¿Los dirigentes estarán a la altura de las circunstancias? | El potencial colectivo de las masas y la tregua pasajera en la interna peronista

¿Los dirigentes estarán a la altura de las circunstancias? | El potencial colectivo de las masas y la tregua pasajera en la interna peronista

Mientras Cristina los vuelve locos desde el balcón, avanza sin prisa y sin pausa la pregunta de con quiénes, cómo, para dónde, se representará al colectivo de masas que el miércoles volvió a demostrar su potencial. Y a los que vienen fugando de “la política”.

A un lado y otro, continúan siendo momentos en que la emoción le gana por demasiados cuerpos a la serenidad analítica. De ninguna manera podría ser de otro modo cuando hay un hecho conmocionante, que toca la fibra más sensible de los sentimientos políticos argentinos.

Peronismo y anti-peronismo. Lo segundo, hace tiempo, re-perfilando el odio hacia su acepción kirchnerista. ¿Cuántas vueltas deben pegársele a lo obvio, por mucho que “interceda” una franja juvenil que es ajena a esas categorías históricas? Viene desde antes del bombardeo a la Plaza, por poner un hecho del que acaban de cumplirse 70 años. O desde el “Viva el Cáncer” que siguió de inmediato a la muerte de Evita, por poner una frase.

Lo imposible es ponerse de acuerdo. Con sus matices, siempre fue así. Ningún argumento, absolutamente ninguno, es capaz de convencer en absolutamente nada a la parte contraria. Cuando se intenta exponer alguno, no se logra más que avivar el fuego.

Vemos la exhibición de una letanía previsible. No hay nada que se interponga entre “chorra” y “vamos a volver”.

Hay episodios de monumentalidad simbólica. Por ejemplo, se escuchó a uno de los periodistas militantes de Milei tratando de reconocer el rol que juega Cristina. Su magnetismo. Su centralidad mediática a toda hora, todos los días. Podría haberlo hecho desde el acting de una cierta equidistancia. No. No pudo con su alma y dijo que ella “nos está llevando de las narices”, con la consecuente interpelación a los jueces para de una vez por todas mandarla a El Calafate, a una quinta bonaerense, a cárcel común, o adonde sea pero, por favor, sáquennos a esta mujer de encima.

Nadie escucha. Nadie admite. Nadie, o casi, tiene honestidad intelectual. Ni entre quienes deberían asentir que durante el kirchnerismo hubo ingredientes de corrupción, como en todo gobierno. Ni, mucho menos, entre los que debieran aceptar que la causa Vialidad es un engendro pornográfico.

Entretanto, la semana fue pródiga en datos económicos que resultaron apartados en la agenda publicada. El desempleo ya llega al 8 por ciento de la población económicamente activa, y al borde de los dos dígitos en el conurbano bonaerense. Crece la cantidad de quienes buscan trabajo hace más de un año. La informalidad ya supera al 42 por ciento. Es la más alta de los últimos cinco años. Supermercadistas del interior dicen que la malaria es total. La Unión Industrial Argentina advirtió que el peligro de recesión es concreto, y vaya que no puede acusársela de ser precisamente un órgano opositor. El consumo volvió a caer y explica, en buena o en toda la medida, el índice inflacionario a la baja. El Gobierno lo celebra, a la par de meterle mecha a un endeudamiento descomunal por vía de empréstitos y bonos que, eso sí, no corresponde denominar “emisión”. En la Ciudad Autónoma, los alquileres en dólares subieron más de un 25 por ciento durante el último año.

Pero bueno: la condenada está detenida, la macro ordenada, los precios se estabilizan a la baja y los adversarios siguen fluctuando de poco a poquito.

Detengámonos allí. En lo de enfrente.

En estas horas parece que no, porque la sensibilidad de lo despertado por Cristina afloja las piernas. Una Plaza de Mayo desbordada, escuchando un mensaje sólo de audio en silencio total, sin exclamaciones al cabo de oración alguna, ya integra una hondura que apenas este país es capaz de generar. Ese balcón. Esa mística. Ese impulso admirativo.

Si acaso es posible tomar distancia anímica de tamañas imágenes, cabe subrayar que la melancolía puede ser paralizante. Y si acaso esa sentencia pudiera merecer algún reparo en apreciaciones de tipo personal, no tiene ninguno en la arena política.

