Cuando brilla la luz al final del túnel y todo se hace claridad, los resultados destacan por encima de todo en la carrera de un deportista. ¿O acaso no hubo (mucha) gente que necesitó de Qatar 2022 para validar a Lionel Messi como el mejor futbolista de todos los tiempos? Claro que también son valorados de manera especial aquellos que consiguen ser longevos en lo suyo. Y, como desprendimiento de lo anterior, la influencia que un atleta puede tener en las generaciones posteriores completa un combo de grandeza competitiva al que acceden unos pocos. Santiago Lange, como Messi, es uno de ellos.
El regatista bonaerense disputó siete Juegos Olímpicos desde su debut en Seúl 1988, cuando llegar siquiera a competir en un evento de tal magnitud era poco menos que una fantasía imposible, hasta su retiro previo a París 2024, a los 63 años, rompiendo el récord de seis participaciones olímpicas del ciclista Juan Curuchet. Fue un pionero. Y ganó tres medallas, cifra que solo superan las cuatro de Luciana Aymar y Carlos Mauricio Espínola, con quien obtuvo el bronce en Atenas 2004 y en Beijing 2008 en la clase Tornado.
“Al deporte le di todo lo que pude y el deporte me dio a mi mucho más de lo que me podía imaginar. Llegué mucho más lejos de lo que imaginaba y durante muchos más años de los que creía. Me dio amigos por todo el mundo, un cariño increíble de la gente. Cumplí sueños”, le cuenta Lange, de paso por Buenos Aires, a Clarín en un ida y vuelta que recorre su pasado de gloria y un presente, como seguramente también lo será su futuro, que tienen algo en común: el agua.
Se disculpa con el periodista por haber tardado en concretar la entrevista, aunque no haga falta, y comienza lo que en realidad es una charla distendida.
-Excepcionalmente bien. Con demasiadas cosas, pero bien. Antes no venía en esta época a Argentina y ahora vengo por diez días y se me juntan desde cosas que se me rompen en el departamento y tengo que arreglar hasta que quiero estar con mis amigos y ver a mi nieto. A eso le sumo el laburo y se me junta todo. Pero acá estamos.
-¿Dónde estás viviendo hoy?
-En ningún lado (risas). Sigo con mi vida de nómade. Tengo campeonatos, tengo proyectos y cosas que me llevan por distintos lados del mundo.
-Entonces, parece que no cambió mucho tu vida, aunque te alejaste del alto rendimiento.
-Diría que cambió. ¡Ufff, cambió mucho! La verdad que la vida olímpica te exige un foco, una disciplina y una constancia que es muy diferente a lo que tengo hoy. Antes no me daba el gusto de poder venir a Argentina en el medio de la temporada y hoy me lo puedo dar. Es un gran cambio que noté después de retirarme. Yo estaba con mi cabeza y mi alma puesta en el proyecto olímpico 24-7 todo el año y todos los años. Haberme sacado eso hace un cambio muy importante en mi vida. Lo que más siento como diferencia es lo que pasa por mi cabeza en el día a día.
-Se van a cumplir dos años de tu retiro después de décadas compitiendo al alto nivel. ¿Qué sensaciones atravesaste en este tiempo?
-Estoy con el alma súper tranquila. Lo digo y lo voy a repetir siempre: no me quedó nada para darle al deporte. Tuve una carrera tan longeva que hoy siento una enorme motivación por hacer algo diferente. Soy muy consciente de que es una nueva etapa para hacer las cosas que no pude hacer antes y la quiero vivir. Quiero aprender a vivir de otra manera, con cosas nuevas. Estoy feliz con lo que me toca vivir a la edad que tengo.
-¿Cuáles son esas cosas nuevas?
-Me doy libertades que antes no me daba. Por ejemplo, me invitaban a un casamiento y no iba porque sentía que me sacaba de foco. Creo que cuando uno tiene un perfil de tanta disciplina y entrega como deportista es como que se pone las orejeras de los caballos para que nada lo distraiga. Hoy puedo tomarme diez días para esto o aquello. Son distintas las cosas que van pasando y es importante para mi tener la libertad en mi calendario y en mi cabeza de saber que estoy abierto a recibir nuevas oportunidades. Estoy trabajando en proyectos muy interesantes a los que les dedico mucho profesionalismo y que sigo haciendo con seriedad, pero me aseguro de tener esos espacios, esa libertad.
