Putin : Dmitri Medvédev, de presidente ‘modernizador’ de Rusia a profeta fustigador de Occidente | Internacional

Putin : Dmitri Medvédev, de presidente ‘modernizador’ de Rusia a profeta fustigador de Occidente | Internacional

Vladímir Putin no se muerde la lengua para amenazar a Occidente con nuevas y sofisticadas armas nucleares, pero, a la hora de enviar mensajes incendiarios, Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, es el seguidor que aventaja al maestro.

Las diatribas apocalípticas del erudito jurista peterburgués tienen un valor especial, por ser Medvédev un allegado de Putin desde la época en que ambos trabajaron juntos en el Comité de Relaciones Económicas de San Petersburgo al desintegrarse la URSS y también por haber sido el hombre elegido para custodiar el puesto de presidente del Estado durante cuatro años (de 2008 a 2011), cuando, por ley, Putin no podía permanecer tres mandatos seguidos en él.

En su canal de Telegram, a fines de julio, el exmandatario criticó la amenaza de Trump de imponer nuevas sanciones a Moscú, si Rusia no se avenía a un alto el fuego en el plazo de dos semanas. Trump contestó al “fracasado expresidente de Rusia” pidiéndole que midiera sus palabras. “Las palabras son muy importantes y a menudo pueden llevar a consecuencias no deseadas”, dijo.

Medvédev replicó entonces para recordar que Rusia tiene la capacidad de efectuar un ataque definitivo mediante “la famosa Mano Muerta”, en referencia a un sistema semiautomático de mando diseñado para un ataque nuclear en caso de que los dirigentes rusos perecieran todos víctimas de una agresión.

“Si unas palabras del expresidente de Rusia suscitan una reacción tan nerviosa por parte del todopoderoso presidente de EE UU, entonces es que Rusia está haciendo las cosas bien y seguirá por este camino”, concluyó Medvédev.

El juego de réplicas, pero sobre todo el hecho de que Trump utilizara los comentarios del ruso por primera vez para decisiones prácticas (al anunciar el envío de dos submarinos atómicos a las proximidades de Rusia), ha vuelto a poner de actualidad a Medvédev, un hombre vinculado a Putin desde que este era un veterano del espionaje internacional que aún no había cumplido los 40 y el expresidente (13 años más joven), un jurista veinteañero y ambicioso que realizaba misiones para el consistorio de la segunda ciudad de Rusia. “Medvédev cumplía encargos para los servicios de seguridad, que controlaban las actividades económicas del Comité de Relaciones Exteriores de San Petersburgo”, señalaba en 2008 a EL PAÍS un alto cargo oriundo de San Petersburgo. “En el Comité había gente involucrada en negocios sucios y una manera de evadir el control era abrir cuentas y más cuentas y después cerrarlas y borrar huellas”, afirmaba la fuente, según la cual el elegido de Putin era “un mandado”, designado para “cumplir una tarea”. “No podrá hacer otra cosa y no tiene suficiente carácter para imponerse”, concluía.

Putin, formalmente primer ministro temporalmente, nunca dejó de ser el hombre fuerte de Rusia. En julio de 2009, cuando el entonces presidente de EE UU, Barak Obama, visitó Moscú, los periodistas que cubríamos sus reuniones con los dirigentes rusos observamos que mientras las medidas de seguridad para acceder al presidente Medvédev eran relajadas, los controles para acceder al primer ministro Putin eran muy estrictos y serios.

Dependencia obvia

Aunque la dependencia de Medvédev de Putin fue siempre obvia para sus colaboradores más cercanos, una parte de la élite liberal rusa (hoy en gran parte exiliada) esperaba (o quería esperar) que Medvédev iniciara una liberalización del sistema político. El delfín fue presentado como un “modernizador”. Le gustaban el rock y los artilugios técnicos, manejaba bien internet (Putin, no), era educado y hablaba el lenguaje de los tecnócratas. En su visita a EE UU en 2010, se empeñó en visitar Silicon Valley, donde le regalaron un iPhone que aún no estaba en el mercado.

