Después de décadas dedicado al periodismo, Treinta toneladas de billetes (Penguin Random House) es la primera novela de Rolando Graña, que además de su labor en el oficio se licenció en Letras. A través de investigaciones de documentos históricos, el periodista construye una ficción localizada en la Buenos Aires de 1938, cuando la ciudad era un hervidero de espías, conspiraciones políticas y dinero sucio que cruzaba el Atlántico. En sus páginas, se cruzan nazis, anarquistas, franquistas, comunistas y empresarios inescrupulosos, en una trama vertiginosa donde también hay espacio para el amor y las traiciones.
Graña fue editor en la sección cultura del diario Página/12, donde compartió escritorio con Miguel Briante, Osvaldo Soriano y Juan Gelman. En esta ficción, realiza una reconstrucción de época, magistral. Y en esta entrevista con Clarín, repasa las claves de su novela, el proceso de investigación que la sostiene, y cómo una revelación familiar sobre su padre —redactor político del diario Crítica— lo impulsó a escribir esta historia. Y anticipa además que ya trabaja en la segunda parte de este thriller criollo.
–¿Por qué escribir sobre los nazis en la Buenos Aires de fines de los años 30?
–Hace 20 años que vengo leyendo sobre los nazis en la Argentina, y un día tuve una iluminación y dije, voy a escribir una novela, porque no había una novela sobre ese período. Hay muchos libros históricos pero no novelas. Lo empecé a pensar en términos, casi te diría, de teoría literaria porque la Argentina en esos años, entre el 38 y el 40, fue una capital de espías según lo que cuentan estos libros, los de ensayos. Ni Borges, ni Bioy ni Mallea habían escrito ficción sobre eso, el único que tenía algo escrito, pero en crónicas periodísticas, era Roberto Arlt. Todas las Aguafuertes de esa época son de una lucidez extraordinaria que demuestran que Arlt no era solamente un cronista, sino un intelectual con una visión importantísima.
–¿Cómo era ese mundo?
–En nuestro país, los pronazis estaban haciendo escuelas y edificios públicos, pero no había nada escrito en ficción sobre eso, por eso pensé en hacer una intriga política y en 2017 me senté a escribir; situé la novela en 1938. ¿Por qué en ese año?, porque, a partir de una historia real, descubrí que había encontrado como un agujero en el tiempo. El 9 de julio 1938 el rey de los espías del siglo XX que fue el inglés Kim Philby tenía que ir a encontrarse con su superior y su superior era nada menos que Alexander Orlov, el tipo que había colaborado con robar el oro de la República Española y mandarlo para Moscú, el famoso oro de Moscú. Y a ese tipo, como parte de las purgas de Stalin, lo iban a matar. Entonces, Orlov decide ese 9 de julio de 1938 no encontrarse con él, que era su agente que estaba del otro lado del Atlántico. Y a partir de ahí los documentos históricos dicen que Philby pierde contacto con la red de espías soviéticos.
–¿Es un thriller criollo?
–Sí, es también sobre el lavado de dinero que era muy diferente a como se hace ahora. En ese entonces mandaban la plata física, y ahí viene el título de la novela, porque las 30 toneladas de billetes eran billetes, plata en papeles, física. Venía la plata que les iban robando a los austríacos, a los judíos y a la República Checoslovaca. Buena parte de esa plata se mandó hacia la Argentina para que desde Argentina reingresara a la banca Suiza. ¿Por qué a la banca Suiza? Bueno, porque Suiza era neutral y con empresas pantalla compraban armas, para la guerra que iba a empezar en un año. Todo eso lo fui descubriendo, investigando, con lo cual ahí tenía un dato de la realidad. Y otro dato de la realidad es que mi papá fue periodista de Crítica en esos años.
–¿Vos te enteraste de esto hace relativamente poco?
–Sí, mi papá murió cuando yo tenía 10 años y siempre pensé que había sido un empleado administrativo. Había una leyenda familiar sobre que mi viejo era muy jugador. Y esa leyenda contaba que mi viejo se gana el juego de living de mi casa familiar, en la legendaria mueblería Maple. Y un día, le pregunto a mi vieja, ya con 80 años, por qué mi papá se había ganado ese juego en una partida de póker (yo ya tenía 30 años de profesión). Y mi vieja me dice que se lo había ganado en una ronda de juego con políticos y me dice: ‘Tu papá era redactor de la sección política de Crítica’.
–¿Esos fueron los condimentos para empezar a escribirla?
–Sí, yo quería hacer una novela pochoclera, que no se me caiga de las manos porque detesto esa cosa de tener que obligar a la gente a que se concentre en algo. Cuando era joven, fui varios años editor de la sección Cultura de Página/12 y en esa redacción conocí a los que creo, fueron los últimos grandes escritores argentinos. De un lado del escritorio lo tenía a Miguel Briante y durante un período muy breve lo tuve a Juan Gelman sentado al lado mío. También a Tomás Eloy Martínez, que vino brevemente a dirigir un suplemento de cultura que se llamó Primer Plano y a Osvaldo Soriano, con quien fuimos muy amigos. Fue como un posgrado con los grandes maestros de la escritura: también lo conocí a Galeano y a Umberto Eco, entre otros. Y todos me decían: ‘Cuándo vas a escribir’ y me hinché y me fui a la calle a hacer televisión. Dejé la prensa gráfica y la literatura, hasta que un día dije, bueno, es hora de escribir (habían pasado 36 años).
–¿La Argentina era un país muy importante en el escenario mundial en esa época?
–Sí, súper importante. Tenía poder, tenía dinero, era un lugar disputado. Todavía no está claro qué pasó en la relación entre aquel gobierno previo al peronismo y los nazis. La red de espionaje más importante fuera de Alemania estaba en Argentina; hay un trabajo muy interesante que se llama el Buenos Aires Nazi, que es una guía de arquitectura y cuenta cómo buena parte de los edificios céntricos de la ciudad de Buenos Aires habían sido construidos por los nazis, desde el Banco Germánico que fue expropiado cuando llegó el peronismo, hasta la constructora que hizo el Obelisco, que también fue expropiada por el peronismo. La diagonal norte estaba llena de edificios de empresas alemanas pronazis. Las escuelas alemanas, en especial en la Patagonia, tenían el retrato de Hitler y cuando llegaban los inspectores, los daban vuelta y ponían el de Perón. En ese entonces por Buenos Aires caminaban Neruda, Cortázar, Borges, Bioy, estaba todo el mundo acá, era un faro cultural para América Latina, pero también, un nido de espías.
–¿Y en qué estás trabajando ahora?
–Estoy escribiendo la segunda parte de la historia.
Treinta toneladas de billetes, de Rolando Graña (Penguin Random House).