-¿Qué proyectos te ocupan?
-Estoy trabajando para Red Bull, que tiene para casi todos los deportes centros de alto rendimiento y en vela se está haciendo uno de esos centros en Italia. Soy responsable de la visión del centro y de elegir a los nuevos atletas de Red Bull en el mundo. Es súper interesante darle a los atletas lo que necesitan y lo que a uno le costaba tener. También estoy con Remax en un proyecto que busca acercar a sus empleados al deporte. El primer deporte en el que incursionamos fue el ciclismo: hacemos un montón de training camps y ya auspiciamos a Agustín Ferrari y a Mateo Duque, ciclistas argentinos que tienen el sueño de llegar a Los Ángeles en la misma disciplina que Juan Curuchet y Walter Pérez (NdR: campeones olímpicos en Beijing 2008 en la Madison). Es muy desafiante.
-Vela y ciclismo: no parece una casualidad. Durante tu carrera ya andabas mucho en bici, ¿no? Incluso competiste en una carrera contra Lionel Scaloni. ¿Es tu segundo deporte?
-Si, algo así (risas). Tengo bicicleta de toda la vida. Me encanta. Pedaleé mucho de una manera desordenada porque siempre la prioridad estuvo en mi deporte, pero todas mis vacaciones pasan por el ciclismo y siempre que pude darme ese espacio me lo di. De hecho, es una de las libertades que me estoy dando. Estuve pedaleando en Italia con Gaby Sabatini, con el equipo paralímpico argentino y también con Agustín (Ferrari) y Mateo (Duque). Disfruté un montón con los chicos. Fue una experiencia única y muy linda.
-Estuviste muy cerca de Mateo Majdalani y Eugenia Bosco. Ellos siempre son muy elogiosos con vos y sabemos que te emocionaste cuando ganaron la medalla en París. ¿Seguís en contacto con ellos?
-Estuve en la vereda de enfrente y tuvimos que competir, que fue durísimo. Tengo la conciencia tranquila de que con mucha honestidad las dos partes dejamos todo para ganar y esa competencia ayudó a que ellos crecieran como deportistas. Fue una de esas desafiantes experiencias de mi carrera deportiva. Ahora que ya pasó, hablo mucho con Mateo. Fueron los que estuvieron en la lista número uno de mis propuestas a Red Bull, están en el proyecto y la idea es poder trabajar junto a ellos de acá hasta Los Ángeles. Es una idea y tenemos que ir viendo cómo se dan las cosas. Ellos son los que lideran esto, pero mi sueño es poder aportar mi granito de arena para ganen otra medalla para Argentina.
–De acá a Los Ángeles, ¿podrías tener algún rol dentro de su equipo?
-Eso se lo tendrían que preguntar a Mateo y a Eugenia, pero desde mi lado estoy predispuesto totalmente para avanzar en eso.

De la nada a conseguirlo todo
En octubre de 2023, el Mundial de Nacra 17 que se corrió en La Haya, Países Bajos, marcó el final del recorrido de Santiago Lange en el alto rendimiento luego de un insuficiente 17° puesto junto a Victoria Travascio: perdieron ante Majdalani y Bosco (9°) la plaza para París 2024. Más de uno se sorprendió de verlo llegar hasta allí, siendo que ocho años atrás, luego de sobreponerse a un cáncer de pulmón, se había colgado junto a Cecilia Carranza una medalla de oro en Río de Janeiro 2016 que parecía ser el final perfecto de la película.
“’Lograste llegar hasta acá, seguro que te retirás’, me decían todos. Yo pensaba exactamente al revés: ‘Acabo de tener una gran satisfacción haciendo lo que hago, ¿por qué me voy a retirar? Quiero más de esto’. Mirando para atrás, quizás hubiese sido más inteligente retirarme ahí, ¿no? Hoy veo que había una vida del otro lado, pero igualmente disfruté un montón lo que vino después. Además, creo que con mi personalidad nunca hubiese tomado la decisión de retirarme ahí. Tenía que pasar lo que pasó, que casi me echen, que venga alguien como Mateo y Eugenia y sean mejores que nosotros”, recuerda Lange.
-¿Pasó por tu cabeza en algún momento la idea de igualar el récord de cuatro medallas de Camau y de Lucha?
