Claves para sobrevivir a un viaje en grupo | EL PAÍS Semanal

Claves para sobrevivir a un viaje en grupo | EL PAÍS Semanal

Llega el verano y uno se pregunta: ¿qué plan hago? Me gustaría descubrir un destino nuevo, pero este año no tengo con quién viajar. No quiero ir al lugar de siempre. Me apetece conocer gente nueva. Tampoco me atrae la idea de viajar solo. ¿Y si hago un viaje en grupo con personas desconocidas? ¿Estoy preparado?

Antes de decidir, conviene reflexionar sobre la motivación que hay detrás de esa idea de viajar en grupo: compartir experiencias, conocer gente nueva, sentirse más seguro, razones económicas, o incluso estar abierto a realizar actividades que no se elegirían por cuenta propia. También está la posibilidad de ligar. Y como apunta el periodista de viajes Paco Nadal, hay personas que optan por este tipo de viajes por comodidad: aunque podrían organizarlo por su cuenta, prefieren tenerlo todo resuelto a cambio del pequeño inconveniente de compartirlo con un grupo.

Ahora bien, también es fundamental plantearse si uno se encuentra en un buen momento emocional para afrontar una escapada en grupo, sabiendo que no todo será fácil. Para muchas personas, ese primer viaje representa un verdadero reto: superar la timidez y soltar el control. Es recomendable mentalizarse antes del día en que uno llega al aeropuerto, frente a un grupo de desconocidos… y ya no haya marcha atrás.

Marco Aurelio practicaba un ejercicio estoico llamado premeditatio malorum, que consistía en prepararse mentalmente para los desafíos del día, especialmente en el trato con personas diversas. Anticiparse le ayudaba a mantener la calma y no dejarse arrastrar por el comportamiento ajeno. Esta actitud también puede aplicarse al viaje en grupo: prepararse para convivir con personas de personalidades variadas.

Aunque el periplo esté organizado, muchas cosas dependen de la actitud personal. Ir con una mentalidad abierta facilita las conexiones. Al principio, conviene observar, escuchar con capacidad de asombro, dejarse sorprender y apreciar otras formas de vida e ideas en personas que, aunque diferentes, comparten una misma pasión: viajar. Resolver problemas juntos o adaptarse al ritmo colectivo mejora la flexibilidad mental y la capacidad de adaptación. Compartir responsabilidades disminuye la carga mental individual de cualquier viaje.

Será inevitable que surjan momentos de cansancio e irritación. La paciencia, la negociación y la flexibilidad son esenciales, especialmente si se es una persona nerviosa. Y es normal que, en algún momento, uno se pregunte: “¿Qué pinto yo aquí?”. Llevar un diario, como sugería el periodista y escritor de viajes Javier Reverte, es una buena idea. Él daba más valor a las reflexiones y lecturas que a los objetos materiales. Es decir, viajar ligero. Incluso en un viaje grupal, se puede disfrutar del tiempo en soledad. Es sano reservarse momentos de desconexión social. Además, estar acompañado del grupo no impide interactuar con otras personas de fuera. Si la experiencia sale bien, se pueden ganar amistades viajeras con las que compartir recuerdos inolvidables. Quizás, no sean las personas con las que uno se iría a vivir, pero ese atardecer en Kenia quedará grabado en la memoria común. Y si la experiencia no fue la esperada, siempre habrá una nueva oportunidad.

Viajar en grupo con desconocidos puede ser beneficioso cognitiva, social y emocionalmente, y más cuando se adopta una actitud curiosa, participativa y flexible. Desde el punto de vista cognitivo, convivir con personas nuevas estimula la mente, ya que obliga a escuchar y considerar perspectivas distintas, favoreciendo así un pensamiento más flexible. Además, compartir tiempo con individuos de diferentes profesiones o trayectorias de vida enriquece el conocimiento general. En el plano social, este tipo de viajes permite mejorar habilidades como la comunicación y la empatía, al tiempo que se amplía la red de contactos y potencialmente se genera la posibilidad de encontrar, incluso, nuevas oportunidades laborales. Emocionalmente, puede facilitar la expresión personal y el vínculo con otros, ya que la novedad del entorno y el anonimato inicial favorecen una mayor apertura para compartir debilidades. Estas conexiones, aunque temporales, pueden aliviar sentimientos de soledad, reforzar la autoestima y generar una experiencia emocional gratificante, especialmente cuando se vencen inseguridades o se reciben mensajes de aceptación por parte del grupo.

Viajar con personas recién conocidas tal vez sea un desafío, pero también es una oportunidad única para ponerse a prueba y descubrir cuánto de empático, flexible y abierto se puede llegar a ser. Cada experiencia se convierte en una escuela de vida para aprender, como señala la viajera Rocío Herrero Castaño, y los beneficios psicológicos es muy posible que duren mucho más allá del viaje, especialmente si uno se involucra y permite que el encuentro con los demás le transforme. Solo hay que llevar en la maleta un poco de sentido común y curiosidad. Y, como en la vida, no arrepentirse en exceso. En ese momento, ese viaje era la mejor opción. Y por el simple hecho de viajar, uno ya puede sentirse afortunado.

Patricia Fernández Martín es psicóloga clínica.