De acuerdo con el informe anual de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), sólo en 2024 hubo 281 millones de migrantes internacionales, lo que equivale a decir que el 3,6 por ciento de la población mundial se movió de un país a otro.
Los motivos son tan diversos como la búsqueda de una mejor calidad de vida, concretar proyectos laborales, reunirse con un ser amado, acceder a programas de estudio, huir de situaciones de extrema peligrosidad o, simplemente, saciar la curiosidad de viajar y conocer otras culturas.
Pero el acto de migrar va mucho más allá de atravesar una frontera. Migrar es, además, un viaje interno que pone en juego profundos sentimientos de pérdida.
“Es un proceso muy personal y, más allá de que las condiciones sean excelentes, es muy difícil evitar que haya situaciones que nos movilicen o angustien”, explica a Viva Marianela Luque, psicóloga y parte de Migrar en Terapia, un espacio conformado por un grupo de psicólogas que acompañan a migrantes en el complejo proceso de radicarse en otro país.
Acento italiano
Isabel llegó a la Argentina a los 27 años. Dejó Italia para reencontrarse con su esposo, que se había instalado en Buenos Aires un par de años antes. Tuvo cuatro hijos, diez nietos y varios bisnietos. Vivió durante varias décadas en el barrio de Mataderos y falleció cerca de los 100 años. Hasta los últimos días de su vida conservó un acento italiano muy marcado.
Hablaba en cocoliche, una mezcla de palabras en italiano con frases en español porteño. Ella pasó casi toda su vida en Buenos Aires, pero una parte de su corazón se quedó para siempre en su pueblo natal y su “acento” fue un ancla, un lazo sonoro con su identidad, con su cultura.
Isabel y muchos de sus contemporáneos llegaron a este continente buscando nuevas oportunidades, pero jamás dejaron de añorar todo lo que había quedado del otro lado del océano.
Los gallegos denominan a ese sentimiento “morriña” que, según la Real Academia, es la nostalgia o tristeza profunda causada por la ausencia de la tierra natal.
Durante el siglo pasado, psicólogos, psiquiatras y sociólogos analizaron las repercusiones emocionales que experimentaban quienes dejaban su tierra de origen y, basándose en la definición de Sigmund Freud -quien describió el duelo como la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción como la patria, la libertad o un ideal-, denominaron a este fenómeno “duelo migratorio”.
El duelo migratorio es un proceso casi inevitable que se presenta en las personas que dejan su país para ir a vivir a otro sitio.
“Tiene varias particularidades, a diferencia de otros tipos de duelo, ya que en este caso las pérdidas son parciales, dado que el país de origen, la familia u otros vínculos no se pierden por completo, sino que nos distanciamos de ellos -explica Marianela Luque-. Y, además, es un duelo múltiple, porque son muchas las pérdidas, como por ejemplo el idioma, los amigos, la familia o los códigos.”
El psiquiatra Joseba Achotegui, profesor de la Universidad de Barcelona y especialista en las implicancias psicológicas de la migración, fue un poco más allá y en 2002, desarrolló el concepto del “síndrome de Ulises”, haciendo referencia al héroe griego que padeció innumerables adversidades y peligros lejos de sus seres queridos.
El síndrome de Ulises es un cuadro clínico reactivo a situaciones de duelo migratorio extremo, donde las pérdidas y dificultades enfrentadas por los inmigrantes son muy adversas y se manifiesta en siete duelos principales.
Esos duelos son: la pérdida de la familia, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social, el grupo de pertenencia y la exposición a los riesgos físicos.
“No todos los casos experimentan este síndrome -explica Luque-, pero es importante detectar a tiempo el malestar y ser conscientes de que más allá de las promesas y los sueños, el proceso migratorio inevitablemente nos pone en una situación de mucho movimiento emocional, independientemente del lugar y de las circunstancias.”
Migrar en pareja, con amigos o en familia puede mitigar la sensación de soledad, uno de los aspectos más difíciles de sobrellevar cuando se inicia una nueva vida lejos del país de origen; sin embargo, de acuerdo con Luque, el acompañamiento no exime al migrante de atravesar su duelo.
“El espacio terapéutico es fundamental, ya que además de duelar lugares, familia y situaciones, también nos enfrentamos al duelo de nuestra identidad, de quienes éramos en nuestro país. Por otro lado, es importante la creación de redes de apoyo, no solo de los vínculos que se quedan, sino también generar nuevos con compatriotas y personas locales. Siempre sugerimos investigar si existen políticas que ayuden a los emigrados, conocer las costumbres y tradiciones lugareñas y participar de ellas, ya que todo esto puede repercutir favorablemente en el desarrollo del sentimiento de pertenencia”, dice Luque.