-Absolutamente no. Eso es algo de quienes siguen las estadísticas. Obviamente es un orgullo haber llegado a eso, estar en ese grupo en el que tengo la suerte de estar con deportistas como Camau o Lucha, a los que admiro profundamente. Como dije antes, el deporte me dio mucho más de lo que imaginaba. Ir a unos Juegos Olímpicos en vela era de locos, así que imaginate ganar una medalla. Es muchísimo. Imaginate participar en unos Juegos con tus hijos (NdR: Klaus y Yago Lange finalizaron séptimos en Río 2016 en la clase 49er), ser abanderado de Argentina, encender el pebetero con otra grandísima deportista como Paula Pareto. Son momentos que van más allá de los resultados y que nunca hubiera imaginado vivir.

El comienzo de esta historia se encuentra en el Yacht Club Argentino de San Fernando, el lugar donde pasó la inmensa mayoría de los fines de semana durante su infancia y adolescencia.
“Los viernes Martín (Billoch) solía venir a dormir. El sábado, después de desayunar, armábamos el bolso y salíamos a esperar el colectivo que nos llevaba al club (…) Aquel era nuestro jardín secreto, repleto de historias que nadie más que nosotros conocía. En el colegio yo podía parecer un chico tímido y un poco retraído. En mi casa era el menor de cinco hermanos que crecían bajo el rigor de un padre severo. Todo eso, sin embargo, se desvanecía una vez que trasponíamos las puertas del club y comenzábamos a anticipar la presencia del río”, relata Lange en Viento (Sudamericana), biografía autorizada escrita por Nicolás Cassese.
-Siempre mencionás a Martín Billoch, que para quienes no lo conocen fue un emblema de la náutica en Argentina. ¿Qué significó él en tu carrera?
-Fue mi primer amigo en el agua, uno de mis maestros, o probablemente mi mayor maestro, porque era más talentoso que yo y entonces me obligaba a buscar la manera de ganarle. Tenía que estudiar y trabajar mucho para lograrlo. Y también fue mi máximo rival. Todo junto. Cuando empecé a navegar en Optimist, tuve la suerte de que con un grupo de amigos fuimos unos grandes aventureros y disfrutamos mucho. Entre ellos estaba Martín. No teníamos una estructura deportiva muy sofisticada, pero navegábamos todo el día. Salía del colegio el viernes a la tarde y hasta el domingo no aparecía por casa. Pasábamos todo el día navegando y dormíamos en los barcos. Fue una infancia maravillosa.
-Sin una estructura y consciente de lo difícil que era para un regatista argentino llegar a unos Juegos Olímpicos, terminaste tu carrera con tres medallas. ¿Cuándo empezaste a soñar de verdad con ir a unos Juegos?
-El primer intento de participar en unos Juegos Olímpicos fue para Moscú 1980, en 470, con Santiago Martínez Autin. Yo me había ido a estudiar arquitectura naval a Inglaterra. No era el mejor de mi generación y Martín (Billoch) ganó ese selectivo, pero Argentina boicoteó. Lo mismo pasó para Los Ángeles 84, a donde fue Alejandro Irigoyen, que era mejor que nosotros. Y fue en Seúl 88 que se plantó la semilla de poder soñar con una medalla. Corrí con Toto Ferrero y Tati Lena en Soling. Sin una estructura, sin tener las herramientas ni la conciencia para saber a dónde íbamos, ganamos una regata y yo dije: “¡Guau, quizás si trabajamos mucho, estudiamos y conseguimos los medios, se puede soñar!”. Esa fue toda una generación que generó esta posibilidad de soñar con una medalla para Argentina. En el 93 casi me cambio de país porque veía que podía conseguir los medios e incluso competí en unos torneos para España y fui becado por la Federación Española de Vela. Pero por suerte vino la cervecería Quilmes y me apoyó para poder quedarme en Argentina.
Tristemente, Martín Billoch, víctima de leucemia, falleció el pasado 13 de junio a los 65 años. Como Lange, fue parte de una camada de precursores en la náutica. Pioneros con todo su talento, pasión y enorme capacidad de trabajo, mostraron el camino para los que venían atrás. Y dejaron un legado.
-¿Camau (Espínola) fue parte de esa generación?
