era monaguillo y por primera vez cuenta que lo abusó el cura del pueblo

era monaguillo y por primera vez cuenta que lo abusó el cura del pueblo


Está nervioso, su voz suena trémula. Dice que durmió poco la noche anterior pensando si lo diría o no. Finalmente, después de un sinfín de cabildeos con la almohada, Juan Alberto Gómez (47) se decidió a revelar el martirio que vivió en su adolescencia. “Primero grabé un audio en detalle para enviarte y después podemos hablar”, le dice a Clarín este técnico de rayos que trabaja en el área de resonancia magnética, en un clínica en Málaga, donde vive desde 2001.

Confiesa que el audio que grabó lo golpeó profundamente. “Siempre uno convive con esa tragedia personal, que intenté en vano borrar pero es imposible, me acompaña a diario, pero hacer el esfuerzo de relatarlo en detalle fue durísimo”, expresa con pesadumbre Juan Alberto, que pudo rehacer su vida en España, donde se casó con un ciudadano de ese país. “Mi compañero es de las contadísimas personas que saben lo que sucedió. No pude decírselo a casi nadie, ni mi madre lo sabe. Se enterará con esta charla que estoy teniendo contigo”.

Pasado el mediodía del domingo, el calor en Málaga “es pegajoso”, pero dice Juan Alberto que está tranquilo y que es un buen momento “para conversar de aquello”. Aquello es ese secreto que guardó más de tres décadas. “A nadie se lo dije nunca. En ese momento, estaba desesperado, tenía miedo, vergüenza, angustia, terror de que alguien se enterara. Le temía a la humillación, al desprecio, a la burla y también a la desilusión de mis padres, que lo daban todo por la iglesia”. Su tono es bajo y se advierte que le pesa cada palabra. También se aprecia su hispanidad en su acento.

A los 14 años, Juan Alberto Gómez sufrió el abuso sexual de un cura. No recuerda el mes ni el día. Apenas que sucedió cuando no había cumplido los 15. Él no hablará de abuso ni de violación. Dirá “eso y aquello”, o aplicará silencios y puntos suspensivos.

“Vengo de una familia profundamente católica y yo era un monaguillo que pasaba todo el día en la parroquia, que era como una guardería. Mis padres trabajaban mucho y me dejaban ahí todo el día, confiaban, estaban convencidos de que era el mejor y más seguro lugar para un chico”, cuenta.

Juan Alberto Gómez y una tristeza que no puede borrar de su rostro. Fue abusado por un cura, en San Juan, cuando tenía 14 años.

A aquel adolescente le venía haciendo ruido algo que, cree, no tenía del todo claro. Le inquietaba, lo desvelaba. “Me gustaba un chico del colegio, bah, creo que me gustaba. Y por lo que me habían enseñado en la iglesia, eso estaba mal y yo no lo podía hablar con nadie, ni con amigos, ni con maestros y menos con mi familia, que tenía mentalidad homofóbica. En ese momento llegaba un cura nuevo a la parroquia de San Juan, lo que en un principio sentía que era algo bueno porque el anterior me conocía y conocía muy bien a mi familia”.

Dice Juan Alberto que se crió escuchando que “la homosexualidad era considerada un pecado” y él se obsesionó con querer llegar a la comunión y tomar la hostia “purificado”. Así fue que le urgió la necesidad de confesarse con el nuevo cura que había llegado a la parroquia, el padre Raúl.

“Me acuerdo que estaba en la cola para confesarme y para que Dios me perdone… Estaba nerviosísimo… Había otros jóvenes esperando hasta que llegó mi turno: estaba arrodillado y cara a cara. Calculo que de alguna manera él me sacó la ficha de inmediato“, expresa.

Una vez que estuvo frente a frente, pudo revelar su pecado. “Le dije lo que me pasaba con ese chico, le pregunté si me podría ayudar y me dijo que sí, que no me preocupara, que era algo típico de las cosas que le pueden suceder a los adolescentes. Y me repitió ‘quedate tranquilo, eso se cura’ y que él me iba a ayudar a curarme con unos ejercicios de relajación que conocía. ‘Te voy a quitar esas ideas y esos pensamientos’, me decía. Y me dejó tranquilo, confié y fui al otro día a su casa. Él vivía en la parroquia, tenía una casa”.

Se presentó al día siguiente. Había una o dos personas que sabían que iba a ir y lo condujeron a una habitación donde lo esperaba el padre Raúl. “Puso música y me dijo que producía más efecto, más rápido, si me sacaba la ropa. Yo sólo accedí a sacarme la remera. Cerré los ojos, estaba nervioso y empezamos con los ejercicios. Estuve un rato largo, no me acuerdo, pero hacía ejercicios de respiración y relajación. Me fui con cierto alivio, porque sentía que me estaba curando. Él me lo decía y yo le creí, claro. Era el nuevo cura de la parroquia. ¡Cómo no iba a confiar!”.

"Vengo de una familia que confiaba en la Iglesia Católica y tenía una mentalidad homofóbica. Por eso nunca dije nada".“Vengo de una familia que confiaba en la Iglesia Católica y tenía una mentalidad homofóbica. Por eso nunca dije nada”.