Hospitalidad porteña
Hace ocho años Paola, su esposo y su pequeño hijo dejaron su Colombia natal y arribaron a Buenos Aires en busca de nuevas y mejores oportunidades.
“No fue una experiencia nueva ya que en 2010 vivimos aquí. Tuvimos la fortuna de dejar las puertas abiertas y la posibilidad de ser acogidos de nuevo laboralmente, eso nos hizo más llevadera la adaptación, aunque existió el temor de no llegar a cumplir nuestras metas. Afortunadamente contamos con amigos que nos brindaron su ayuda y hospitalidad e hicieron de todo este proceso una experiencia amena”, relata.
“Lo que más nos costó en la adaptación fue la cultura gastronómica y sentirnos lejos de nuestras familias. Además, como muchos migrantes, tuvimos pérdidas familiares importantes, pero, tristemente, es un dolor que tienes que asumir. Emigrar nos enseñó a valorar nuestro país, nuestras familias, a ser fuertes, valientes, trabajadores, a enfrentarnos a una nueva vida y a medir nuestra capacidad y nivel de sobrevivencia.”
Mudarse a otro país, solo o en familia, e integrarse a una nueva cultura implica enfrentar numerosos desafíos y obstáculos. Sin embargo, muchos migrantes convirtieron esa etapa en una oportunidad para crecer y reinventarse.
“Las experiencias son diversas, pero con ayuda, los emigrantes llegan a tomar muchas decisiones sin culpa, comienzan a conocer gente nueva, cambian de trabajo, algunos se separan, se enamoran, siguen viajando, cambian de destinos, incluso algunos toman la decisión de volver a la Argentina, sin que eso se convierta en una experiencia frustrante”, afirma Marianela Luque.
Aventura brasileña
Roxana es porteña, pero vivió un tiempo en Brasil. A sus veintipico comenzó a planificar una mudanza al exterior para empezar de cero: “A la hora de tomar la decisión, lo que más pesó fue el hecho de ir en busca de la aventura en un lugar nuevo”, recuerda.
Y aunque eligió mudarse a un sitio paradisíaco, Pipa, una pequeña localidad al noreste de Brasil, tuvo que hacerles frente a dos de los duelos que menciona Achotegui: la lengua y el grupo de pertenencia. “Lo más difícil fue adaptarme a hablar todo el tiempo en otro idioma y extrañaba juntarme a tomar mates, invitar gente a casa o cocinar para mis amigos… Todo lo que estaba relacionado con los vínculos fue muy difícil. Luego de un tiempo volví a Buenos Aires por un mes. Tenía muy pocas cosas porque me fui solo con mi mochila y volví con esa misma mochila, creo que inconscientemente sabía que me iba a quedar. Cuanto llegué fue un aluvión de alegrías, de gente feliz por verme y entonces me pregunté, ‘¿Qué hago yo en Brasil?’ Y así fue como decidí quedarme con mi mamá, con mis amigas, con toda mi gente y no me arrepiento. Creo que tomé la mejor decisión al irme, porque esa experiencia me sumó un montón, y me sumó mil veces más haber regresado”, reflexiona.
Demás está decir que la tecnología juega un rol fundamental para aquellos que están lejos de casa.
Por un lado, ayuda a acortar las distancias y a mantener viva la comunicación con los seres queridos. Y, por otra parte, según Luque, las cuentas de Instagram o YouTube de otros compatriotas emigrados se han convertido en “un soporte muy importante para aquellos que transitan la experiencia porque les permite sentirse comprendidos y acompañados”.
Tristeza en Madrid
Justamente la comprensión y la compañía son claves en esta historia. Gonzalo y Agustina son una pareja de influencers argentinos que tienen un canal de YouTube (@GonzayAgusDeViaje) que con el tiempo se convirtió en una suerte de bitácora audiovisual de su partida de Buenos Aires y posterior arribo a Madrid como migrantes.

Sin embargo, al cumplir seis meses en España, compartieron un video en el que contaban a sus seguidores que cambiar de vida y de país también conlleva algunos momentos de tristeza.
“Hicimos esa reflexión porque sentimos que muchas veces el hecho de emigrar está muy romantizado -explica Gonzalo Vázquez a Viva-. Hubo cosas que nosotros no entendimos hasta llegar acá, entonces comprendemos que, tal vez, estos videos pueden ser de ayuda para quienes tomen una decisión como la nuestra. Vivir lejos de los afectos es difícil y la respuesta a si vale la pena un sacrificio tan grande no la tenemos, al menos por ahora.”
Según explica el psiquiatra Joseba Achotegui, en el proceso migratorio las personas arriesgan lo más preciado de sus vidas: los afectos, el estatus, la seguridad y la cultura.
De ahí que, independientemente de las circunstancias de la partida, el duelo migratorio, tarde o temprano, se hace presente.