Hace ya muchos años que vuelve, una y otra vez, el favoritismo del gobierno del Gral. Perón hacia agentes nazis que supuestamente se exiliaron en la Argentina, la existencia de tesoros que habrían llegado al país y sumas de dinero que se habrían entregado al ex presidente por parte de prominentes personajes del aniquilado tercer Reich, para favorecer el ocultamiento de estos, a fin de no ser juzgados por los tribunales alemanes.
Son historias repetidas, que se pusieron de actualidad, cuando se decidió poner la imagen del ex ministro de Salud Pública Ramón Carrillo, en billetes que comenzaron a circular hace dos años, acusado de haber protegido a un médico nazi durante su gestión.
En esa visión sesgada de la historia que siempre ha operado en la Argentina, la calumnia y la difamación se han utilizado para enlodar a figuras históricas y a hombres públicos a través de publicaciones interesadas en demostrar cualquier cosa a cualquier precio.
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Al respecto es evidente que todo aquello que pudiera servir para deslegitimar lo que tuviera que ver con el peronismo y sus orígenes fue bienvenido por todos aquellos, a los que nunca les interesó la crítica seria y rigurosa y sí dedicarse al panfleto de rápida circulación, contando en estos tiempos con las redes que todo lo multiplican exponencialmente.
Y lo habitual, cuando se pretende echar un poco de luz sobre tanta falsedad que circula, es recurrir al sambenito de la estigmatización personal imputando creencias ideológicas que no se tienen, pero sirven para el descrédito.
Las vinculaciones de Perón con el nazismo son parte de una antigua historia y quizás el primer antecedente sea la publicación el 13 de febrero de 1946, del Libro Azul por parte del gobierno de Estados Unidos, celebrado por la prensa de Buenos Aires.
Allí se mostraban falsamente las relaciones de Perón con el nazismo junto con otros militares, instalándose una versión, que sería incrementada por políticos opositores a su gobierno, y que a pesar de los años transcurridos, sigue resucitando de vez en cuando, existiendo algunos investigadores de poca monta, que se solazan buscando antecedentes que pongan en evidencia los vínculos con el régimen alemán, hasta poco antes de la caída de Berlín.
Desde el misterioso tesoro nazi, hasta la entrada irrestricta de criminales de guerra, hay una variada gama de historias para todos los gustos, que aún siguen gozando de buena salud, y se actualizaron en estos días.
Después de asumir Perón el gobierno en 1946 las noticias sobre la adhesión de militares argentinos al Tercer Reich, y naturalmente la participación del más prominente de todos ellos fueron abundantes. Aparte de Perón se sumó a Eva, no como simples adherentes, sino también en su carácter de espías y colaboradores de Alemania durante la guerra. En el caso de ella, reportando sus actividades de espionaje al Almirante Wilhem Canaris, que manejara hasta 1944, la inteligencia de ese país.
El primer antecedente vernáculo de la vinculación de Perón con los nazis surgió en 1950 a través de manifestaciones que efectuara el diputado radical Silvano Santander, quien imputara ideas fascistas al presidente, y criticas extremas que llevaron a que fuera expulsado de la Cámara de Diputados en una sesión especial el 19 de diciembre de 1951.
Temiendo un posible arresto se escapó al Uruguay, donde sin importarle la condiciones de asilado continuó con sus invectivas, exponiendo sobre las vinculaciones nazis de Perón, de Eva Duarte y de oficiales del ejército argentino. Esa especie calumniosa, que generó muchos comentarios en el país oriental, tomaría forma de un libro que se publicó en Montevideo en 1953 titulado Técnica de Una Traición. Juan D. Perón y Eva Duarte, Agentes del Nazismo en la Argentina, que fue ampliamente difundido en Uruguay y utilizado por los enemigos del peronismo para mostrar qué clase de gobierno había en la Argentina.
Aunque el libro se prohibió, circularon ejemplares en Buenos Aires entre los dirigentes de la oposición.
En esa farragosa publicación, muy promocionada se involucraba a los generales von der Becke, Pertine, Peluffo, Farrell, Helbling, Ramirez, Tauber, Helbling, Cechi y Gilbert, junto con el Coronel Enrique González, el que fuera Canciller Enrique Ruiz Guiñazú, y al Dr. Eduardo Víctor Haedo, senador uruguayo como colaboradores del espionaje alemán. Como no podía ser de otra manera, se hacía constar en ese libro que Perón y Eva, eran agentes alemanes y habían recibido casi 500.000 pesos en cheques para operar a favor de Alemania. También aparecían involucrados ministros como Gache Pirán, Bramuglia y otros funcionarios.
En el libro en cuestión además de un sinnúmero de afirmaciones, se mostraban fotografías de documentos oficiales alemanes intercambiados entre diplomáticos como el Barón von Thermann, que había sido embajador en la Argentina, otro diplomático el Conde von Luxburg, el príncipe Schaumburg Lippe, y otros funcionarios alemanes como Freude, Niebhur y el general Faupel, donde se hacía mención a los oficiales argentinos, a Perón y a Eva.