En torno a Medvédev se crearon nuevas instituciones modernizadoras, como el INSOR (Instituto de Desarrollo Moderno), un think tank que elaboraba leyes y programas de gobierno, y Skólkovo (un conjunto de universidad, parque tecnológico e incubadora de start-ups, lanzado con ayuda de la Escuela de Negocios de Harvard).

Putin siempre mantuvo el control. Las tensiones internas entre su camarilla no suponían rumbos políticos diferenciados, sino pugnas personales por acumular poder e influencia y también por colocar a los hijos en la Administración y en las grandes empresas del Estado.

Durante el mandato de Medvédev, la atmósfera entre Rusia y Occidente fue en general más ligera que tras la vuelta de Putin al Kremlin. En septiembre de 2009, en Helsinki, Medvédev dijo que Rusia consideraba factible “excluir la posibilidad de desplegar armas estratégicas ofensivas fuera del territorio nacional” en condiciones de reciprocidad e igual seguridad. En 2010, en Praga, junto con Obama, Medvédev firmó el tratado New Start, que proseguía la reducción de armas estratégicas ofensivas (cabezas y lanzaderas) y que está vigente hasta febrero de 2026.

Solo el consentimiento de Putin habría permitido a Medvédev presentarse a la reelección en 2012. Cuando Putin quiso volver, a él le costó aceptarlo, pero no lo cuestionó. El hombre fuerte de Rusia ya no necesitaba una idea de futuro vinculada a la “modernidad” y, eventualmente, a la democracia. Había apostado por la tradición, el imperio, el incremento del gasto militar y por todas las ideas que le sirven para justificar su guerra contra Ucrania.

Tras el retorno de Putin a la presidencia, Medvédev fue nombrado jefe del Gobierno, un puesto que abandonó en enero de 2020 en el marco de la nueva Constitución, que de hecho dio a Putin la posibilidad de mantenerse en la presidencia hasta 2036. Medvédev fue nombrado vicepresidente en el Consejo de Seguridad, un cargo creado ex profeso para él en el órgano consultivo (presidido por Putin), entre cuyas competencias está detectar amenazas y elaborar estrategias.

Desde su actual posición, Medvédev usa su canal en las redes sociales para fustigar a Occidente y amenazar a Ucrania. A los europeos los trata de “nazis”, cobardes e “imbéciles” y a Ucrania de ente “moribundo”, “inexistente” o “inútil”.

“A nuestros enemigos les gusta hacer declaraciones grandilocuentes y se apoyan en términos como ‘libertad’, ‘democracia’ y ‘misión’, que en realidad son ‘una diarrea verbal ritual’, ‘una demagogia diarreica”, decía en septiembre de 2022.

Los destinatarios de las invectivas de Medvédev no suelen contestarle, pero Trump sí lo hizo. En el mismo mensaje que provocó al estadounidense, Medvédev había calificado a la Unión Europea como “una vieja loca” que traicionó sus intereses al aceptar los aranceles impuestos por Washington. “Los europeos de a pie son dignos de compasión y ya es hora de que tomen por asalto Bruselas para colgar en los mástiles de los Estados de la UE a todos los comisarios, incluida, claro está, a “la furiosa tía Ursula”, en referencia a la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. “No ayudará, pero por lo menos será divertido”, remataba Medvédev.

El desfogue verbal de Medvédev puede asustar hoy de la misma manera en que, en el pasado, podía suscitar esperanzas su cuidado lenguaje modernizador. En ambos casos se trata de “matices expresivos” en un sistema cuyo timón está en las manos de Putin.

El intercambio de improperios entre el expresidente de Rusia y el mandatario de EE UU sirvió para “dinamizar” el diálogo entre Moscú y Washington, lo que no quiere decir que Putin vaya a rebajar sus ambiciones en Ucrania.