Gladys Zalazar tenía 13 años cuando desaparecieron sus hermanos mayores, Oscar y Luis, que eran una suerte de segundos padres para ella, “muy presentes, muy encima mío”. Oscar fue fue secuestrado junto con su compañera, María Ester Peralta, en la Villa 21-24 de Barracas, el 29 de abril de 1976, a la semana fue fusilado y su cuerpo fue tirado en el Parque Centenario. La familia sabe, por testimonios de los juicios, que a María Esther, secuestrada con un embarazo de cinco meses, la mantuvieron con vida y fue vista en el centro clandestino Puente 12. Gladys hoy busca desdenAbuelas a ese sobrino o sobrina.
Gladys suele citar a María Elena Walsh: “Gracias doy a la desgracia”. “Esta desgracia que cruzó la familia, a mí me permitió heredar a personas maravillosas. Personas que sobrevivieron, que tuvieron que ir al exilio y demás, que me buscaron, me encontraron y me adoptaron como si yo fuera su hermanita pequeña. Conservo eso como un valor muy grande. Porque, además, estas personas han sabido guardar bajo la nieve, bajo el hielo, el fuego que tenían en aquellos años de militancia”, destaca, emocionada.
María Landaburu sigue buscando a un sobrino o sobrina, hijo de su hermana Leonor y de Juan Carlos Catnich. El fue secuestrado el 31 de agosto de 1977 en los talleres ferroviarios de José León Suarez; a Leonor, docente, la fueron a buscar a su casa de Flores ese mismo día. Ella estaba embarazada de siete meses y medio; ambos fueron vistos por sobrevivientes en Campo de Mayo. Los abuelos primero, y ahora María y sus hermanos, siguen buscando incansablemente a ese sobrino o sobrina que debió nacer la primera quincena de octubre del 77, y al que sus padres pensaban llamar Federico o Eleonora.
María habla de un trabajo constante en la construcción de memoria, de homenajes y fechas en los que recuerda a su hermana y honra su vida: Su paso por las escuelas secundarias, por la universidad, por el Instituto Romero Brest, donde su hermana “Noni” enseñaba, y cuya sala de profesores hoy lleva su nombre. María destaca a las Abuelas como el ejemplo mayor de “amor y valentía”, también de creatividad en la búsqueda, desde el “índice de abuelidad” en adelante. Y vuelve a “los tres principios” que guían una búsqueda que es colectiva: Memoria, Verdad y Justicia.
La vigencia de “Aparición vida”
“Me enteré del embarazo de mi mamá recién a mis 37 años. Ahí entendí que aquel primer lema de ‘Aparición con vida’ sigue teniendo una vigencia total: son los nietos y nietas que estamos buscando”, dice Esteban Herrera. En 1977, cuando tenía un año y ocho meses, Esteban fue secuestrado junto a su hermano Raúl en el operativo en el que se llevaron a su madre, Georgina Simerman, militante del PRT-ERP. Para entonces su padre ya había sido asesinado. Tras pasar un mes y medio en un instituto de menores, los niños fueron devueltos a sus abuelos. A Esteban le contaron sobre rastros del trauma profundo: le costó comenzar a hablar, no se soltaba de las piernas de su abuela. También supo hace poco que él decía muy naturalmente que podía tener otro hermano.
La familia no sabía que Georgina estaba embarazada de tres meses y su nueva pareja, Jorge, la había dado por muerta en el operativo. Hasta que, en su primer visita desde el exilio, descubrió que pudo haber sido llevada con vida. Eso inició una búsqueda familiar activa. “Buscar esa parte de mi mamá que puede estar con vida le da sentido y vigencia a esa idea de ‘aparición con vida de los desaparecidos’”, repite Esteban, con la sonrisa que es una constante en su rostro.
“Las Abuelas buscan y ordenan”
“Abuelas me ordenó la vida”, no duda en definir Juan Pablo. Abuelas son la vida que tengo, a ellas les debo cierto orden fundamental. Y pienso cuántos pibes más hay, que ya no son pibes, con ese mismo desorden mental y emocional, atravesando por eso sin saber la verdad. Les deseo que puedan lograr lo mismo. Ordenarse, liberarse de vendas, interrogantes, fantasías. Y construir desde la verdad”, dice Juan Pablo Moyano.
Juan Pablo es el nieto número 18, fue restituido a su familia en 1984. Tras el operativo en el que secuestraron a su madre Elba Altamirano de su casa de Munro, el 14 de enero de 1978, fue dejado con unos vecinos, entregado al Juzgado de Menores N° 2 de San Isidro y dado en adopción irregular. En 1983 Abuelas de Plaza de Mayo publicó fotos de los niños buscados y un ferroviario que conocía a la familia apropiadora acercó la información de su paradero. Sus padres (Elba y Edgardo Moyano, militantes montoneros) fueron vistos en la Esma y permanecen desaparecidos.
“Cuando yo aparezco, todavía estábamos en dictadura. Mi abuela tenía mucho miedo, la amenazaban, era difícil. Entonces ella optó por no traerme más Abuelas. Dejó de hablarme de mi historia, de mi mamá, mi papá, mi tío también desaparecido. Quiso pretender que no pasó. Fui criado desde ese lugar y bueno, lamentablemente, eso tuvo una consecuencia. Mucho desorden, sobre todo en la adolescencia, hasta poder entender que yo necesitaba reconciliarme con toda esa historia. Cuando volví a Abuelas, ya de grande, fue como poner en orden un montón de cosas”, agradece.
Ese abrazo
Miguel “Tano” Santucho tiene otro deseo para todos los que siguen buscando: que puedan conocer la felicidad de ese abrazo que se dio con su hermano Daniel, restituido en 2023. Describe una infancia feliz, en Italia, una suerte de “relato épico y fantasioso” de una familia revolucionaria, con cinco tíos desaparecidos y asesinados. “Cuando vine de visita a la Argentina por primera vez, entendí que saber no es lo mismo que hacer algo. Por eso quise volver lo antes posible”, recuerda.
“Cuando vuelvo a recuperar mi historia y mi vida, encuentro que podía reconstruir la historia de mi mamá (Cristina Navajas) pero, ¿cómo buscar a mi hermano? Sólo podía ponerme a aprender, mirar lo que hacía mi abuela y las Abuelas, tratar de seguir su ejemplo. Hice mi recorrido en H.I.J.O.S., donde creamos la comisión de hermanos. Cuando falleció mi abuela en 2012, sentí que tenía la obligación moral, pero también las ganas, de seguir la búsqueda como parte de Abuelas”.
“Después de 48 años, encontramos menos de la mitad de los que nos faltan. Y esta necesidad de estar siempre buscando, nos permite soñar, esperanzarnos, que en algún momento aparezca alguien con información, o tal vez no sé, un avance tecnológico de la inteligencia artificial, que nos permite encontrar a cien de una, ¡quién sabe! Siempre nos mantenemos activos y esperanzados”, dice.
“El día que me llamaron para decirme que habían encontrado a mi hermano, no estaba ni cerca de imaginarlo, fue realmente algo increíble, que no puedo expresar en palabras. Ese abrazo me cambió la vida. Ese valor profundo de la restitución, le da sentido a todo lo que alguna vez te restaba, te dolía, pasa a ser una fortaleza, un motivo de orgullo. Es profundamente sanador, para el que busca y para el que encuentra”.