No es fácil imaginar un desenlace que desagradara más a la escritora y ensayista Beatriz Sarlo que un esbozo de escándalo mediático en torno a su figura y su legado. La intelectual argentina —fallecida en diciembre pasado a los 82 años— fue una analista crítica de los medios de comunicación y las redes sociales como usinas de expresiones degradadas del debate público. La herencia material de Sarlo, desde su vivienda hasta su biblioteca, entre otras cosas, quedó esta semana al borde de caer en ese torbellino de controversias, después de que el encargado del edificio donde vivía presentara ante la justicia un testamento manuscrito y alegara que ella le dejó sus bienes. A su vez, el exmarido de Sarlo y un grupo de intelectuales cercanos a la académica reclamaron que se preserven sus posesiones y alertaron que sus libros y discos podrían estar siendo vendidos.
Sarlo tuvo una destacada trayectoria como crítica y docente, desarrollada principalmente en la universidad pública argentina y en diversos medios de comunicación, incluido EL PAÍS. No tuvo hijos y al fallecer no tenía parientes directos. Su última pareja, el cineasta Rafael Filipelli, murió en 2023. Aunque nunca tramitó el divorcio, desde hace cinco décadas estaba separada de Alberto Sato Kotani, con quien se había casado en 1966.
Tras la muerte de Sarlo hace seis meses, Sato se presentó ante el juzgado donde tramita la sucesión de la autora de Borges, un escritor en las orillas y Una modernidad periférica, entre muchos otros libros, y solicitó que se lo declarara heredero. Pero también hizo lo mismo Melanio Alberto Meza López, portero del edificio ubicado en el barrio de Caballito, ciudad de Buenos Aires, donde residía Sarlo. El hombre presentó dos presuntos testamentos hológrafos, fechados a mediados de 2024, en los que Sarlo expresaría su voluntad de dejar a Meza López “a cargo” de su departamento y su gata.
Para verificar la autenticidad de los manuscritos y la virtual firma de Sarlo, el juez al frente del expediente ordenó un peritaje caligráfico. Además, a pedido de los abogados de Meza López, excluyó del proceso sucesorio a Sato. El exmarido de la escritora apeló la medida y espera la resolución de un tribunal de alzada.
Un grupo de intelectuales y académicos cercanos a Sarlo difundió una carta pública este lunes con el pedido de que Sato sea aceptado como heredero. “Una de nuestras principales preocupaciones desde que Beatriz entró en un estado muy crítico, en diciembre de 2024, fue poner a resguardo su archivo y biblioteca, cumpliendo su deseo de que estuvieran en el CeDInCi [Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas], una institución académica de gran prestigio que da plenas garantías sobre el cuidado y el acceso público a ese patrimonio cultural”, señala la nota firmada por Adriana Amante, Adrián Gorelik, David Oubiña, Sylvia Saítta, Ada Solari, Eduardo Stupía y Hugo Vezzetti. También indica que “Sato se presentó como heredero con el único propósito de crear una fundación con los fondos de los derechos de autor y las propiedades de Beatriz para sostener económicamente el cuidado y mantenimiento del archivo y la biblioteca”.
Aunque los firmantes reconocen la “gran ayuda” que Meza López le brindó a Sarlo en sus últimos días, presumen que el encargado del edificio “estaría disponiendo del contenido del departamento con fines mercantiles”. Por eso, pidieron al juez que se haga un inventario y se resguarde el legado de “una de las mayores intelectuales argentinas”.
La justicia deberá dirimir si Sato tiene derechos hereditarios pese que estaba de hecho separado de Sarlo. También tendrá que determinar la legitimidad del planteo de Meza López y, en caso de ser positiva la respuesta, qué bienes incluye. Si el juez considera que no hay herederos legítimos, el Estado de la ciudad de Buenos Aires podría ser declarado responsable de administrar la herencia.
“La crueldad de analizar en la esfera pública un problema privado caracteriza al escándalo que, en general, es difundido o provocado por los mismos a quienes complica. En el escándalo de un famoso del montón vale la opinión malévola, lejana o ignorante”, había escrito Sarlo en uno de sus últimos libros, La intimidad pública (2018). Acaso le hubiera gustado que se cumpliera otra de sus definiciones: “La brevedad del escándalo es una de sus condiciones formales”.