La dignidad no se negocia: mujeres afrodescendientes en resistencia | América Futura

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El pasado 25 de julio fue el Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente y, en el marco de dicha conmemoración, la vicepresidenta de Colombia, Francia Elena Márquez Mina, reunió a numerosas lideresas negras de Colombia y el mundo para discutir sobre el futuro de las infancias y las feminidades afrodescendientes. Fue un llamado a la unidad, la autonomía y la importancia de continuar reconociendo el arduo trabajo que realizan las mujeres negras por sus comunidades, que terminan siendo el sostén de dinámicas en todas las sociedades.

Entre las invitadas internacionales estuvieron la activista, filósofa y académica estadounidense Angela Davis; la Vicepresidenta de Costa Rica, Epsy Campbell; la expresidenta del Foro Permanente sobre los Afrodescendientes de la ONU, June Soomer, o la exdiputada federal de México, Teresa Mojica Morga. También participaron Paola Cabezas, de la Asamblea Nacional de Ecuador; Hilary Brown, directora del Programa de Cultura y Desarrollo Comunitario de la Secretaría de la Comisión de Reparaciones Históricas de CARICOM; Natasha George, delegada de la Secretaría General de la Asociación de Estados del Caribe (AEC); Leymah Gbowee, Premio Nobel de Paz 2011; Éve Bazaiba Masudi, ministra de Estado y ministra de Ambiente de la República Democrática del Congo y Chantal Chambu Mwavita, ministra de Derechos Humanos de ese mismo país.

Desde Brasil, Danielle Almeida, coordinadora del primer estudio sobre el perfil del afroemprendimiento en América Latina, Feira Prieta; Rokhaya Diallo, periodista, escritora y activista antirracista francesa; Miranda Meghelli, directora de Políticas y Programas de Women’s Funding Network; Tianna Paschel, profesora de Sociología y Estudios Afroamericanos en la Universidad de Berkeley, y Gina Dent, profesora asociada de Estudios Feministas en la Universidad de California en Santa Cruz. Además, numerosas invitadas nacionales destacadas en los ámbitos cultural, académico, social, comunitario y pedagógico, en los que se evidencia su trabajo y compromiso.

Un encuentro que resultó en un llamado a la dignidad de las niñas y las mujeres de la diáspora africana. La pregunta por el racismo, que ahora está acompañando políticas públicas discriminatorias contra migrantes, el perfilamiento racial, y el incesante secuestro de niñas afrodescendientes que terminan en redes de trata de personas, fue una prioridad. Se planteó un plan de acción que abordara cada frente allí representado con el fin de seguir denunciando abusos desde todos los ámbitos posibles. La vicepresidenta de Colombia señaló algo que conmovió y movilizó a las mujeres y personas afrodescendientes del encuentro:

“Hoy no vengo a hablar solo de mí, vengo a hablar de ser un cuerpo afrodescendiente, un cuerpo de mujer negra que ha sido celebrado, instrumentalizado, desgastado, desechado, porque sí, esta historia empezó como una celebración”. Una frase que muchas otras lideresas subrayaron como parte de sus propias experiencias; una frase que encapsula la vivencia de muchas personas negras que desarrollan sus carreras en la política y que, frente al racismo estructural, no tienen mayor movilidad: solo se quedan con la promesa de cambio en las manos.

Frente al racismo estructural, las personas afrodescendientes encontramos innumerables desafíos: narrativas arraigadas en los imaginarios más profundos de las diferentes sociedades, como que somos personas perezosas, incapaces o resentidas; la desigualdad económica, de oportunidades, educativa, que no encuentra reparaciones a gran escala y que todavía es un elemento diferenciador importante a la hora de ver cómo las personas negras, y en especial las mujeres afrodescendientes, tienen menos posibilidad de salir de circunstancias que las empobrecen. Brechas en cuanto a justicia, dignidad laboral, servicios básicos de salud: un montón de aristas que parecen no tener ni cómo ni por dónde atajarse.

Dentro del espacio, también se planteó una paradoja que nos encierra a las personas de la diáspora africana que participamos en diálogos sobre antirracismo desde las ciencias sociales. Una paradoja que puso Gina Dent sobre la mesa: hablar sobre racismo, racialización y raza como categorías y casos de estudio puede perpetuar los efectos más lacerantes de dichas categorías. Una realidad que se ve en aulas o columnas que buscan debatir contra esas miradas, pero que por defecto terminan replicándolas. Dent planteó que es el arte, en conjunto con las ciencias sociales, el mejor de los caminos para no incurrir en divisiones que estamos combatiendo. Se habló del arte como un facilitador, un hacedor de puentes, que puede evitar que caigamos en discursos donde reiterar categorías nocivas también replique comportamientos y principios problemáticos. El arte, en cambio, humaniza el tema de estudio: se vale de la condición humana y no de la mera discusión.

En medio de las palabras, los abrazos y los compromisos que se tejieron durante el encuentro, se sintió con fuerza la urgencia de imaginar otro mundo posible: uno donde las niñas negras puedan crecer sin miedo, con acceso a oportunidades reales, con referentes que no solo resistan, sino que también vivan con dignidad, gozo y plenitud. Un mundo donde las mujeres afrodescendientes no tengan que cargar solas con la responsabilidad de sostener la vida y las luchas de sus pueblos.

El Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente no fue solo una conmemoración: fue un recordatorio del trabajo que aún queda por hacer, del poder de la articulación transnacional, de la necesidad de construir políticas con enfoque étnico y de género, de la urgencia de proteger los cuerpos y territorios que han sido históricamente explotados, marginados e invisibilizados. El Encuentro Internacional Juntas fue una oportunidad para mirar el futuro, para reconocernos, para trazar rutas desde diferentes áreas de acción que incidan en el bienestar, la prosperidad y la garantía de derechos de la población afrodescendiente.

Porque ser mujer negra hoy no es solo un hecho biográfico: es una posición política, una trinchera amorosa, un acto de rebeldía ancestral. Y porque, como dijo Angela Davis en su intervención: “No podemos permitirnos el lujo de esperar a que otros escriban el futuro que queremos. Es tiempo de escribirlo juntas.”

Hoy más que nunca, reconocernos es un acto de afirmación colectiva. Organizarnos, un imperativo histórico, una forma de honrar a quienes abrieron camino con su vida, su palabra y su resistencia.

El Encuentro Internacional Juntas no fue un evento más: fue un llamado a reescribir el presente con la radical ternura de quienes saben que la libertad no se mendiga, se construye. Así lo recordaron las voces que allí resonaron: no queremos un futuro posible. Queremos un presente digno, negro, con enfoque de género. Y lo queremos ahora.