La Argentina parece poder aguantarse cualquier cosa. Acaso por ese motivo, casi nada mueve al asombro. Hay por cierto algunas pocas llamativas excepciones, como la que ocurrió este jueves. En pleno temblor económico y ante una fenomenal crisis social, dos funcionarios de altísimo rango y un jefe de Estado con un títere en brazos estuvieron -cual comediantes- tres horas haciendo un show en un streaming que superó todos los límites de la ridiculez. Tres encantadores de serpientes simulando que el castillo de naipes está firme.
Sin reservas, con el dólar disparado, la estrepitosa caída del consumo y el abandono de los vitales roles del Estado, el presidente y los máximos responsables de la economía salen a tratar de calmar las aguas con un grotesco paso de comedia. Y sí, semejante quijotada, mueve al asombro.
En los 90, cuando con Carlos Menem en el país se privatizaban hasta los buzones, el humorista Tato Bores (aún no siendo muy afecto a los proyectos políticos populares) evaluaba en un sketch a ese gobierno encarnando a un arqueólogo que visitaba el país en un tiempo futuro y recorriendo unas ruinas, sentenciaba: “Aquí hubo un país que se llamó Argentina”.
La presentación gubernamental en el streaming del exrelator de fútbol Alejandro Fantino, adelanta las ruinas que dejará Milei. No sólo por los datos reales que arroja la situación económica y social, sino también por la burda e improvisada respuesta que ensaya el gobierno ante un escenario de extrema complejidad.
El ministro Luis Caputo y el presidente del BCRA Santiago Bausili largan chirlas explicaciones sobre la coyuntura, pero la cara los vende. “El dólar flota, es normal”, dice Caputo, y mira a cámara con cara de jugador de truco que está mintiendo.
Con un gobierno desesperado por la llegada de un nuevo crédito del Fondo, el endeudador serial de Caputo no se amilana y va por más: “Hay que escribir un libro, porque esto (que estamos haciendo) es un aporte a la Economía; esto reescribe mucho de lo que nosotros hemos estudiado”. Quiero retruco, canta el ministro, mientras esconde un 4 de copas.
Milei dice que no se preocupa por la disparada del dólar ni por las elecciones de septiembre y octubre, sino que piensa en su reelección en 2027. Luego hilvana una larga diatriba sobre los supuestos éxitos de su gobierno. Llegó a ser presidente con una motosierra y ahora hace uso y abuso de la devaluación de la palabra política.
El discurso político supone necesariamente la construcción de un adversario y, a la vez, proyecta la imagen del que emite ese discurso. Milei critica a los proyectos políticos orientados a las mayorías y lo hace de la mano de un muñeco que describe las supuestas bondades del liberalismo económico. Otro que canta retruco sin cartas.
En ese acting, Milei le echa la culpa de la disparada del dólar a cuestiones tan disímiles como insólitas: al riesgo Kuka; a la “traidora” de la vicepresidenta; a los bancos; a los mandriles y hasta a las expresiones sobre la Argentina vertidas por el premio nobel de Economía Joseph Stiglitz. Dale que va: lo mismo un burro que un gran profesor.
Nada nuevo bajo el sol: De la Rúa en un programa de Susana Giménez le había echado la culpa de las dificultades de su gobierno a la escasez de la merluza. La blonda conductora, capaz de creer que hay dinosaurios vivos, esa vez sospechó de lo que había escuchado y miró perpleja.
Milei, Caputo, Bausili y el títere -de tan improvisada confección como las explicaciones de los funcionarios-, también convocan a la perplejidad y al temor. No hubo gobierno dedicado a destruir a la industria y al Estado que no llevara al país a caminar por la cornisa.
Milei, sus encantadores de serpientes y el feucho títere se acercaran demasiado a aquella desoladora profecía de Tato Bores.