Después de las bombas y apagado de momento el rumor del espanto, Irán intenta recuperar la normalidad mientras sigue enterrando a víctimas de la contienda con Estados Unidos e Israel. “Si fuese legítimo asesinar a científicos nucleares, tendrían que haber asesinado a Oppenheimer. Aquí vivía gente trabajadora, no tenemos nada que ver con la guerra. ¿Por qué nos atacan?”, clama Shirin junto a los escombros de uno de los más de 400 edificios que han quedado destruidos en Teherán tras la llamada guerra de los 12 Días. Esta ama de casa vivía en un bloque cuyas estancias quedaron a la vista tras el bombardeo.
En la madrugada del 13 de junio, EE UU lanzó una serie de ataques contra la cúpula del régimen iraní y contra sus instalaciones nucleares y militares. Aliado con Israel, también arremetió contra edificios residenciales donde, alegaba, vivían científicos del programa nacional nuclear. En los siguientes días, el fuego cruzado causó 28 víctimas en Israel —la mayoría civiles— y 1.060 en Irán, de las que más de 600 serían civiles según el Gobierno iraní y la ONG independiente Hrana, radicada en Estados Unidos.
“Mi hermana era limpiadora, murió en el ataque a la prisión. ¿Qué tenía ella que ver con la guerra?”, lamenta Mehdi Panah junto a la tumba de Mariam, enterrada en el cementerio Behesht Zahra, el mismo en el que yacen los restos de los de la que libró con Irak en los años ochenta. “Vengo a rezar todos los días. En cuanto supe que había caído el misil, fui a buscarla. No se había casado para cuidar de nuestros padres. Yo mismo encontré su cuerpo”, dice el hombre entre lágrimas.
En la entrada del centro de salud de la cárcel de Evin, un letrero recuerda a algunas de las 71 víctimas del ataque, entre las que destaca el rostro del niño de cinco años que murió cuando visitaba a su padre, también muerto. Los cascotes se acumulan junto a los historiales médicos de los reclusos, entre los que se encontraban muchos de los políticos, periodistas y activistas apresados por el régimen. De repente, escuchamos a una mujer gritar: “¡Quiero hablar!”. Lo hace desde una torre de apartamentos dañada por la explosión. Los responsables de la prisión se muestran nerviosos y aceleran el ritmo de la visita, pero Suri llega rápido: “¡Necesitamos ayuda psicológica! Esta calle se llenó de cuerpos de familias enteras que iban en coche. No podemos dormir, vimos los aviones sobre nuestras cabezas y comenzaron a atacar. ¿Y si vuelve a pasar?”.
Dos meses después, los iraníes intentan salir del shock de una guerra que, aparentemente, no logró ninguno de sus objetivos declarados: acabar con el programa nuclear, con la reserva de misiles y con el régimen de los ayatolás. Pero su población teme que en cualquier momento pueda volver el horror.






