El Derecho a la Resistencia no es una consigna del pasado ni un principio abstracto. Está en el ADN de nuestro pueblo. Es la capacidad de no rendirse frente a la injusticia, de seguir cuestionando, de no dejarse apagar. Por eso, en este presente cargado de amenazas, confusión y violencia simbólica, volver la mirada hacia quienes antes pensaron estos conflictos puede ser una guía: no como receta, sino como brújula.
Frantz Fanon, nacido en Martinica y comprometido con la lucha por la liberación argelina, publicó en 1961 Los condenados de la tierra, poco antes de morir. Médico, psiquiatra y militante anticolonial, nos advirtió que el colonialismo no solo explotaba: también moldeaba la subjetividad del oprimido. Hoy lo hacen los algoritmos, clasificando, moldeando, disciplinando nuestras emociones. Aníbal Quijano, sociólogo peruano, formuló en 1992 el concepto de colonialidad del poder, para explicar cómo persisten las jerarquías impuestas por el colonialismo en la economía, el conocimiento y la subjetividad. Es tiempo de recuperar nuestras propias formas de conocer, de mirar el mundo con ojos propios.
Enrique Dussel, filósofo argentino-mexicano, comenzó en 1971 a desarrollar su propuesta de Filosofía de la liberación, desde América Latina y desde los márgenes del sistema. Nos recuerda que toda ética verdadera nace desde el dolor de los pueblos oprimidos. En este tiempo de mercantilización absoluta, defender lo comunitario, el cuidado, lo común, también es resistencia.
Ingenuamente pensamos durante más de una década que el capitalismo humanista era posible. No tuvimos en cuenta que el poder económico en la Argentina es brutal, expoliador y, apenas tiene la oportunidad, genocida. Trajo ruinas, precariedad planificada y control disfrazado de libertad. El mercado se parece cada vez más a un feudo digital. La promesa moderna se ha vaciado y mutado en distopía. Ya no se trata de gobernar sociedades, sino de administrar colapsos.
Vivimos bajo una forma de dominación que algunos llaman capitalismo catastrófico y otros, tecnofeudalismo. Una etapa en la que las plataformas digitales, los grandes fondos financieros y la inteligencia artificial operan como nuevos amos sin rostro, extrayendo valor no ya del trabajo productivo, sino de nuestros vínculos, emociones y datos.
En la Argentina de hoy, este modelo global se encarna con crudeza: Un gobierno que asume sin máscaras su voluntad de ajuste, saqueo, fragmentación y desprecio por lo común. Pero incluso en este panorama —oprecisamente por él— hay algo que no desaparece: el deseo de vivir con dignidad, de defender lo que importa, de no resignarse.
Los que no formamos parte de ningún partido político, pero colaboramos con organismos de derechos humanos, agrupaciones barriales o centros culturales; los que caminamos en las marchas, nos informamos, debatimos, hoy nos preguntamos ¿qué más podemos hacer?
No tengo respuestas cerradas. Solo el deseo de pensar juntos. Se acercan las elecciones y puede ser una oportunidad, no solo para votar sino para hablar con quienes están desilusionados, escuchar sin prejuicios y sembrar dudas donde hay resignación.
A veces, una conversación honesta vale más que una consigna repetida.A veces, el gesto más pequeño abre una puerta. Porque resistir no es un acto heroico. Resistir es, muchas veces, algo cotidiano y silencioso. Puede ser marchar, escribir, abrazar, escuchar, organizarse, sembrar. No hay una sola manera. Lo importante es no resignarse. No dejar que nos roben la palabra, la mirada, la capacidad de imaginar algo distinto.
Queremos que la resistencia sea masiva. Que seamos cientos de miles en las calles, que las plazas se llenen de voces, que las y los diputados y senadores nos representen con dignidad, que la Constitución se respete, que podamos cambiar a los genuflexos del Poder Judicial que hoy se arrodillan ante los intereses del poder real. Que nuestros políticos se unan. Ese sería el escenario ideal. Pero mientras tanto, en este presente fragmentado y herido, podemos hacer algo.
Activar nuestra creatividad y practicar gestos cotidianos de resistencia. Aprovechar esta etapa electoral para volver a hablar, a encontrarnos, e intervenir desde donde estemos.
Tal vez no podamos cambiarlo todo pero sí podemos no entregarnos sin luchar, no callarnos sin antes decir lo que sentimos justo. Y hacerlo con otros, sin soberbia, con humildad, sabiendo que nadie se salva solo. Porque resistir ahora es, también, animarnos a intervenir en esta etapa electoral, desde donde estemos, con lo que tengamos.
Resistir también es crear futuro. Y ese futuro puede empezar con una conversación sencilla, con una palabra dicha a tiempo, con una decisión compartida.
Resistir es nuestro derecho.
*Productor audiovisual. Ex preso político de la dictadura 76-83.