueden aparecer más nombres, pero lo que resta definir es cuál CGT tendrán los argentinos. Tal vez si todo sigue igual aparezcan, como en otros momentos, desprendimientos más combativos como en su momento lo fueron el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) o la Central de Trabajadores Argentinos. Dos expresiones de los años 90 que se generaron para combatir las políticas neoliberales.