“Lo importante es que hablen bien de ti, aunque sea bien” (Salvador Dali).
La polémica con la que terminó la fugaz relación entre el griego Stefanos Tsitsipas y el croata Goran Ivanisevic, con acusaciones del tipo “es difícil trabajar con dictadores que hablan mal de vos” o “la gente de mi confianza es aquella que valora el esfuerzo y genera un ambiente de trabajo agradable en el que pueda desarrollarme” por un lado y “nada cambiará al menos que arregle algunas cosas en su cabeza” o “tengo mejor físico que él” o “la única persona que puede entrenarlo es su padre” del otro, fue la comidilla del circuito durante la temporada de césped. Allí la dupla de trabajo compartió apenas dos torneos y la experiencia fue nefasta: por los resultados -octavos de final en Halle y abandono en su debut en Wimbledon- y, sobre todo, por la manera y las formas en la que terminó todo.
Tsitsipas, que por culpa de Ivanisevic no se derrumbó hasta el 30° puesto del ranking mundial (y seguirá cayendo) ni ganó apenas 11 de sus últimos 21 partidos desde que a principios de marzo logró el título de Dubai, prolongó su mal momento en el Masters 1000 de Toronto y perdió en su presentación ante el australiano O’Connell en tres sets mostrando, además, una pobre producción, lejana a la de un jugador con nivel competitivo, con un revés endeble, un saque que no lastimó y un drive que estuvo muy lejos del que le permitió ser top ten durante casi años en forma ininterrumpida, por ejemplo.
Justamente antes de su debut en el torneo en el que fue finalista en 2018, apareció en la escena uno de los tantos personajes que tiene el mundo del tenis para encender un fósforo en el medio del polvorín creado entre Tsitsipas e Ivanisevic. El francés Patrick Mouratoglou -de él se trata- habló y profundizó la grieta cuando dijo: “Goran fue a la prensa y criticó a su jugador; eso no es entrenar. Menos aún en el momento en que recién empezaron a trabajar juntos; todavía no hay confianza y ya estás matando a la persona públicamente… Cuando Goran aceptó el trabajo sabía que probablemente Stefanos no hace las cosas de la mejor manera o necesita cambiar cosas, pero ese es el trabajo”. La respuesta del campeón de Wimbledon 2001 no tardó en llegar y fue más propia de un bravucón que de un hombre del deporte. “Si tiene un problema que me llame y lo hablamos en privado… Mejor no digo lo que pienso sobre él; prefiero callarme”, disparó.
Mouratoglou no es un entrenador más. Muchos cuestionan sus conocimientos. Pero todos le reconocen la habilidad para estar siempre en el momento y el lugar indicados. Nacido en 1970, su padre griego, fundador de la compañía de energía renovable EDF Energies Nouvelles y uno de los hombres más ricos de Francia, siempre le exigió que siguiera una carrera; su madre francesa, en cambio, fue la más fiel ladera de sus decisiones. A los 6 años tomó una raqueta por primera vez pero nunca pasó de ser una promesa. Y a los 26, tras haber estudiado administración de negocios, abrió una academia de tenis en París con el apoyo económico de su padre. En un principio se la conoció como Academia Bob Brett luego de que el legendario entrenador australiano fuera contratado para darle prestigio y fuerza al lugar. Pero todos sabían que detrás de esa fachada estaba Mouratoglou. Al poco tiempo se instaló en Niza. Y la bola no paró más. Tanto que hoy también tiene filiales en Dubai, Costa Navarino (Grecia) y la más nueva -y más lucrativa- abierta en enero de 2022 en Bandar Enstek, muy cerca de Kuala Lumpur, donde el tradicional y prestigioso colegio Epsom inglés abrió sus puertas. Sí, hasta allí tendió sus redes Mouratoglou.
