Siempre se ha dicho que en la Argentina nadie llega a buen puerto sin el visto bueno de Cristina Fernández de Kirchner.
Y eso es algo que, en este año electoral en el PJ, los operadores intentan volver a demostrar. La pregunta que muchos nos hacemos es: ¿por qué Cristina debería permitir que otro candidato se presente a las elecciones internas del Partido Justicialista Nacional? Lo que debería ser un proceso democrático y neutral, basado en la participación libre de quienes estén dispuestos a representar al movimiento, parece necesitar la bendición de la única figura que sigue ejerciendo un control cuasi monárquico en el justicialismo.
Lo que pasa con Cristina no es un misterio: ella, desde hace años, ha sabido dominar el tablero político como ninguna otra figura. No se trata solo de autoridad, también de una influencia que sobrepasa los marcos institucionales y legales, rozando la divinidad política. Incluso cuando debería primar la neutralidad y la imparcialidad, la realidad es que sin su venia, ningún candidato tiene posibilidades reales de competir. La justicia electoral puede dar su visto bueno, los candidatos pueden estar en regla, pero si Cristina no aprueba el juego, simplemente no se juega. En este escenario, ¿dónde queda la democracia interna? Cristina sigue dictando las reglas, no desde los tribunales, sino desde su indiscutida posición de poder en el peronismo y a eso nadie lo niega, pero ahora le están haciendo saber que existen otros peronistas que no quieren besar su mano, que piensan y sienten diferente, aunque con sus mismas convicciones.
Y desde La Cámpora mandan a la reina a moverse desde su sol de madre, en un intento por complacer caprichos infantiles que ya no son tan fáciles de satisfacer. Porque una cosa es controlar el aparato partidario en tiempos de calma, y otra muy distinta es mantener la disciplina en un escenario donde las tensiones internas se hacen cada vez más evidentes por la presión social y la necesidad de acción.
Es curioso cómo La Cámpora, ese núcleo de jóvenes militantes que alguna vez prometieron ser renovación, hoy se aferran a la figura de Cristina como si fuera la única carta que les queda. No pueden permitirse perder el poder que ostentan, y por eso mueven las piezas con nerviosismo. ¿Qué pasa si Cristina no juega? ¿Qué pasa si el próximo candidato elegido no es uno de los suyos? En este contexto los nervios de quienes manejan el tablero no hacen más que confirmar que el poder, aunque fuerte, no es inmune al paso del tiempo ni a los caprichos del destino político.
Por otra parte, desde el entorno del gobernador Ricardo Quintela, aseguran que todo está en regla. Se enorgullecen de tener más avales de los necesarios para competir, casi como una carta de presentación que desafía cualquier intento de cuestionar su legitimidad. Todo parece prolijamente presentado, las cuentas claras, las firmas al día, el respaldo concreto y un apoyo que va creciendo. Además, recalcan que todo lo observado sigue un proceso y un tiempo establecido por la propia Junta Electoral, que es quien debe decidir finalmente la validez de las presentaciones y su conformidad con el reglamento. Así, cualquier especulación o duda en torno a su candidatura debería resolverse por los cauces institucionales y no a través de presiones mediáticas o internas del partido.
Hoy Quintela, como otros antes que él, está enfrentando esa batalla, donde el poder mediático pesa tanto como cualquier ley.
¿Cómo competir cuando el escenario está diseñado para que solo algunos puedan jugar y se consideran dueños del tablero, del reloj, de las piezas negras y las blancas?