El fútbol argentino tiene una misión especial en estos meses: lograr que Ángel Di María y Leandro Paredes no se arrepientan de la decisión que tomaron casi como hinchas, de Central y de Boca, respectivamente.
Les sobra calidad y experiencia, pero volver no siempre es fácil. En estas tierras las suspicacias y las exigencias no suelen perdonar ni siquiera a los campeones del mundo. Con apenas dos partidos jugados por cada uno la sensación es que sobre sus espaldas pesa demasiada responsabilidad.
En el caso de Di María, llega a un equipo que en el Torneo Apertura fue el que más puntos sacó, de manera que la expectativa de que mejore su actuación suena hasta bastante lógica. Pero hay más: en el debut ante Godoy Cruz le dieron al conjunto que dirige Ariel Holan un penal insólito y en la fecha siguiente, contra Lanús, pareció repetirse el favor (aunque luego, con una imagen que no se vio en el momento, se comprobó que estuvo bien cobrado).
Penal y Di María es gol, tal como se comprobó también en el Mundial de Clubes (convirtió cuatro), con lo que las suspicacias que nunca faltan en nuestro fútbol ya sentenciaron que el torneo pasaría a ser un homenaje al segundo zurdo más importante de la gesta de Qatar. Algo que Fideo no merece ni necesita para brillar.
Peor la tiene Paredes, que llegó a un Boca que ya alcanzó los 10 partidos sin ganar, que en medio año suma cuatro eliminaciones en cuatro competencias y que, sobre todo, nadie sabe a qué juega. Entonces, para casi todos, las soluciones las tiene que aportar este volante que, como diría Fito Páez, vino a ofrecer su corazón. Además de su fútbol, que es mucho pero puede no alcanzar para darle identidad a un equipo en el que muchos de sus compañeros tienen bastante miedo de soltarse con la pelota en los pies.