Diga lo que diga el big data, uno más uno no siempre suman dos. Mucho menos en el sinuoso universo del fútbol, como pudo verificar el Chelsea con la adición de otro rematador a su plantilla. La competencia de gigantes en la punta del ataque le arrojó un resultado de cero el viernes pasado, cuando el entrenador Enzo Maresca pretendió que compitieran Liam Delap con Nico Jackson y el senegalés, que entró por el inglés en el minuto 64, se hizo expulsar en el 68. El partido iba 1-1. Acabó ganándolo el Flamengo por 3-1 en una de esas exhibiciones que además de poner en valor al fútbol brasileño en el Mundial de Clubes puso en evidencia un nuevo obstáculo en la gestión de BlueCo, el consorcio estadounidense participado por Todd Boehly y Mark Walker, el nuevo dueño de los Lakers, que compró el Chelsea en 2022 tras la pseudoexpropiación que ejecutó el gobierno británico contra Roman Abramovich sin más justificación aparente que su nacionalidad rusa y un fructífero historial de transacciones con Putin.
Ahora el Chelsea se encuentra en aprietos, por más que en los últimos tres años ha comprado jugadores por 1.400 millones de euros y encabeza en solitario la lista mundial del periodo en una espiral de gastos que se dispara. Si no es capaz de ganar un punto al Espérance Sportive Tunis (3:00 horas de la madrugada del miércoles al jueves, DAZN) en su cruce de la última jornada de la fase de grupos, el vigente campeón de la Conference League se convertirá en el primer campeón histórico de la Champions en abandonar de manera prematura el torneo de Estados Unidos. Para evitarlo, solo en punta, qué remedio, echará mano de Liam Delap.
¿Por qué fichar a Delap? Mark Walker y Todd Boehly —al que cariñosamente sus asesores podan Gordon Gekko— respondieron con otro interrogante en la última ventana del mercado: ¿Por qué no? Ambos dueños sintonizaron con la lógica de los consejeros: si habían pagado 120 millones de euros por un jugador sin probar en la máxima exigencia como Moisés Caicedo, o 70 millones por un extremo errático como Mudryk, la relación riesgo-premio animaba sin dudas a pagar 35 por el muchacho de Winchester. Inglés de pura cepa, de los que arrebatan a la hinchada, de los que proclaman su condición de rematadores primordiales —“me gusta el contacto físico, me gusta la lucha”— venía de meter 12 goles con el destartalado Ipswich y daba muestras, a sus 22 años, de poseer un núcleo de potencial infinito. Por debajo de sus cadenas de movimientos desaforados, potentes, insinuaba un diamante que, si se pulía, florecería en forma de maestro del desmarque. En el mejor de los casos, podría tratarse de un Luis Suárez inglés, indicaron los expertos que le estudiaron. En el peor, animaría el ataque con una sobredosis de pasión. Exactamente lo que le falta a su amigo, el frío y refinado Cole Palmer, con el que había coincidido en la academia del Manchester City.
Quizás el Chelsea necesite añadir a la energía de Pedro Neto un poco de furia inglesa para salir del limbo. Un Godzilla del esfuerzo continuo y contagioso. Un Luis Suárez de Winchester.