Un relato puede funcionar como territorio de encuentro entre una ficción y muchos años de investigación académica. Es el caso de la novela Finisterre, de la escritora e investigadora María Rosa Lojo que fue editada hace dos décadas y tras ser traducida en varios idiomas, incluso al búlgaro y al tailandés, no pierde actualidad con su historia de migración, exilio y desarraigo en la Argentina del siglo XIX.
Del lado de la pampa argentina, la novela tiene como protagonista a Rosalind Kildare Neira y también a Oliver Armstrong, quienes se unen, por un tiempo, al ser tomados prisioneros por los indios ranqueles. Allí la mujer inicia su propio “camino de Finisterre”, metáfora que alude al límite y al extremo de las personas, un recorrido frente a lo desconocido y aterrador de uno mismo.
Del lado de Gran Bretaña, décadas más tarde, encontramos a la otra protagonista femenina; una joven, hija de Armstrong, que empieza a desandar el camino de su propio origen de la mano de las cartas de Rosalind, la corresponsal que le escribe desde el Finisterre gallego.
Al cumplirse dos décadas de su exitosa aparición, esta novela sigue interpelando a lectores y lectoras con su mirada sobre la herencia cultural y el desarraigo, tematizando los recorridos internos y geográficos de quienes buscan un lugar propio en el mundo.
La Casa Museo Ricardo Rojas fue el epicentro de este encuentro entre la escritora y sus lectores. También estuvieron María Laura Pérez Gras y la actriz María Héguiz, quienes hicieron una crítica literaria de la obra de Lojo y una lectura performativa utilizando fragmentos de la novela, respectivamente. En tanto, la escritora Elsa Drucaroff, la tercera invitada, no pudo estar presente por motivos de salud.
Clarín dialogó con Lojo (Konex a las Letras 1994,-2003, Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores 2018 y Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires 2023, entre numerosas distinciones) acerca de su libro y de la importancia de los 20 años de Finisterre en su carrera como escritora e investigadora.
–¿Por qué el museo Ricardo Rojas?
–Hay muchas razones. La principal, que Ricardo Rojas, escritor, investigador y docente, es una “figura hito” de nuestra cultura. Le debemos la primera historia sistemática de la literatura argentina, obra fundamental, en varios tomos, que empezó a publicarse en 1922. Él acuña el concepto de “Eurindia” para referirse a Latinoamérica, a lo que somos nosotros: una combinación entre lo europeo (no solamente lo hispano sino lo europeo a través de la inmigración que llegó desde todos lados de Europa), y el sustrato indígena. Rojas encabeza una corriente de investigadores e intelectuales dispuestos a rescatar y a integrar dentro del imaginario nacional ese aporte raigal de las culturas aborígenes.
–¿Qué tiene que ver Finisterre?
–Finisterre tiene mucho que ver con todo esto, con el cruce de culturas muchas veces conflictivo, productor de una realidad que, en definitiva, desemboca en la actual. Nosotros somos quienes somos por esa confluencia de mundos que chocaron y también formaron dentro de ese combate una nueva unidad.
–Se cumplen 20 años de Finisterre. ¿Qué significa para vos esta obra para tu carrera como escritora?
–Este es un libro al que llego después de años de investigación, de lectura apasionada de la historia argentina del siglo XIX, que fue atravesado durante décadas por la violencia: las guerras de la independencia, las guerras civiles, las guerras de frontera. La matriz donde se forja el país actual. Finisterre también remite a los orígenes de mi propio mundo, a la tradición española y la gallega en particular. Por cierto, Galicia fue la región de España que más migrantes envío a la Argentina.
–¿Cuánto tiempo te llevó escribirla?
–Muchos años. A veces, las novelas empiezan de una manera y terminan de otra. En este caso, desde 1999 ya tenía la idea de escribir una novela sobre Manuel Baigorria, que es un personaje secundario de Finisterre pero en ese momento lo veía como protagonista. Baigorria fue una figura histórica, aunque no de primera línea. Era un paisano de filiación unitaria que había entrado en el Ejército y que combatió junto al General Paz. Por razones políticas se vio obligado a escaparse de su provincia, San Luis, donde habían ganado los federales, y a refugiarse entre los indios. No todos los unitarios emigraban a Chile o a Montevideo. Había otros que no eran necesariamente intelectuales como sucede con Baigorria, que se fue con los indios. Vivió entre ellos dos décadas.
–No le va mal. Su vida en ese lugar es exitosa: llega a tener un ascendente importante en la comunidad, a ser respetado, casi un cacique. Lo llamaban “el cacique blanco”. Después jugó un papel fundamental cuando cayó Rosas y se rearmó la Confederación Argentina y el mapa de poder en el país. Esa larga historia en parte está en Finisterre. Aunque escribí un proyecto y bastantes páginas tomando la perspectiva de Baigorria (que dejó una fuente fundamental en sus propias Memorias), luego me pareció más interesante que el personaje protagónico en las pampas fuese una mujer, si bien Baigorria nunca desapareció de la novela. De hecho, es un motor de la acción. De la historia de las mujeres en cautiverio no se sabe prácticamente nada de primera mano. Los relatos que existen en general son contados por otras personas, por figuras de autoridad que pueden ser militares, sacerdotes, pero no son ellas mismas las que toman la palabra de manera directa. Por eso como narradora quise asumir esa experiencia desde una subjetividad femenina.