-Si, claro. Él fue quien nos aseguró que podíamos ganar una medalla. Lo demostró y yo entrenaba todos los días con él. Fue un punto de lanza en todo esto.
-Contabas que te fuiste a estudiar arquitectura naval a Inglaterra. ¿Cómo combinaste una campaña olímpica con el estudio? Hoy pareciera imposible.
-Es que justamente hay que ponerlo en contexto. En el año 80 muchos deportes eran amateur. Y en nuestro caso, si bien había una parte profesional en la vela, el olimpismo era amateur. Entonces no había posibilidad de seguir navegando y no tener una carrera universitaria. Si bien en mi corazón quería competir, mi viejo me dijo que tenía que estudiar una carrera y lo que encontré más parecido fue diseñar barcos de competición. Desde entonces tuve la posibilidad de trabajar para Germán Frers, un diseñador argentino que es de los mejores de la historia. Creo que eso me ayudó a ser mejor deportista.
-¿Qué recuerdos te quedan de esa experiencia?
-Estar en Europa era impresionante. Y ahí hicimos un montón de macanas. Me acuerdo que mi viejo me dio la guita para un año y los primeros tres meses nos fuimos a correr unos torneos por ahí con Martin y después no teníamos dónde vivir. Esas son cosas que quedan como recuerdos divertidos. Siempre que nos podíamos escapar de la universidad para ir competir, lo hacíamos.
-¿Hay un abismo de diferencia en la preparación que se hace para unos Juegos hoy a como era 40 años atrás, cuando te preparabas para Moscú?
-Es una pregunta muy interesante que creo que la puedo responder de dos maneras. Por un lado, hay mucha diferencia. Hoy tenemos un mecánico, una meteoróloga, un fisio, preparador físico, gente que está en otro país del mundo analizando la data de la performance del barco. Es todo un equipo que va a hacer que tu cuerpo rinda más, que tu mente rinda más. Sin lugar a dudas, el cambio es enorme. Pero al mismo tiempo diría que no cambió nada. Siguen ganando los que trabajan duro, los que trabajan en equipo, los que estudian mucho, los que tienen determinación, los que se entregan al máximo, los que tienen el talento para poder llegar. La esencia no cambió nada.
Un ping pong con Lange: tres medallas, tres momentos únicos
Atenas 2004
-¿Lo de Atenas fue como decir: “Listo, lo logramos, todo esto valió la pena”?
-Absolutamente. Si se toma del año 80 a 2004, son 24 años soñando, así que imaginate ganar una medalla. Por otro lado, fueron unos Juegos con un montón de presión porque Camau venía de ganar dos medallas (NdR: en Atlanta 1996 y Sydney 2000 fue subcampeón en la clase Mistral) y se cambiaba de categoría para navegar juntos. Si no le iba bien, la culpa iba a ser toda mía (risas).

-¿Seguís sin entender como no ganaron el oro?
-Si, absolutamente. Llegamos como campeones del mundo, corrimos un torneazo, salió todo muy bien, navegamos realmente muy bien y no lo logramos. Creo que es el único momento que analizo para atrás y todavía no descubro por qué no ganamos la medalla de oro. Igualmente, fue algo increíble toda esa campaña con Camau. Formar ese equipo fue sumamente especial para mi.
Beijing 2008
-¿Tuviste que convencerlo a Camau para seguir después de Atenas?
-Sí. Para Atenas habíamos hecho una alianza con el equipo austríaco. Ellos ganaron el oro y nosotros el bronce. Éramos los número uno y dos del mundo antes de los Juegos e hicimos una cosa única en el mundo: entrenar con tu máximo rival. Después, Camau se quería retirar. Me dijo: “Yo no puedo seguir”. No quería. Y los austríacos tampoco. Pero yo sentía que teníamos un equipazo. Nos conocíamos muy bien. Teníamos un plan espectacular, que era entrenar dos equipos muy fuertes juntos. Había confianza, teníamos todo el trabajo hecho. Entonces le dije: “Si querés dedicarte a otra cosa -en ese momento él estaba interesado en la política -, hacelo. (NdR: actualmente es Intendente de Corrientes). Nos retiramos un tiempo, después volvemos y en vez de hacer los cuatro años nos focalizamos en los Juegos de Beijing y por ahí vamos”.