Volvió al día siguiente y otra vez el padre Raúl arrancó con el tema de la ropa, “que me la tenía que sacar. Y fue a buscar unos dibujos que había hecho de compañeros míos de la acción católica que me los mostró y aparecían desnudos, como si estuvieran posando. ‘¿Ves? Ellos no tuvieron problemas. Además te tenés que acostumbrar a estar desnudo ante los hombres‘. Tenía poder de convencimiento, él sabía cómo manejarse y me fui sacando la ropa. Y él también, hasta que se desnudó. Yo quedé en calzoncillos”.

La voz de Juan Alberto se resquebraja entre la bronca, la amargura y el desconsuelo. Dice que es algo que no puede desterrar de su vida. Todos los días, en algún momento, aparece el nefasto recuerdo. “Yo cerré los ojos y me puse en posición de meditación. A pesar de estar desnudo, confiaba, no me imaginaba otra cosa más que poder sanar”.

“De repente me empezó a tocar y yo me quedé paralizado. Mantuve los ojos cerrados. Él debió entender que yo se lo estaba permitiendo. Avanzó cada vez más hasta que yo quedé acostado y él se puso encima mío”, cuenta Juan Alberto sobre el abuso, que terminó consumándose. Y cierra: “Fue un horror lo que me hizo, el engaño… Me fui y no volví nunca más”.

A partir de ese momento, la vida de Juan Alberto dio un giro. La cabeza también. “Era una batidora por dentro, estaba a mil, no sabía qué hacer. Sólo sabía que no le podía decir a nadie, menos a mis padres, ni a nadie de mi familia”.

Esa soledad fue tortuosa. Tuvo que guardar silencio por miedo, por temor a la humillación y así se tuvo que inventar una vida. “Ese momento de mi adolescencia fue tremendo, hay largos períodos que tengo borrados, que debo haber hecho un gran esfuerzo para que desaparecieran de mi disco rígido”.

"El cura me dijo que con ejercicios de relajación me curaría mi pecado", dice Juan Alberto Gómez, que sufrió abuso sexual eclesiástico.“El cura me dijo que con ejercicios de relajación me curaría mi pecado”, dice Juan Alberto Gómez, que sufrió abuso sexual eclesiástico.

Treinta años después la bronca que indigna a Juan Alberto parte del “cinismo con el que esa clase de personas se manejan. Porque los tipos saben que vos no vas a hablar, que de pronto te embarga una incapacidad que ellos, los abusadores, conocen y se aprovechan de esa vulnerabilidad. Saben que uno está traumado después de lo vivido y que no va a poder decir nada. ¿A quién le iban a creer, a un adolescente o al cura querido del pueblo? Hoy no me perdono esa actitud, tendría que haber salido a gritarlo por todo San Juan”.

Terminado el colegio secundario viajó con lo poco que tenía a Buenos Aires con la excusa perfecta de “estudiar teatro”, actividad que realmente le gustaba y de la que al día de hoy brinda clases a personas adultas.

“Viví en Capital unos tres años, me ganaba la vida como camarero y vivía en una monoambiente primero en Once, luego en Villa Crespo, Avellaneda y Burzaco. Me iba bien, me las rebuscaba y estudiaba teatro en La Manzana de las Luces. Estar lejos de San Juan y de la vida católica me ayudó a salir adelante, aunque mis padres estaban disgustados conmigo por mis decisiones, sobre todo cuando a los 21 me fui más lejos, a España”.

Pasaron más de 30 años, las cicatrices habían cerrado pero la angustia emocional, por momentos, sacudía a Juan Alberto, que decidió por primera vez compartir su dolor. “El primer síntoma de querer vomitar todo esto fue cuando por internet escribí a las redes sociales de la parroquia en San Juan. Conté mi historia y pregunté por el cura Raúl, quería saber dónde estaba, si seguía allí, pero pasaron los días y no tuve respuesta, por lo que fui más allá y le escribí a la Congregación Católica en Buenos Aires, pero tampoco me contestaron. Encontré a un cura amigo de mi abusador, y nada. Con lo cual me sentía peor”.

Sin consuelo, buceando por internet, dio con un destino que le aportó, al menos, algo de tranquilidad. “Encontré la Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos de la Argentina, donde me abrieron la puerta al toque, me escucharon y ayudaron a poder contar, a largar el entripado. A través de la red me enteré de que mi abusador se había muerto en 2015, creo que de una enfermedad tipo malaria, con lo cual no me permitió hacer la denuncia, porque él no tiene la posibilidad de defenderse”.

Si bien no pudo concretar la denuncia, confiesa “sentir algo de alivio que ya no esté en este mundo haciendo más daño. Estoy seguro de que yo no fui su única víctima, estoy convencido, porque él me había mostrado el dibujo de ex compañeros míos desnudos… Para mí ahí en la parroquia sabían lo que hacía y lo encubrían. Ahora sentí la urgencia de contar, de ser escuchado… Ojalá que esto le pueda servir a algún adolescente practicante que pueda evitar lo que yo no pude, porque la iglesia está llena de tipos de como ese cura abusador”.

De aquel monaguillo a este hombre adulto que cuando pasa cerca de una iglesia se cruza de vereda. “Bajé la persiana definitivamente. La iglesia, el cristianismo, no creo más en nada. Ni el Papa Francisco me sedujo para volver a creer. Ese Dios en el que yo confiaba de niño me desilusionó para toda la vida. Y hoy, a más de 30 años de sentirme muerto, no me puedo borrar de mi mente la cara de mi abusador”.