Allí no se construye nada si sólo es el pasado lo que se instaura como idea de futuro. El pasado está para enseñar. No para dirigir.

El desafío estremecedor que se impone, en la parte de los argentinos dispuesta a resistir contra este modelo de destino inevitable, es que la dirigencia -justamente- sepa ubicar las ambiciones de poder donde corresponde.

Eso es entender y ejecutar quiénes encarnarían mejor, desde lo realmente existente y no en función de recursos poéticos, la posibilidad de, en lo inmediato, no sufrir una catástrofe electoral. No dividirse. Colgarse del travesaño, así sea a costa de fingir demencia.

Y a mediano plazo -de ser por las urnas salvo que algún delirante imagine otro camino- trabajar para dentro de dos años siendo que 2025 vaticina un golpazo importante en las filas opuestas a Los Hermanísimos. Esta última es una definición convencional, que no pierde vista a sus mandantes del poder real.

Por supuesto, se afirma esto a partir de un hoy estricto. Argentina es un summum de imprevistos. Ni hablar si, encima, está rodeada por un tembladeral ecuménico que carece por completo de grandes líderes. Un mundo de monos con navaja, sin potencias predominantes, frente al cual es desaconsejable animarse a pronósticos certeros.

Por aquello de dejar de dar vueltas alrededor de lo obvio, llámese a las cosas por su nombre.

Cristina está presa. Así, a secas. Y, salvo por alguna sorpresa lejana y estrambótica desde alguna instancia jurídica internacional, o por la implosión de este invento ultrista antes de lo pensado, así seguirá por varios años bien que con una fortaleza individual semejante a lo inenarrable.

Es en nombre de eso, de hecho, que deben corresponderse dirigentes a la altura de sus circunstancias.

Si es por lugares de procesión, los habría cualesquiera fuesen. Si es por tenerla como guía conceptual, ella siempre estará como ella misma previno que la querían: muerta o presa. Si es por la rabia que genera la injusticia que sufre, sobrevivirá.

Pero si es por desatar alternativas; por recuperar a los desencantados con Jamoncito que también siguen estándolo debido a la última experiencia de “gobierno popular”; por hacer un trazado convincente que se dedique a especificar para dónde iríamos en materia productiva, laboral, educativa, sanitaria, asistencial, de alianzas estratégicas, la nostalgia no sirve.

El viernes, aunque sin privarse de señalar como lo que es a Patricia Bullrich, esa mujer “realmente nefasta y capaz de cualquier cosa” según lo enseña su historial obsceno, y quien montó un operativo de la Policía en calle San José al solo objeto de generar conflictos, Cristina llamó a “no ser ingenuos ni funcionales a la provocación de la Señora Violencia”.

Esa convocatoria puede ser vista más allá del aspecto puntual, consistente en ignorar y superar las bravatas de un personaje cuya sed de protagonismo sangriento se mantiene inalterable.

Al pedirle a su gente que redireccionaran el banderazo a la puerta de su casa, para concentrarse en Parque Lezama, Cristina volvió a marcar el escenario con una estatura didáctica fenomenal.

Esa dimensión es la necesaria para ordenar, con amplitud de miras, una interna peronista que no se terminó. Ni de lejos. Entró en tregua muy pasajera, atada con alambre.

Máximo Kirchner se mueve ya como figura candidateable. Axel Kicillof quedó en una encrucijada enorme, porque es complicadísimo resolver su solidaridad imprescindible frente a la situación de CFK y sostener lo también forzoso de las nuevas canciones. Los gobernadores siguen en libre albedrío por sus territorios. Los intendentes del conurbano amenazan con listas cortas en caso de que la emotividad cristinista -“camporista”, en su denuesto- persista en manipular la lapicera a su antojo.

Pasados los efluvios de esta conmoción, el ingenio de los memes y los jingles, las caras cinematográficas de los odiadores, sus ruegos por sacar a “esta mujer” de la cancha, el placer por el gorilaje que ni siquiera puede ser feliz con ella entobillada electrónicamente, tómese conciencia –disculpas, porque suena a pontificación- de que se requiere un para qué.

Sólo cuando eso esté expuesto se habrá demostrado, quizás, la fuerza de una unión transformada en unidad.