Esos papeles habrían sido encontrados en archivos alemanes y los opositores al gobierno de entonces, no dudaron de su autenticidad, agitaron y difundieron el libro ya que consideraban que las pruebas eran categóricas y ponían en evidencia la colaboración con el Tercer Reich de un conjunto de oficiales superiores y el propio presidente de la Nación y s esposa. En el libro aparecían fotos de documentos, que probaban las conexiones con el régimen nazi, aunque Perón no le dio importancia al asunto, considerando que se trataba de un falaz instrumento de propaganda.
El primero que reaccionó indignado ante el libelo fue el Dr. Carlos Ibarguren, gran historiador y prestigioso hombre público, que inició una denuncia contra el autor a los efectos de que se probaran en la justicia, los hechos que se mostraban en el libro. Pero la reacción más fuerte correspondió al Teniente General Carlos Von der Becke, que se puso a trabajar para responder la calumnia, solicitando informaciones a archivos, a la embajada alemana, y a repositorios de los países aliados en busca de evidencias., que demostraran la falsedad de las pruebas existentes en el libro.
Luego de producida la revolución de septiembre de 1955 le tocó a Von der Becke presidir el tribunal de honor que se constituyó para analizar y juzgar la conducta de Perón como militar. En ese tiempo la calumnia resurgió con más fuerza, ya que a fines de 1955 se publicó en Buenos Aires, la edición argentina del libro que tuvo el eco necesario, ya que caído el gobierno de Perón, era la oportunidad de mostrar los antecedentes nazis del ex presidente, y de su mujer, aunque ya no interesaran tanto los de otros jefes militares.
Muchos se sumaron a elogiar la obra, y quedó brevemente instalada la historia, hasta que el 19 de diciembre de 1955, el teniente general Von der Becke solicitó al ministro de Ejército, la constitución de un tribunal de honor, para que se juzgara su conducta ya que él era uno de los involucrados en el libro, junto a la de los restantes jefes militares, muchos de los cuales habían fallecido.
El tribunal se constituyó el 10 de mayo de 1956, creyendo él en ese momento, que era un deber moral salir en defensa de muchos de sus camaradas y tratar de mostrar la verdad de los hechos.
Después de un análisis de todas las pruebas presentadas donde el general Von der Becke, puso en evidencia la fabricación de esos documentos, el examen que hizo, el tribunal llegó a la conclusión de la falsedad de todo lo que allí se consignaba y de las imputaciones hechas por Santander en el libro. Se pudo probar que se trataba de falsificaciones groseras de documentos oficiales, que no resistían un análisis aún superficial, aunque fueran compradas como de buena ley por los opositores al gobierno de Perón, y la dirigencia del partido radical.
La documentación auténtica obrante en los archivos alemanes, argentinos y de las fuerzas aliadas, puso en evidencia que todo se trataba de un descomunal invento. No había coincidencia de fechas, de nombres, los cheques por más de 500.000 que habrían cobrado Perón, Eva y otros funcionarios nunca habían existido. Los contactos de Eva con el espionaje alemán también inexistentes, y las reuniones de Perón con agentes alemanes, solo producto de la imaginación del calumniador. Todo una verdadera patraña.
El general Von der Becke demostró que él no tenía nada que ver con esas imputaciones, analizando con rigor todos los documentos existentes. Puso en evidencia una vez más la corrección de su proceder, que lo llevaron a defender a sus camaradas de armas, defensa que la hizo con rigor, mostrando a los extremos delictivos a los que se había llegado.
El 26 de septiembre de 1956, el Tribunal con las firmas de los Tenientes Generales Diego I. Mason, Laureano Anaya, Benjamín Rattembach, Juan Carlos Sanguinetti, y el general Luis C. Perlinger, determinó que los generales Von der Becke, Pertine, Peluffo, Farrell, Helbling, Ramirez, Tauber, Helbling, Cechi y Gilbert, junto con el Coronel Enrique González, no habían cometido ningún acto que menoscabara su honor personal y el del ejército. Mostraban las falsedades del libro de Santander, haciendo constar que todo debía hacerse público para el debido conocimiento del pueblo de la Nación.
También la Comisión Investigadora de Actividades Antinacionales en Uruguay, creada el 21 de junio de 1954, llegó a conclusiones similares sobre la falsedad de los documentos, después de haber interrogado varias veces a Santander, debido a las imputaciones hechas al senador Haedo.
Poco tiempo después el Gral. Von der Becke publicó su libro Destrucción de una infamia donde hizo un relato de toda la historia, mostrando cómo se habían falsificado los documentos y las calumniosas imputaciones que se habían hecho. Sin perjuicio de acciones civiles que inició, a través de su insistencia, logró que la policía alemana allanara el domicilio del falsificador Heinrich Jürges, y allí se encontraron las últimas evidencias. En ese procedimiento, se incautó correspondencia entre Jürges y Santander que demostraba los pedidos explícitos del diputado para que Jürges “obtuviera” o fabricara documentos falsificados. Estos documentos incluían detalles sobre el avance de las tareas de falsificación, confirmando la connivencia entre ambos.
No está de más recordar quién era Heinrich Jürges, como le constaba a la propia embajada de los EE.UU. en Buenos Aires: un estafador profesional procesado y condenado por falsificación y estafas reiteradas en Alemania, Chile, Uruguay y la Argentina. Había quedado en libertad provisional merced a que había invocado su condición de agente secreto del MI 6. De manera que el círculo se cerraba con felicidad: el ardid de un defraudador enganchado por el Intelligence Service.