-Fue una campaña en la que aprendí que hay que ser creativos y que no hay una sola manera de hacer las cosas. Habíamos planificado organizar un Mundial en Argentina en 2006 en el medio del ciclo olímpico para ver cómo estábamos y salimos subcampeones del mundo en Buenos Aires, en el Club Náutico San Isidro. Yo trabajaba para un equipo sueco de la Copa América y cuando firmé el contrato pedí que me dieran un mes de licencia para ese campeonato del mundo. Hicimos el trabajo de cuatro años en uno solo.
-Fue el año más intenso de entrenamiento?
–Uff…Cuando terminó la Copa América en Valencia en 2007, clasificamos al país a Beijing agarrados de los pelos en la última regata del último campeonato en el que se podía clasificar. A partir de ahí fue un año de trabajo increíble. Llegamos a los Juegos con 45 días de entrenamiento seguidos, trabajando de sol a sol y sin parar ni un día. Todos nos decían que estábamos locos, que nos habíamos pasado de rosca. Pero nosotros teníamos muy claro lo que necesitábamos. Ganar la medalla de bronce en esas condiciones, si bien podíamos haber ganado la de oro y era lo que soñábamos, fue un logro extraordinario y fue muy gratificante.

Río de Janeiro 2016
-¿Qué más podés decir del oro olímpico?
-Fue increíble. Cada vez que miro para atrás, me impresiona lo que logramos como equipo. Lo lindo de Río empezó porque Ceci (Carranza) vino a mi casa a finales de 2013 a tener una charla conmigo. Estaba retirado desde 2008 y tuve la suerte de dejarme llevar por el corazón y no analizar ni pensar tanto. Normalmente no actúo así. Probablemente haya sido por la espina de no haber ganado la medalla de oro antes. Vuelvo a Moscú 1980 y son muchos años soñando y que se dé con mis hijos ahí, que se dé en Río con mi vieja, mis hermanos, muchos amigos. No tengo palabras para describirlo.
-¿Haber superado un cáncer en el camino hizo aún más emocionante todo?
-Absolutamente. Teníamos el 2014 para empezar a navegar juntos, para que Ceci pasara de ser timonel a tripulante, que empezara a navegar en un catamarán, que nunca lo había hecho antes. Y de repente el 2015 nos lo borraron del mapa. Lo que nos tocó vivir como equipo no fue fácil. Y después de eso, volver a empezar a entrenar menos de un año antes de los Juegos y terminar ganando una medalla de oro fue realmente increíble, realmente increíble.

Tradición y pasión
Se inició una racha magnífica con la plata olímpica de Espínola en Atlanta 1996. Desde entonces, el yachting argentino sumó medallas en todas las ediciones olímpicas, a excepción de Tokio 2020, donde Victoria Travascio y Sol Branz quedaron a apenas dos puntos del podio en la clase 49er FX. Lange colaboró con tres de las nueve preseas conquistadas en este período y el éxito reciente de Majdalani y Bosco reafirma el buen momento.
-La clave está en los clubes, en la cantidad de botes que se tiran al agua los fines de semana, en la cantidad de entrenadores a los que los clubes les pagan para que los chicos salgan a navegar. Es impresionante. Y creo que si rascamos el olimpismo argentino, todos los deportes son gracias a los clubes. Hace muchos años digo que si hay algo que tenemos que hacer a nivel nacional es seguir apoyando a los clubes, que en muchos casos se sostienen por un grupo de personas que es muy humilde, que son quienes forman parte de las comisiones directivas y que hacen mucho no solo en vela, sino por el deporte nacional. De ahí salen los grandes talentos. En la vela, además, en la parte industrial hay una historia a través de Germán Frers. Hoy están los Mariani, que son ex socios míos y grandes amigos y tienen uno de los mejores astilleros del mundo. Hay una cultura muy importante del diseño en el país.
-¿Seguís navegando, más allá de que estés alejado del alto rendimiento?
-Todavía compito en barcos grandes: soy entrenador de un equipo turco de TP52 (NdR: es una categoría de veleros de 52 pies que son veloces y con alta tecnología) y compito para un equipo estadounidense. Hago wind foil, surfeo, me gusta ir al río a pescar o a estar con mi nieto. Obviamente que eso es parte de mi vida y no va a cambiar nunca.