El mundo galopa hacia un abismo oscuro, espoleado por tenebrosos liderazgos que no dudan en recurrir a la fuerza para afirmar sus intereses. El atlas geopolítico ya contaba con un Putin y un Netanyahu desatados; ahora, quienes creyeron en las promesas trumpistas según las cuales el presidente del América Primero buscaría terminar guerras en vez de empezarlas no tienen más remedio que sumar a Trump a la lista de líderes que proyectan sin contemplaciones el poder con la violencia. El ataque de Estados Unidos abre paso a riesgos de gran envergadura.
La esperanza de Trump es que un régimen iraní debilitado por la clara demostración de inferioridad militar —evidente ya en los choques con Israel de 2024— opte por la rendición incondicional que busca la Casa Blanca y que el asunto se zanje así. Este escenario es altamente improbable.
Más probable es que Irán busque represalias.
Puede intentarlo con ataques convencionales contra las múltiples bases de EE UU en la región que están al alcance de sus misiles, y solo algunas de las cuales disponen de defensa antiaérea. Washington tiene despliegues de distinta índole en Baréin, Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Irak, Jordania, Omán Arabia Saudí y Siria. Por supuesto, también podrían ser atacados objetivos militares navales desplegados en la zona.
Irán también podría optar por una represalia hibrida. Podría golpear instalaciones diplomáticas —Israel bombardeó un consulado iraní en Siria—. Podría activar opciones terroristas, ciberataques a través de capacidades operativas pacientemente construidas en el tiempo después de haber sufrido el humillante golpe del virus Stuxnet, lanzado por Israel y EE UU y que frenó su programa nuclear al principio de la década pasada. Y podría incluso atacar la navegación en el golfo Pérsico y el estrecho de Ormuz, generando fuerte repercusión en los mercados de hidrocarburos mundiales. Cabe aquí recordar las profundísimas consecuencias que tuvo la espiral inflacionista vinculada con la guerra de Ucrania. Trump, precisamente, ganó las elecciones en gran medida gracias a ella. El precio de alimentos y energía fue la base de un terremoto político y geopolítico.
Las represalias iraníes probablemente no serán muy eficaces, vista la enorme asimetría de medios, demostrada por el total control del espacio aéreo por parte de Israel, y la imprecisión de las operaciones iraníes. Pero, aunque ineficaces, la reacción iraní instigaría una respuesta estadounidense. Esta espiral no tiene porque ser sin límites. Irán podría optar por una represalia limitada que le permita decir que no se ha rendido, dando pie a una respuesta limitada de EE UU y favoreciendo una paulatina desescalada. La historia muestra que, en otros casos, otras espirales de violencia se pararon. Esa es la esperanza de Trump. Pero el fantasma de una espiral descontrolada es lo suficientemente grave como para haber inducido a todos los presidentes anteriores a Trump a evitar la acción que el magnate neoyorquino ha lanzado esta noche. El riesgo que ha asumido es enorme.
En esta clave, algunos evocan el espectro del desastre de Irak. La guerra de Irak fue diferente por cuanto implicaba una invasión terrestre que en este caso no está a la orden del día. Pero sí puede ser referente en otros sentidos: el de una conflictividad muy prolongada, y del terrible caos consiguiente a una eventual caída del régimen.
Esto último es, sin duda, el objetivo de Netanyahu y probablemente también de Trump. El Gobierno de Irán es un régimen autoritario y oscuro, que ha desarrollado en secreto partes de su programa nuclear —tal y como lo han verificado los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica— y que oprime de manera inaceptable a su población, especialmente su mitad femenina. Es probable que una amplia mayoría de la población iraní deteste al régimen. Pero no es descontado que caiga —los ataques externos por lo general provocan un cierre de filas, salvo que se proceda a descabezar y destruir todo— Y, en todo caso, pensar que su caída implicaría una transición hacia algo mejor —no ya un pulcro gobierno democrático, si no algo simplemente un poco mejor— es probablemente un sueño ingenuo.
Mucho más probable en caso de caída del régimen es una transición turbulenta, posiblemente muy violenta, por las características del país y de la región. No hay duda ninguna de que un Irán hundido en la violencia y que, tal vez, acabe fragmentado, es un sueño para Netanyahu. Un editorial del diario israelí Jerusalem Post llamó abiertamente a Trump a sumarse al plan para fragmentar a Irán. Tal vez lo sea también para varios de sus adversarios suníes. Pero el sueño de Netanyahu y otros sería una desgracia para 90 millones de ciudadanos iraníes y, seguramente, para la región y para el mundo. No cabe descartar un escenario de oleada de refugiados. La de los sirios de 2015 fue un momento determinante en la crecida de fuerzas ultraderechistas en varios países de Europa.
Pero hay más consecuencias para el mundo. Irán, probablemente, se retirará del Tratado de no Proliferación Nuclear. Si el régimen resiste, tardará, pero con toda probabilidad perseguirá la bomba. Y regímenes de todo el mundo observan los hechos: la Ucrania que cedió sus arsenales nucleares de herencia soviética en los noventa a cambio de la promesa, con el memorando de Budapest, de no ser atacada, lo fue, sin piedad, dos décadas después. Irán ha sido atacado. Corea del Norte, que fabricó su bomba en secreto, no es atacada. El incentivo a dotarse de armas nucleares es máximo. La erosión del orden multilateral y de la arquitectura de tratados de seguridad, también. Netanyahu —que dispone de la bomba nuclear— pronuncia palabras pomposas acerca de denegar el camino hacia el arma atómica a un régimen despreciable. Pero el resultado último más probable de su acción —y de su socio Trump— es más proliferación.
Hay más. La decisión de Trump es de muy dudosa legalidad. La arquitectura constitucional estadounidense requiere que para lanzar una guerra hace falta autorización del Congreso. La Administración Trump sostiene que la acción contra Irán es circunscrita y no reclama esa autorización. Pero, por sus características —no es una respuesta a un ataque, no es un golpeo individualizado— se parece mucho a una violación constitucional. A un peligroso antecedente de violencia desatada sin control democrático por parte de la principal potencia militar mundial. Otra oscura consecuencia para el mundo de un terrible ataque de inicios de verano.