Es cierto que hay números que avalan su trabajo: con sus jugadores ganó diez títulos de Grand Slam, dos medallas olímpicas y gracias a los más de 40 que llevó al top 100 también fue Entrenador del Año en cuatro ocasiones. Si hasta la revista Vanity Fair lo nombró uno de los 50 franceses más influyentes en el mundo…
Comenzó a darse a conocer en 1999 con el chipriota Marcos Baghdatis, a quien llevó al número 1 del mundo junior y lo convirtió en top 10. Entre 2007 y 2011, ya en la academia que lleva su nombre, trabajó con Anastasia Pavlyuchenkova, Aravane Rezaï, Yanina Wickmayer, Laura Robson y Jérémy Chardy y al búlgaro Grigor Dimitrov lo metió en el top 50 en apenas cinco meses.
Pero fue en 2012 cuando tuvo la oportunidad de empezar a entrenar a una de las mejores tenistas de todos los tiempos. La suerte llamó a su puerta cuando Serena Williams levantó el teléfono y lo llamó a Mouratoglou tras perder de una manera humillante ante la francesa Razzano en la primera ronda de Roland Garros. Juntos, de inmediato, empezaron a edificar una sociedad tremendamente exitosa, una de las mejores de todos los tiempos en el tenis. A un año del comienzo de aquella relación, el propio Mouratoglou escribió en su muro de Facebook: “Aniversario de un año de colaboración con Serena. Tres títulos de Grand Slam, dos medallas olímpicas (single y dobles), ganadora del Masters, 11 títulos, número 1 del mundo de nuevo, número uno de más edad en la historia del tenis, 74 partidos ganados de 77 jugados, una racha ganadora de 31 partidos y contando”.

Hay quienes aseguran que fuera de la cancha se llevaban tan bien como adentro. Así, el episodio más telenovelesco llegó en 2013 en Wimbledon. En un off the record, Williams disparó contra su vieja rival Maria Sharapova. Ahí se abrió la caja de Pandora. “Si Serena quiere hablar de algo personal quizá debería hacerlo de su relación con su novio que, si bien se está divorciando, todavía está casado y tiene hijos”, dijo. Boom. La rusa destapó entonces un secreto a voces: el del affaire de la menor de las hermanas Williams con Mouratoglou. El romance nunca había sido confirmado pero hubo varias fotografías de ambos disfrutando de exóticas vacaciones, por ejemplo.
La ganadora de 23 Grand Slams no fue la única campeona, de todos modos, que pasó por el famoso entrenador. También estuvieron el danés Holger Rune, el propio Tsitsipas, la rumana Simona Halep, la estadounidense Coco Gauff, la japonesa Naomi Osaka… Junto a ellos siguió escribiendo su historia.
Mouratoglou siempre buscó estar en los focos. Así, en otoño de 2020 pasó de las canchas a la pantalla y protagonizó “The Playbook” (“El manual del juego”, en español) en Netflix. Allí un grupo de entrenadores de elite comparten las reglas que siguen “para alcanzar el éxito en el deporte y en la vida” a través de una serie de entrevistas en la que cada uno revela los momentos cruciales de su vida personal y profesional que, en última instancia, contribuyen a forjar sus filosofías de entrenamiento. ¿Quiénes aparecen junto a él? Nada menos que Doc Rivers, José Mourinho, Jill Ellis y Dawn Staley. ¿Quién la produjo? LeBron James.
Tiene detractores, claro. Hay quienes afirman que paga para estar en los boxes de los tenistas más renombrados y quienes sostienen que a los mejores les brinda gratuitamente todas las comodidades de sus academias. A ellos y a sus familias.

Y hay también quienes se sorprenden con sus declaraciones. “Cuando observás el tenis de Novak Djokovic a los 19 años, en ningún momento podía pensarse que se convertiría en lo que es hoy”, arrancó en el podcast Bartoli Time de la ex tenista francesa. Y no paró: “Incluso hoy es un jugador casi mediocre comparado con Nadal y Federer. Lo hace todo muy bien, pero en realidad no tiene golpes fuertes”. Hasta que aseguró: “Sin embargo su confianza en sí mismo, su ambición, su atención en los detalles le convirtieron en el más grande de todos. Eso demuestra que lo más importante no está en el tenis. Obviamente necesitás del tenis, pero lo que realmente marca la diferencia es el estado de ánimo y la mentalidad”.
Ese es Patrick Mouratoglou. Amado y criticado. Sostenido y vapuleado. Un entrenador que armó su camino mucho más allá de un deporte.