Cristina Modo Dios | Página|12

Cristina Modo Dios | Página|12

Cristina hace de la falta una potencia, circunscripta a los metros cuadrados cubiertos de su departamento se volvió omnipresente y encendió el deseo peronista. Cristina modo dios: “Hola que tal, soy yo, Cristina”, y la multitud, primero en Plaza de Mayo y ayer en Parque Lezama, estalla. Porque ahí donde aparece el poder sin cuerpo no hay vacío, hay vibración, hay expectativa, vigor, pasión y una promesa: hay vida después de esto.

Desde la tarde de confirmación de su condena a seis años de prisión desde el balcón de San José 1111 se empezó a configurar un nuevo lenguaje de afecto político entre Cristina y sus militantes-seguidores-fieles. Inicialmente sin palabras la dos veces presidenta salía saludaba y bailaba. Durante esa primera semana cualquiera que quisiera participar de ese ritual podía acercarse, elegir una butaca en la calle o la vereda y compartir con otros y otras la fuerza del entusiasmo colectivo en espera. Toda la atención está puesta sobre los movimientos de las cortinas, sobre lo que se puede adivinar y especular que sucede dentro del departamento de Cristina, “¿hay otras personas?”, “¿Qué está haciendo?” “Ya salió hace media hora, creo que hoy ya no sale más”, “Hace un ratito en el balcón que da la esquina y otro ratito en el otro, el que da a San José”, se escucha decir entre los y las militantes. Hasta que en ese escenario vertical aparece la líder, saluda y baila, no hay palabras pero en esa simbiosis se teje una gramática sui generis, algo parecido al vínculo que se construye antes del lenguaje al inicio de la vida.

Los voceros y voceras del poder se desesperan porque no pueden controlar esa conversación emocional entonces, censuran la parte tangible de esa comunicación: el cuerpo, como si de esa manera pudieran borrar a Cristina del espacio público. No puede salir al balcón, no puede mostrarse feliz, no puede bailar porque es una forma de la alegría, una Argentina a lo Footloose. Sin embargo, las butacas de San José 1111 no se vacían, el público deposita su atención en la iluminación: si hay un mínimo velador prendido Cristina está ahí. Sin verla saben que está y eso alcanza para sentir su abrazo y amparo.

Para algunos y algunas los balcones traen malos recuerdos, más si son peronistas: El encuentro directo, sin intermediaciones, entre Juan Domingo Perón y el pueblo aquel 17 de Octubre o Eva Duarte despidiéndose en sus últimos también desde el balcón, solo por nombrar algunos balconazos históricos.

Ese espacio liminal, entre lo público y lo privado, permite performar autoridad sin romper con la dimensión amorosa de la jerarquía. El balcón pertenece al ámbito doméstico, pero se proyecta hacia la calle, esto fue muy claro durante el aislamiento en la pandemia cuando, según la investigadora Laura Novia, se convirtieron en espacios acústicos de intercambio, protesta, ritual y comunidad. En Los balcones de la desobediencia, tensiones sociales y políticas en el corazón de la audición, la doctora en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires retrata el pasaje de los rituales de aplausos a los médicos a intervenciones políticas explícitas: cacerolazos, gritos cruzados, canciones partidarias, entre otras. Estos “ruidos de la indignación” reemplazaron las manifestaciones presenciales y generaron una imaginación sonora: voces sin cuerpo que activaban ideas, afectos y rechazos. El artículo cierra con una pregunta: ¿Puede la escucha ser una política cultural en sí misma? A juzgar por la irrupción de la voz de Cristina en la multitudinaria movilización de Plaza de Mayo del miércoles pasado parecería que sí. 

La dos veces presidenta lleva el balcón al centro porteño, sorprende a los asistentes y les habla. Cientos de miles escuchando un audio de whatsapp en silencio. Ahí nace la Cristina omnipresente, la Cristina Modo Dios. Se sabe que está en su casa, pero la voz mueve la imaginación y puede estar en cualquier lado. De nuevo: de la falta, una potencia, y también una victoria, está condenada y proscripta pero habla desde un pedestal ilusorio en un acto político, sobrevuela la sensación de que se hackeó al sistema. Como si se le pudiera agregar más mística a esta escena, su figura adquiere los ribetes espirituales de una madre que cuida desde lejos, desde donde puede y, en el mismo movimiento, ella misma se reactiva como conducción y programa: vamos a volver.

Jacques Rancière, un filósofo argelino que estudia la desigualdad y las ideas sobre la emancipación hace cuarenta años plantea que la política no es el arte del consenso, ni la gestión del poder, ni la administración de lo existente. Para Rancière, la política ocurre cuando alguien que no tenía “voz” irrumpe en la escena y exige ser escuchado. Es decir: la política empieza cuando se produce un desacuerdo radical sobre quién puede hablar, quién cuenta y quién tiene lugar. Por eso, cuando aparece una voz que no estaba habilitada para existir en el espacio público, no hay discusión: hay quiebre, escándalo, crisis. Eso es lo que Rancière llama “momento político”.

Los miles de jóvenes argentinos nacidos en la década de 1950 que no conocieron a Perón y no disfrutaron de lo que para muchos y muchas fueron los mejores años de la Argentina los gobiernos peronistas crecieron en la espera ansiosa y anhelante de que su vuelta traería justicia, felicidad y la posibilidad de cumplir sus sueños. La promesa fue tal que esos mismos jóvenes lo fueron a buscar a Ezeiza cuando volvió de su exilio casi veinte años después, con la certeza de que esos anhelos demorados en el tiempo se harían realidad y con la expectativa de convertirse en quien ellos quisieran ser. El amor es hacia el o la líder, pero también si mismos y mismas, a quienes fueron en aquellos tiempos mejores cuando eran más felices o en quienes podrían convertirse si el presente fuera más justo.

El viernes feriado Cristina volvió a hablar desde la elevación simbólica hacia el parque Lezama llevando ilusión, energía y organizando las ganas. Porque de nuevo: si su cuerpo está judicializado, el espacio institucional proscripto, la presencia sonora se vuelve una forma de reapropiación política y, quizás, una nueva fase en su liderazgo.

*Periodista y socióloga.