–¿Por qué te interesó escribir sobre las mujeres como protagonistas?
–Porque no hemos terminado de verlas; quizá ni siquiera hemos empezado de verdad. Sabemos que estuvieron, pero no sabemos qué pensaban, qué sentían. Eso tiene que ver que en ese momento era una época muy machista en la cual el hombre tenía un protagonismo mayor y la mujer ocupaba un rol secundario. Era un rol secundario, sobre todo, en el medio rural y guerrero, aunque era un rol importante porque, en definitiva, esa red femenina sustentaba la vida, la casa y el cuidado. También estuvieron comprometidas en la política junto a los hombres pero ellas mismas no se narraban. No se narraban desde adentro, fuera de lo que hacen algunas escritoras clave emergentes en el siglo XIX (Gorriti, Mansilla, Guerra, Manso, entre otras) visibles en su momento, pero que luego entraron en un cono de sombra y no se las incorporó a nuestro canon literario. Por eso, pensé que podía ser muy interesante contar una experiencia similar a la que tuvo Baigorria, desde una posición femenina. A Rosalind, el personaje que queda en situación de cautiverio dentro de la comunidad ranquel, tampoco le va tan mal finalmente: así como Baigorria llega a ser un jefe militar, un estratega respetado para los ranqueles, ella se convierte en ayudante de un machi, un chamán, que es una figura muy importante de la comunidad. Baigorria y Rosalind son figuras que debieron desarrollar una exigida estrategia de supervivencia; tuvieron que adoptar otras maneras de pensar, otras prácticas vitales: reconvertirse, para poder sobrevivir en ese medio. Para ella, todo ese tiempo que pasa entre ranqueles implica una transformación mediante el aprendizaje.

–¿Por qué elegiste a Finisterre como el título de tu obra?
–Finisterre es un lugar geográfico dentro de la novela. Pero también es un lugar simbólico. Es un lugar geográfico porque el primer término se refiere al Finisterre de Galicia, el punto extremo donde creían los antiguos que terminaba el mundo. Después de llegar al punto extremo parecía que ya no había nada, solo abismo. Sin embargo, hoy sabemos que hay otro mundo más allá. Eso, en la vida de los personajes de la novela, es muy significativo: tienen que dejar su lugar de origen, cruzar sobre “el abismo de la Mar Océana” y ver qué encuentran. Cuando llegan Rosalind y su marido, y sobre todo cuando ella es cautivada y piensa que no va a volver nunca a su tierra, es una situación agónica, intolerable. También se siente así: ¿Qué hago acá? ¿Cómo continúo mi vida? ¿Hay vida acá después de esto? Sin embargo, hay. La vida sigue de otra manera.
–También hubo cambios en el exilio, en la migración. ¿Cuál es tu mirada hoy respecto al momento en que habías escrito Finisterre?
–El desarraigo lo viví como primera generación argentina. Viví la experiencia del exilio, sobre todo la de mi padre y también en parte la mi madre. De alguna forma ellos están ahí, en los personajes de Baigorria y doña Ana. Como hija de emigrados/exiliados (o “exiliada hija”) yo misma padecí tempranamente una experiencia de incomodidad, de desazón, porque no terminaba de aceptar del todo mi lugar de nacimiento. Durante mi infancia recibía el mensaje de que el verdadero mundo, la verdadera vida, había quedado en otro lado y que esta, del lado de acá, era como una sustitución transitoria. Pero con el tiempo, descubrí y asimilé absolutamente que este (Argentina) era mi mundo, donde había nacido y donde realmente vivía, sin que el otro dejara de ser mío también, pero en otro plano. La sensación de desarraigo heredada fue la que justamente me llevó a tratar de entender dónde estaba, a echar raíces en ese lugar al que mis padres habían sido arrojados por la violencia de la historia. Fue lo que me llevó a investigar, a apasionarme por la historia argentina, a descubrir su literatura (empecé, deslumbrada, con Lucio V. Mansilla) y más tarde a convertirme en una escritora. La carencia, el sentimiento de exilio, el sentimiento de privación y desarraigo fueron los impulsos que me movieron a crearme una patria. Leopoldo Marechal hablaba de una patria niña. Para mí, la patria es una hija, la tuve que gestar en mí.

–¿Pensaste en hacer la segunda parte?
–No sé. Nunca digo que no. Fue muy trabajada, estuvo muchos años en lenta elaboración. Lo que podría hacer, quizá, es una continuación. Hay otros personajes que se encuentran, no me refiero a la generación que fue cautivada y que está representada por Rosalind y por el inglés, sino los descendientes: Elizabeth Armstrong y Barrymore, que es un inglés de madre criolla; ambos se van a quedar en Argentina. Eso podría ser una veta interesante: contar cómo vivieron y qué les pasó. También haría un guion de Finisterre con muchísimo gusto, pero el gran problema con la producción del cine histórico es que es muy cara y no hay tantas posibilidades.